El grito de la selva

Al hacer multimillonario a este individuo y presidente del llamado mundo libre a Donald Trump hemos permitido que se nos nieguen siglos de humanismo

Elon Musk habla en un mitin de Donald Trump el pasado octubre. Evan Vucci (AP / LaPresse)

El macho dominante, tras golpear al adversario con un hueso en la cabeza, ha lanzado ese hueso al aire y celebra su triunfo con la expresión de un mono satisfecho. El hueso, como en la película de Kubrick, caerá convertido en un cohete de los que fabrica Elon Musk, el primate de la foto. Todo ello sin transición alguna, como si no hubieran existido Platón ni Sócrates ni san Agustín ni Aristóteles, como si no hubiera existido Cristo. Sabemos que, si un caniche rebobinara unos cuantos siglos, regresaría al lobo del que procede. Si los seres humanos hiciéramos lo mismo, llegaríamos a Elon Musk o ...

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El macho dominante, tras golpear al adversario con un hueso en la cabeza, ha lanzado ese hueso al aire y celebra su triunfo con la expresión de un mono satisfecho. El hueso, como en la película de Kubrick, caerá convertido en un cohete de los que fabrica Elon Musk, el primate de la foto. Todo ello sin transición alguna, como si no hubieran existido Platón ni Sócrates ni san Agustín ni Aristóteles, como si no hubiera existido Cristo. Sabemos que, si un caniche rebobinara unos cuantos siglos, regresaría al lobo del que procede. Si los seres humanos hiciéramos lo mismo, llegaríamos a Elon Musk o a Donald Trump. Me vienen a la memoria entonces aquellos versos de Cernuda:

“Lo que el espíritu del hombre

ganó para el espíritu del hombre

a través de los siglos

es patrimonio nuestro y es herencia

de los hombres futuros.

Al tolerar que nos lo nieguen

y secuestren, el hombre entonces baja,

¿y cuánto?, en esa dura escala

que desde el animal llega hasta el hombre”.

Eso es lo que hemos permitido al hacer multimillonario a este individuo y presidente del llamado mundo libre a Donald Trump: que se nos nieguen siglos de humanismo. Ahí, en esa imagen de macho dominante, no hay sitio para Cervantes ni para Shakespeare ni para la fenomenología ni para el existencialismo. No hay sitio para Camus ni siquiera para el liberal Vargas Llosa. Ahí solo hay sitio para el escupitajo, para el grito selvático con el que nos acostamos hoy y amaneceremos mañana.

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