Jacob Elordi, la estrella de ‘Euphoria’ de origen vasco que no entiende su éxito

Antes del primer disparo de la cámara, Jacob Elordi (Brisbane, 24 años) se mueve como un niño atrapado en el cuerpo de un gigante. Sentado en una banqueta frente a la decena de profesionales que integran el equipo responsable de las fotografías, el actor australiano se pellizca la piel de los bíceps y no puede dejar quietas las piernas. Cuando mira al objetivo, parece pedir auxilio. Más tarde explica que la principal razón por la que aceptó ser rostro del nuevo perfume de Hugo Boss fue para enorgullecer a su madre, a quien le gusta ir conduciendo por la carretera y verlo impreso en enormes car...

Antes del primer disparo de la cámara, Jacob Elordi (Brisbane, 24 años) se mueve como un niño atrapado en el cuerpo de un gigante. Sentado en una banqueta frente a la decena de profesionales que integran el equipo responsable de las fotografías, el actor australiano se pellizca la piel de los bíceps y no puede dejar quietas las piernas. Cuando mira al objetivo, parece pedir auxilio. Más tarde explica que la principal razón por la que aceptó ser rostro del nuevo perfume de Hugo Boss fue para enorgullecer a su madre, a quien le gusta ir conduciendo por la carretera y verlo impreso en enormes carteles. Para él, todo esto es más bien una “suerte de pesadilla” de la que, aclara, agradece formar parte.

El nombre de Jacob Elordi, de raíces vascas, resonó en Hollywood en 2018 cuando protagonizó a los 21 años Mi primer beso, una comedia romántica de Netflix. El escaparate de la trilogía adolescente le sirvió de entrenamiento para la fama que ha cosechado por su trabajo en Euphoria, un revolucionario drama juvenil de HBO estrenado en 2019. El fenómeno televisivo ha reventado los récords de audiencia durante la segunda temporada, cuyo último capítulo se estrenó el pasado 27 de febrero. La joven promesa ya ha puesto un pie en el cine fuera de las plataformas con la película Deep Water, de Adrian Lyne (Lolita, Atracción fatal), donde comparte cartel con Ben Affleck y Ana de Armas. El estreno, dos veces retrasado por la pandemia, tiene como fecha este 18 de marzo.

FOTOGALERÍA: JACOB ELORDI PARA ‘EL PAÍS SEMANAL’, POR PAOLA KUDACKI

“Todos los días siento que no debería estar aquí. Que soy un impostor”, reconoce con sus casi dos metros de altura desparramados en un sillón. Viste chándal. Desde un estudio con una privilegiada vista a Manhattan, no da crédito de hasta dónde ha llegado. “Ha sido un viaje muy loco”, afirma al recordar sus orígenes. Cuatro décadas atrás, sus abuelos y su padre, de ocho años, emigraron del País Vasco con ocho dólares en el bolsillo para forjarse un futuro en Australia. “Estoy superorgulloso de esa herencia”, sostiene el actor. En un vago recuerdo del viaje que hizo a la tierra de sus ancestros conserva la imagen de “hombres peludos y audaces matando pollos”.

Elordi lleva un diario ficticio por cada personaje que interpreta. En ellos garabatea pensamientos o situaciones que se escapan al guion. Su método, explica, responde al miedo de no estar a la altura. El agresivo atleta de instituto Nate Jacobs (Euphoria) le ha dado suficiente material como para rellenar dos diarios. Encarnar el trauma que le supuso a ese personaje descubrir a los 11 años unos vídeos sexuales en los que aparece su padre, a veces con menores de edad, ha significado un reto para la nueva estrella. “Es muy desafiante, pero también gratificante”.

Ahora que es conocido en todo el mundo y ya tiene más cintura para elegir en qué proyectos quiere embarcarse, explica que está en busca de personajes opuestos a él. Que le permitan cuestionar y entender otras visiones sobre los grandes temas: el amor, el miedo y la pérdida. Tiene la esperanza de que su trabajo logre el mismo efecto que surte en él ver una película. A él le ayuda a gestionar sus sentimientos. “Otros lo hacen con la música, yo lo hago con el cine”. Su próximo objetivo, añade, es hacer teatro.

Después de tres horas de sesión, arropado por los halagos, a Elordi se le ve tranquilo. Sus poses evocan a un joven James Dean o incluso a Marlon Brando. Da igual. La cámara está completamente rendida. Al final, se quita la camiseta, grita de alegría y pide al equipo que se acerquen para tomarse una foto con ellos. Todavía parece un niño, pero ahora uno que disfruta con el juego.