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El ‘kushti’, la ancestral disciplina de lucha libre india que exige abstinencia y celibato

Viven internados, desde niños en muchos casos. Les visitamos en sus entrenamientos para conocer sus vidas y sus grandes sueños

Es de madrugada en Kolhapur y sus calles, aún a oscuras, siguen desiertas mientras casi toda la ciudad duerme. Todavía faltan un par de horas para que empiecen a subir las persianas de los comercios y el tráfico se apodere de las calles de esta agradable ciudad del Estado de Maharashtra, al sudeste de la India. Entretanto, Ashutosh Patil, de 22 años, en pie desde las cuatro de la madrugada, ya ha empezado el primer entrenamiento del día junto a sus compañeros alrededor de un pozo d...

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Es de madrugada en Kolhapur y sus calles, aún a oscuras, siguen desiertas mientras casi toda la ciudad duerme. Todavía faltan un par de horas para que empiecen a subir las persianas de los comercios y el tráfico se apodere de las calles de esta agradable ciudad del Estado de Maharashtra, al sudeste de la India. Entretanto, Ashutosh Patil, de 22 años, en pie desde las cuatro de la madrugada, ya ha empezado el primer entrenamiento del día junto a sus compañeros alrededor de un pozo de tierra rojiza, apenas iluminado por una tenue bombilla y presidido por un pequeño altar con la imagen del dios mono hindú Hanuman (considerado el dios de la lucha en la India por representar la fuerza, el valor y la autodisciplina) en el talim Gangavesh. La ciudad de Kolhapur, de unos 800.000 habitantes, atrae a miles de peregrinos de todo el país por el templo hindú de Mahalaxmi, pero es conocida también por ser un importante centro de culto del kushti, un estilo tradicional de lucha libre sobre arcilla en la India.

Los talims son centros de entrenamiento de kushti con instalaciones básicas de alojamiento, donde luchadores de todas las edades conviven por igual bajo un estricto régimen de rigor y consagran todo su día a la práctica de este deporte milenario cuyos orígenes podrían remontarse hasta la antigua Persia. “Este es uno de los talims más antiguos de Kolhapur”, dice con orgullo Ashutosh, empapado de sudor y vestido únicamente con un langot o taparrabos marrón. “Fue fundado por el rey Shri Chhatrapati Shahu Maharaj hace más de 100 años”. Recordado por ser un gobernante progresista que propició reformas sociales y por fomentar la educación, el arte y el deporte, el monarca construyó cientos de talims por toda la ciudad durante sus 28 años de reinado, de 1894 a 1922. De esa época todavía siguen en activo legendarios talims como el de Gangavesh, el de Sahapuri o el de Motibag, de donde han surgido grandes luchadores.

Durante dos horas y media, Vishwas Hargule, el gurú del talim Gangavesh, dirige el entrenamiento de forma autoritaria. Luchador en su juventud, el maestro de 44 años goza de un gran reconocimiento social y hoy se encarga de formar a los nuevos luchadores que permanecen concentrados haciendo innumerables repeticiones de sentadillas y flexiones alrededor del pozo. Durante la primera parte de la práctica, se van alternando grupos de cuatro luchadores en su interior, removiendo la tierra rojiza con una enorme azada, haciendo ejercicios de fuerza y preparando el suelo para el combate.

En el talim, al que poco a poco han ido entrando algunos rayos de luz, solo se escuchan enérgicos rugidos de esfuerzo que suenan al unísono, los gritos del entrenador y algún que otro golpe seco en la espalda con una caña de bambú que recibe uno u otro luchador a modo de reprimenda. El aire se vuelve cada vez más denso y la temperatura va subiendo a medida que avanza el entrenamiento. Seis de los luchadores saltan dentro del pozo de tierra. Se colocan en parejas, uno frente a otro, se inclinan levemente mientras se observan durante unos segundos. Entonces se abalanzan contra su oponente, intentando agarrarlo para hacerle caer de espaldas contra el suelo. No hay límite de tiempo: ganará el combate quien consiga fijar al suelo los hombros y las caderas del oponente. La tierra, una mezcla de arcilla, yogur, mantequilla clarificada (ghee) y cúrcuma en polvo, se va pegando a sus cuerpos ante la atenta mirada de sus compañeros, que siguen haciendo ejercicios alrededor del pozo mientras otro grupo continúa el entrenamiento en el patio, levantando pesas y trepando por cuerdas atadas a un árbol. Todos respetan al gurú. Una vez ingresan en el talim quedan bajo su tutela. Él es quien decidirá su pauta de entrenamiento y la dieta que tienen que seguir para aumentar su fuerza y su masa muscular.

Ashutosh se ha preparado un enorme batido para recuperarse de la dura sesión que ha terminado pasadas las siete de la mañana. Todos toman esta bebida energética (hecha a base de almendras, semillas de amapola, pétalos de rosa, cardamomo y leche de búfala) dos veces al día, después de cada entrenamiento. Su alto contenido en proteínas les ayuda a su recuperación muscular. En un rato desayunará junto a un par de compañeros en la misma sala donde duermen, cocinan, comen y hacen vida. “Después del desayuno descansamos, sobre las once de la mañana comemos y a las 15.30 empezamos el segundo entrenamiento del día, que termina a las seis de la tarde; después nos duchamos, nos preparamos la cena y a las diez de la noche se apagan las luces para dormir”, dice mientras va dando sorbos a su bebida reconstituyente.

“Seguimos esta misma rutina todos los días, excepto los jueves, que no hay entrenamiento”. Ashutosh empezó a entrenar de pequeño en Jeur, una pequeña aldea del distrito de Solapur, a 250 kilómetros de de Kolhapur. Allí vive su familia, a la que apenas ve un par de veces al año desde que decidió, a los 18, mudarse al talim Gangavesh para mejorar su técnica y progresar en su carrera de luchador de kushti. “Mi sueño es conseguir el título de la competición de Maharashtra Kesari”, sonríe este joven corpulento, que cuando llegó hace cuatro años pesaba 80 kilos. Hoy ya está en los 92.

Tres kilómetros al este, en un viejo edificio de tres plantas ubicado detrás de la estación de tren de Kolhapur, se encuentra el talim de Sahapuri, donde un centenar de chicos, de entre 6 y 28 años, descansa del primer entrenamiento del día, el cual ha finalizado a las siete de la mañana con los primeros rayos del sol. En un extremo del patio hay una ducha de agua fría al aire libre donde varios luchadores cubiertos de tierra y sudor esperan su turno mientras conversan animadamente. Las mismas duchas más tarde servirán también para lavar los platos y la ropa, la cual se deja colgada por todo el patio. Otro grupo reposa en el banco de obra pintado de rojo que ocupa la pared lateral del patio con vistas a las vías del tren. Allí se encuentra Rushi Patil, de 19 años, quien vive desde los 9 en el talim Sahapuri bajo la estricta rutina de entrenamiento y disciplina que requiere la práctica de este deporte.

“El kushti lo es todo para mí, y aunque supone un gran sacrificio es un honor formar parte de este talim”, dice orgulloso. Ya ha ganado varias competiciones. Además de la rutina que deben seguir en su día a día tanto en el deporte como en la dieta, se les inculcan valores morales y éticos que incluyen el celibato y la abstinencia del consumo de alcohol y tabaco, buscando la pureza del cuerpo y el espíritu del luchador. Chicos jóvenes que deciden pasar sus años de juventud en confraternidad, llevando una vida espartana y casi monacal, para convertirse en respetados luchadores de kushti.

El olor a especias y cebolla llega desde los dormitorios del primer piso. “Vine aquí porque quiero convertirme en un gran luchador”, dice, mientras prepara su comida desde otro talim centenario, Pavan Bhandigare, de 22 años, quien llegó hace dos años de Walva, un pequeño pueblo rural a 35 kilómetros de Kolhapur, convirtiéndose en el primero de su pueblo en entrenar en el reputado talim Motibag. Hijo y nieto de luchadores, Pavan espera que sus futuros hijos también sigan con la tradición de lucha libre familiar.

La mayoría de los luchadores de kushti proceden de familias de agricultores como Pavan y empiezan a entrenar desde pequeños, ya que muchas anhelan que alguno de sus hijos se convierta en luchador por el gran prestigio que eso conlleva, aunque los primeros años de entrenamiento signifique un sacrificio económico para las familias, sobre todo en años de malas cosechas. Aunque el alojamiento en el talim solo cuesta unas 500 rupias al mes (5,26 euros), cada luchador debe comprarse lo necesario para hacerse la comida y vivir. Incluso los más jóvenes deben cuidarse a sí mismos. “Ahora, en toda la temporada de competiciones [de octubre a mayo] ya estoy ganando entre 1,5 y 2 lakhs [entre 1.650 euros y 2.200 euros] y todos los meses gasto unas 16.000 rupias [175 euros al mes, 2.100 euros al año], con lo que mi familia ya no tiene que mandarme tanto dinero”, dice Pavan satisfecho, aunque consciente de que todavía le queda un largo camino para llegar a ser un gran luchador. Compiten en época de monzones. Durante el resto de meses siguen viviendo y entrenando en el talim, preparándose para la siguiente temporada de torneos.

Aunque el Gobierno indio ha tratado de promover los combates sobre lona, con la intención de equiparar la lucha libre india a la de otros países y hacerla más competitiva a nivel internacional, lo cierto es que la mayoría de los luchadores prefieren el kushti como símbolo de identidad y respeto. Avishkar Patil, de 14 años, todavía no ha empezado a competir. “Llegué al talim Motibag hace siete meses y ya he subido un poco de peso”, dice tímidamente mientras dobla su uniforme del colegio y lo guarda en un baúl de madera que contiene las pocas pertenencias que tiene.

“Voy al colegio de doce de la mañana a cinco de la tarde, así que puedo hacer todo el entrenamiento de las mañanas y parte del de la tarde, al que me uno cuando regreso de la escuela”, explica Avishkar con aire serio. Aunque su familia vive en Kolhapur solo se ven cada dos meses, ya que, como el resto de sus compañeros, está inmerso en la estricta rutina disciplinaria que rige la vida de los luchadores de kushti, con jornadas fraccionadas en tiempos bien definidos para el ejercicio, la preparación de alimentos, el descanso, el baño, el lavado y el sueño. “A pesar de que veo poco a mi familia, sé que ellos están muy orgullosos de mí”.

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