Jornaleros de proximidad como vacuna contra la pandemia
El vino de Jerez salva su vendimia sin sobresaltos de contagios gracias a que la mayoría de la uva se recoge con mano de obra local
Antonio Morato trabaja en pleno mes de agosto en el campo de Jerez de la Frontera, rebuscando racimos entre las vides intentando no dañar la planta. El jornalero gaditano, de 33 años, detiene la faena y espeta: “¿Miedo? Aquí no tememos a la covid. Miedo a que no tengamos nada, ni trabajo ni nada. Eso sí que da miedo”. Morato y sus 10 compañeros de cuadrilla son el paradigma de la, por ahora, efectiva vendimia de Jerez en plena pandemia.
La biografía del jornalero es un calco de la de muchos habitantes de Puerto Serrano, donde la mayoría de sus 7.111 vecinos se dedican a enlazar trabajos...
Antonio Morato trabaja en pleno mes de agosto en el campo de Jerez de la Frontera, rebuscando racimos entre las vides intentando no dañar la planta. El jornalero gaditano, de 33 años, detiene la faena y espeta: “¿Miedo? Aquí no tememos a la covid. Miedo a que no tengamos nada, ni trabajo ni nada. Eso sí que da miedo”. Morato y sus 10 compañeros de cuadrilla son el paradigma de la, por ahora, efectiva vendimia de Jerez en plena pandemia.
La biografía del jornalero es un calco de la de muchos habitantes de Puerto Serrano, donde la mayoría de sus 7.111 vecinos se dedican a enlazar trabajos como braceros a lo largo y ancho de las provincias de Cádiz, Sevilla o Huelva. Antonio empezó a trabajar en el campo cuando era un chaval de 14 años y, desde entonces, cultivo al que le llaman para echar una peonada, allí que va. Su caso ni siquiera es una excepción en una provincia en la que las cosechas no suelen necesitar mano de obra foránea a la que hay que proporcionar alojamiento conjunto, uno de los mayores quebraderos de cabeza en plena pandemia en otros campos del país, como en Aragón, Cataluña o Castilla-La Mancha.
“No es para estar orgulloso. Indica que en la provincia hay mucha gente en paro deseando trabajo”, tercia sin rodeos César Saldaña, presidente del Consejo Regulador del Vino de Jerez. Pero esa histórica debilidad de Cádiz —pandemia al margen, la zona lleva años atascada en una tasa de paro que pocas veces baja del 24%— se ha convertido en un punto fuerte para una vendimia que, desde el 8 de agosto, transcurre sin sobresaltos de contagios conocidos en los pagos de vid de Jerez, El Puerto de Santa María, Rota, Sanlúcar de Barrameda o Chiclana de la Frontera. En total, el Consejo Regulador tiene contabilizadas hasta 7.000 hectáreas de vid (la mayoría en el municipio jerezano) en las que la mitad de la uva se recoge a mano y el resto de forma mecanizada.
Hace años que las máquinas entraron con fuerza en los viñedos de Jerez. Parecía que iban a arrasar, pero pronto se toparon con otro de los frenos que ahora parece ser un aliado contra la covid. “Muchas de las hectáreas de vid son propiedad de pequeños propietarios aglutinados en cooperativas y en sus viñas siguen recurriendo a la recogida manual con personal de la zona”, apunta Saldaña. En La Capitana, Juan Luis Ferral lleva ya 18 años recurriendo a la cuadrilla de Puerto Serrano en la que trabaja Morato para recoger las 12 hectáreas de viñas de su padre que el jerezano explota —y faena— junto a sus hermanos.
“Los que le sacamos algo de beneficio a la tierra somos los que la trabajamos”, apunta el viticultor para visualizar que, difícilmente, da para lujos “las 68 pesetas” —0,40 euros— que suelen pagarles por el kilo de uva recogida. A esos paupérrimos precios que justo el campo español estaba batallando cuando la pandemia golpeó el país, Ferral tuvo que sumar el nuevo quebradero de cabeza de esquivar los contagios en sus vides. En Covijerez —la mayor cooperativa de Jerez que aglutina a 200 viticultores y unas mil hectáreas— llegaron a plantear la posibilidad de pasarse a la vendimia mecánica ante el riesgo de que la uva se arruinase por posibles paralizaciones de actividad por contagios.
Pero no hizo falta. “El virus lo que más necesita es sentido común”, apunta Ferral. Y por eso sus jornaleros tienen búcaros independientes por líneo de vides. Como todos proceden del mismo pueblo y son familiares entre ellos no llevan mascarillas para su arduo trabajo al sol, pero sí deben llevar tapabocas todos aquellos que son ajenos a la cuadrilla, como el propio viticultor y sus hermanos que, en el pasillo central, le recogen a los jornaleros las espuertas cargadas de uvas para volcarlas al camión. El mismo empeño han puesto en el lagar en Covijerez, donde la molturación y preparación de la uva en mosto se ha convertido en una suerte de laboratorio estanco en la que “hasta los documentos se desinfectan”, como asegura Ferral.
Por ahora, las medidas —similares en la mayor parte de los pagos— parecen haber funcionado bien en un Marco que ya ha recogido 50 millones de kilos de uva, de los casi 58 que tenía previsto recoger, en un año agrícola en el que las temperaturas suaves y la escasez de viento seco levante han provocado una vendimia extraña en todos los sentidos. “Hemos establecido todos los protocolos de distanciamiento social recomendados y vamos bien. Si ha habido parones es por tener que esperar a llegar al grado adecuado de la uva”, resume Saldaña.
Si no fuera por la mascarilla de Fino Simpecado con la que Ferral y sus ayudantes se cubren la boca, entre las vides nada visible recordaría que España está asolada por una pandemia. Con todo, el viticultor asegura que en otros pagos ha costado encontrar mano de obra: “Quizás sea por el miedo al virus. O porque si alguien cobra una ayuda de 600 euros y con la vendimia ganas 400 pues no compensa”. No es el caso de Morato, que sucedió a su padre en esa misma cuadrilla y que ya piensa en el futuro campo que pisará: “Iremos a la aceituna. Estamos encerraos como los caballos en el pueblo para que el virus no llegue. Solo salimos a trabajar. A donde nos llaman, tenemos que ir”.
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