“Quiero un Madrid más acogedor para quienes vivimos aquí”

El cineasta define la capital como “lugar de confluencias” y cree que no tener “identidad” la hace especial

El director de cine Rodrigo Sorogoyen, en una calle del centro de Madrid el 26 de abril.Jaime Villanueva

El cine de Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) posee tanto poder de arrastre y es tan creíble, que probablemente marque un antes y un después. No le importa que le etiqueten como el cineasta de la corrupción con obras como El reino o Antidisturbios. Es vitriólico y comprometido. Una especie de...

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El cine de Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) posee tanto poder de arrastre y es tan creíble, que probablemente marque un antes y un después. No le importa que le etiqueten como el cineasta de la corrupción con obras como El reino o Antidisturbios. Es vitriólico y comprometido. Una especie de Berlanga certero y con dinamita para el siglo XXI que vive, soporta y respira Madrid desde el centro. Quiere una ciudad al menos tan amable con los vecinos que lo pueblan como con los turistas que la invaden.

Pregunta. ¿Qué es Madrid?

Respuesta. Un lugar de confluencias, tiene lo bueno y lo malo de eso. Si vienes y te enamoras, te quedas y, si no, te largas. No tiene identidad y eso la hace muy especial. La gente se siente menos vecina que en otros lugares.

P. Y usted, ¿sigue enamorado de ella?

R. Yo, al haber nacido aquí, la considero mi sitio. Siempre me he querido ir por vivir otras experiencias, pero me tira mucho mi gente. Aunque me está empezando a desenamorar bastante.

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P. ¿Por qué?

R. Porque siempre he vivido en el centro, donde está el movimiento y el caos, pero cada vez me parece más incómodo.

P. ¿Desde cuándo?

R. Desde antes de la pandemia. Tiene que ver con la senda hacia donde llevan la ciudad, con la gentrificación, por ejemplo. Me puede dar más o menos igual que vengan turistas, pero que todo gire alrededor de eso me parece un error porque así no cuidas de tus vecinos, que es lo que deberían hacer.

P. Le veo largándose dentro de poco al campo.

R. Creo que nunca abandonaré Madrid, pero sí me gustaría buscar un sitio donde a veces escaparme.

P. Muy lejos de aquí no le habría salido igual la serie Antidisturbios: todo empieza al desalojar por desahucio un piso en una corrala de Lavapiés, que es algo así como dirigirse al alma del pueblo.

R. Sí, exacto. No podía ser de otra manera. Cuando Isabel Peña y yo empezamos a escribir la serie andaba eso en el ambiente. Gente a la que echaban de sus casas, lo que es horrible. Pero Lavapiés tiene eso, un mestizaje que no se ve en otros lados.

P. Un mestizaje castizo, donde convive la tienda de casquería con el restaurante indio.

R. Muy bonito, pero se lo están cargando.

P. ¿No se acuerda de aquello del barrio más cool?

R. Pues sí, pero tiene consecuencias. Y son globales, impuestas por un capitalismo salvaje que acabará echando al del restaurante indio y al de la casquería, a no ser que sean los mejores como para ganar lo suficiente y quedarse a vivir en el barrio. Acabarán yéndose al triplicar los precios.

P. Veo su cine y me resuena a Galdós, pero sobre todo a Berlanga. ¿Nota esas influencias?

R. Hombre, gracias. Si tengo que decidir, Berlanga.

P. ¿Por lo colectivo y lo vitriólico?

R. Lo admiro profundamente y de ahí intento copiar. Azcona y él daban en el clavo con ese tono divertido y tragiquísimo del que fueron dos cronistas, eso tratamos nosotros con nuestro cine.

P. ¿Dónde creció usted?

R. En Nueva España, entre Pío XII y el Bernabéu.

P. Barrio madridista…

R. Muy madridista, pero yo no lo soy. Un barrio pijo en el que me crie con el auge del PP de Aznar y eso se notaba mucho en el ambiente.

P. Ahora entiendo mejor su película El reino.

R. Yo siempre fui un intruso allí, pero un intruso feliz. Por una carambola, mis padres encontraron un piso a muy buen precio con jardín. Yo no era pijo porque no teníamos dinero para serlo y mis padres eran de izquierdas, pero viví aquel cambio de valores en que el dinero era lo más importante.

P. ¿Es usted el cineasta de la corrupción?

R. Pues, sí, aunque, ante todo, me interesan los dilemas morales del individuo.

P. Una escena como la del debate de la Cadena SER en que Rocío Monasterio quiso expulsar a media España sin estar en su casa, ¿da para una de sus películas o ni se le hubiera ocurrido?

R. Es una buena escena. Muy violenta. Me removió, lo pasé fatal con eso. Representa muchas cosas. Fue un punto álgido pero no me sorprendió. Lo temía: son las formas y la retórica de la ultraderecha. Creo que Pablo Iglesias hizo lo que tenía que hacer, pero —a ver si me explico— si se hizo el sorprendido, creo que no lo estaba tanto. Quizás él sabía lo que podría ocurrir y jugó su baza. Montó el pollo. Hay que ponerse serios con eso y dejarlo patente. Esto debe dejar de suceder ya. Es muy grave.

P. ¿Por qué los creadores españoles tardan tanto en coger el toro por los cuernos y contar en caliente lo que nos pasa?

R. Por miedo. De creadores y productores. España es un país miedoso. Notamos los 40 años de dictadura y una Transición que dejó cosas pendientes.

P. Pues entonces cuando le ven los productores a usted entrar por la puerta se echarán a temblar.

R. ¡Espero que no! Pero bueno, puede ser. Yo mismo actúo por miedos que desconozco, pero un creador tiene la responsabilidad de ser valiente. Si nosotros mismos nos mostramos cobardes, imagínate. La autocensura es lo más peligroso, aunque no lo parezca, por la comodidad.

P. Terminando, ¿qué le gustaría que fuera Madrid?

R. Un lugar más acogedor para quienes vivimos aquí y también más desarrollado en lo social.

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