Formentera, la isla que sobrevive al encanto de ricos y famosos
Desde su costa es igual de fácil avistar pájaros autóctonos como los cormoranes que enormes yates que transportan celebridades como Kate Moss, Leonardo DiCaprio o Maluma. Su popularidad no ha acabado ni con su encanto, ni con las verdaderas fuerzas vivas de la isla, que llegaron para quedarse o que vuelven cada año para mantener el espíritu libre de este mágico lugar.
A uno le gustaría poder decir que después de 30 años veraneando en Formentera ha conocido a muchos de los famosos habituales en la isla. Pero no. También es verdad que igual es que no se frecuentan los mismos sitios que ellos. Isak Andic, el dueño de Mango, por ejemplo -que tiene casa lío en Punta Gavina, como Rafael del Pino, de Ferrovial-,...
A uno le gustaría poder decir que después de 30 años veraneando en Formentera ha conocido a muchos de los famosos habituales en la isla. Pero no. También es verdad que igual es que no se frecuentan los mismos sitios que ellos. Isak Andic, el dueño de Mango, por ejemplo -que tiene casa lío en Punta Gavina, como Rafael del Pino, de Ferrovial-, iba mucho a El Beso, en Illetes, con los invitados de su discreto barco Nirvana Formentera, que cabe en la isla por los pelos, pero si sólo has estado en el aparcamiento para acompañar a unos amigos es difícil que te lo encuentres.
Eso no quiere decir que no se puedan tener experiencias con gente conocida aunque no vayas al meollo de la isla. Puedes haber vivido por ejemplo una inolvidable sobremesa inesperada con Jorge Drexler en el Pelayo en la que él y sus músicos empuñaron las guitarras y todo el mundo acabó bailando, incluso en las mesas (en el irreductible chiringuito de Migjorn a nadie le importa que bailes en las mesas: ¡prueba a hacerlo en el Es Ministre de Illetes!, igual hasta te cobran más, si ello fuera posible). O encontrarte y conversar con Sílvia Munt y Ramon Madaula, que alquilaban una casita en Es Còdol Foradat. O charlar con Gerard Quintana en el backstage del escenario de un concierto de Sopa de Cabra en Sant Francesc. Estos años era fácil tomarte unas hierbas codo a codo con Pau Donés, que era un habitual de la isla, en la barra de la Fonda Pepe en San Ferran (hace unos días, en bicicleta por el Camí Vell de la Mola, se podía ver una conmovedora pintada en las piedras de un murete: “Te echamos a faltar, Pau”). Una vez en 2013, corrió la noticia de que Kate Moss estaba en el Beach Club del kilómetro 10.7 (¡qué precios!), pero al llegar allí ya se había ido. Xavier Vidal-Folch se ha convertido en los últimos años en un fan del Can Rafalet y las playas de Es Caló, pero, claro, no es Kate Moss.
A veces, observando con catalejo los cormoranes (las aves abundan tanto en la isla como los famosos, aunque es más gratificante observarlas), la mirada se te queda prendida en alguno de los yates fondeados en Migjorn y ves gente como hormiguitas en la cubierta que luego -como puedes comprobar al día siguiente en el Diario de Ibiza- resultan ser Messi, Maluma, Boris Becker, Carlota Casiraghi, Giorgio Armani o la influencer Dulceida. También es un asiduo de la isla Leonardo di Caprio, al que debe hacer gracia contemplar en la proa de una embarcación, aunque no se hundiera.
El barco que se veía a menudo a lo largo de los años, además del de Antic, es el de Philippe Starck, el A, imposible de confundir porque no parece un barco sino una cosa de otro mundo. Alguno habrá sopesado ir nadando hasta él (agarrado a algo porque solía estar lejos), y subir a cubierta como hacían los nativos de la bahía de Kealakekua para vender cocos en el HMB Endeavour del capitán Cook. Ahora ya es tarde porque Starck se vendió la casa en 2018, uno de los que han dejado estas tierras (y aguas) visto el curso que tomaban las cosas, cosas a las que ellos mismos han contribuido, precisamente.
Hablando de barcos y marinos, no está claro si hay que contabilizar como famoso a uno de los más célebres visitantes históricos de la isla, el corsario argelino Aydin Cachadiablo, uno de los capitanes de Barbarroja que capturaron una flota cristiana en el combate de galeras de Espalmador en 1529, pero seguramente no es el tipo de celebrity que uno imagina al pensar en Formentera.
Hay que matizar que algunos famosos de vacaciones quizá se te pasan por alto no sólo porque no coincides sino porque es habitual, por lo que se ve en las revistas del corazón, que en la playa no parezcan ellos mismos, especialmente en bañador o incluso sin. Volviendo a los barcos, durante años, mientras leías las veinte novelas marineras de Patrick O’Brian, podías vigilar un precioso velero de líneas clásicas con bandera inglesa en el que se decía que viajaba la familia real británica, pero no se ha podido confirmar: el catalejo no da para tanto. También parece que es corriente toparse con la realeza noruega, la princesa Mette-Marit, etcétera, que andan sin tapujos. No debe ser difícil reconocerlos: estarán como gambas escandinavas.
Quien sí que parecería que debe haber conocido a multitud de famosos pues lleva más de medio siglo siendo asiduo de Formentera y pasando largas temporadas, es Ricardo Corachán, inconfundible en el Bar del Centro de Sant Francesc en bermudas, sombrero y cesto de paja. Así que le pedimos que de nombres y explique historias de celebridades. Corachán, que tiene 77 años, llegó a la isla por primera vez a los 23, en octubre de 1967 a raíz de un viaje que montó la discoteca Bocaccio en Ibiza y que incluyó una excursión a Formentera para comer un arroz. Se adelantó cuatro años a Formentera Lady de los King Crimson (1971) -y dos a More (1969), la película ambientada en Ibiza con música de Pink Floyd, cuyos fundadores Nick Mason, Richard Wrigth, Roger Waters y Syd Barret, estuvieron en Formentera precisamente el mismo año que Ricardo (Waters y su novia habían estado el año antes). No viajó Ricardo en la Joven Dolores -la célebre embarcación que hacía el trayecto entre islas por los Freus con hasta tres coches a bordo y que había entrado en funcionamiento en 1965, hoy desguazada y convertida en marca de vino- sino en una barca más pequeña. “Eran los tiempos de la juventud dorada de Bocaccio y la Gauche divine, yo iba mucho pero no era de la intelectualidad sino de la parte vital, del chumba chumba”, aclara Corachán. “Cuando desembarcamos en Formentera me gustó tanto que volví los años siguientes y ya no he dejado de volver”.
Ricardo dice que no tenía ni idea de Formentera antes de pisarla. El arroz lo comieron en Can Rafalet, que había abierto el año antes. “Desde la terraza sólo se veía entonces una casa; lo que más me impactó de la isla fue el agua, su color. Cuando volví y alquilé una vivienda pagaba 100 pesetas al mes, vamos que no llegaba a un euro. ¡Qué cambio los precios, desde luego! Ahora por una casa en la Mola te llegan a pedir 2.800 euros diarios”. ¿Y los famosos? ¿Conoció a los Pink Floyd, por ejemplo? “Pues la verdad es que ni entonces ni después he conocido gente célebre en la isla, he estado alejado de los eventos”. Pues vaya, sí que estamos bien. “Desde el principio decidí que lo que quería no era relacionarme con sobrevenidos sino con la gente de aquí. Es lo que he hecho todos estos años y todavía hay seis o siete casas de personas de la isla en las que me puedo presentar a comer sin avisar. Me ayudó ser médico y haber podido echar una mano cuando era necesario”.
De cómo ha evolucionado la isla, Corachán observa que “sigue siendo bonita, y si estás en un sitio apartado y sales a bañarte a horas fuera de lo habitual de los turistas y a sitios poco frecuentados es una isla que tiene lo que yo vine a buscar”. Del disparate de los precios, una de las amenazas junto con, paradójicamente, la masificación, reflexiona que le parece muy bien por los naturales de Formentera. “Hoy en día no hay ninguno que no tenga dinero, y los que han sabido no vender, más; pero para mí la popularidad de la isla y lo que ha conllevado los encuentro horrorosos. Ha cambiado el modelo de vida de todo lo que hacía. Yo antes cuando iba a la playa y había una persona me iba para no molestar. La sensación de libertad, de hacer lo que querías también ha desaparecido. La primera tongada de visitantes fueron los alemanes que estaban bien porque eran muy discretos. Tampoco los franceses fueron invasivos. Pero luego llegaron los italianos y fue terrible”.
Ricardo cree que la isla ha perdido un poco el alma, la autenticidad, la tranquilidad, la sencillez de la vida. Añora aquella época “de experiencias hippies o berlanguianas” en que podían pasar un mes buscando una nevera por toda la isla o iban a cantarle “a una vaca triste y a un toro que no cumplía”. O cuando te perdías por Es Cap buscando la casa donde había una fiesta y que estaba iluminada sólo con velas”. Y vuelve a los precios: “Todo es carísimo, la vivienda aún más”. Recuerda los chiringuitos, “cuando eran chiringuitos de verdad y podías comer sin que te agujerearan el bolsillo. Me acuerdo cuando íbamos al Juan & Andrea cada día a tomar un arroz. Es Ministre era una caseta de pescadores: pasabas por la mañana, decías vendremos y salían a pescar y nos preparaban un plato. Ahora son sitios para una élite”. No cree que la cosa tenga marcha atrás. “La esencia de la isla como la conocimos se ha acabado, aunque puedes encontrar algún lugar y, claro, la isla física sigue estando, con el agua más bonita del mundo, y fuera de temporada puedes disfrutarla. Pero yo dejaré de venir”.
En fin, que de famosos nada. Alguno habrá visto pasar. “Miss España 1966, la Torres; el pintor Antoni Taulé que se instaló en Formentera en 1970, César El Pastillas, que vivía en una cisterna, Pau Donés … ¿Valen estos? He hecho mucha vida en casa, no he frecuentado los círculos de famosos, lo siento”. Curiosamente, Ricardo afirma que la leyenda de que Bob Dylan estuvo en Formentera en 1967 es verdad. Es uno de los pocos que lo cree ya. “Seguro, vivió en una cueva en Cala Saona a mano izquierda. Yo no lo vi, pero me lo ha asegurado gente que no me miente”.
Formentera atrae a mucha gente con sus playas de arena blanca, sus aguas turquesas, su gradación de azules inenarrables de mar y cielo, pero los veraneantes habituales suelen dividirse básicamente en dos grupos que raramente se mezclan. Los que van a ser vistos, a socializar y a disfrutar los must de la isla y los que buscan la experiencia más primigenia y auténtica del lugar, o lo que queda de ella. Los primeros prefieren Illetes, recalando en sus chiringuitos de precios disparatados incluso para la propia Formentera, donde todo cuesta una pasta y las tarjetas de crédito mueren extenuadas. En ese ámbito hay que buscar a los famosos, bajando de sus barcos en la zodiac de Juan & Andrea rumbo a una paella en el local o sentando sus reales en el Tiburón. Los puedes luego encontrar cenando en el Can Carlito de Nandu Jubany en la Savina, en algún restaurante puesto del final del paseo de Els Pujols, o en el Molí de Sal, a la entrada de Illetes. Este arranque de temporada te podías hacer un selfi con Rafa Nadal en Sa Sequi. Sin duda este verano los famosos recalarán a cenar en el Tapas 24 que ha abierto Carles Abellà en Sant Ferran entre Casa Pepe y Macondo, aunque Carles, un verdadero enamorado de la isla auténtica, aspira a tener (y satisfacer) todo tipo de clientes y nunca especulará con una mesa vacía por si viene alguien más guais como es costumbre en otros sitios. Otra noticia reciente es que se ha inaugurado un circuito de skate en Sant Francesc, pero no creo que vaya a atraer celebrities.
Que los famosos prefieran, a grandes rasgos, el norte de la isla no quiere decir que no aparezcan por el sur, la parte que en general se conserva más prístina, con ese juego de pistas de la felicidad que componen los tejados de palma del Pelayo, los manteles de hule del Sol y Luna, las sombras de las sabinas de Sa Platgeta y el campo de cañas de Vogamarí. En verano es habitual ver enjambres de embarcaciones que han doblado el cabo de la Mola y han desembocado en la larga playa de Migjorn. Lo corriente es que echen el ancla frente al Blue Bar, Es Còdol Foradat (cuyo restaurante se ha quedado también Jubany, con tantos problemas al inicio de este verano por positivos de la covid de su personal) o, sobre todo Els Arenals. Esta temporada la abertura ahí de Casa Pachá Formentera, un “hotel boutique”, de tonos tierra con oferta gastronómica (el otro día estaba comiendo Cholo Simeone) y musical y espléndidas vistas sobre el mar (habitaciones premium sobre los mil euros la noche y suites al doble, vamos puro mundo hippy), contribuirá a aumentar la presión de la gente con más glamur y posibles sobre Migjorn, como ha hecho el Gecko Beach Club en la zona de Es Pí des Català.
En todos esos sitios se puede localizar famosos de veraneo; en realidad, el problema es evitarlos. Pero si lo que de verdad uno quiere conocer es gente interesante, el who is who de Formentera es otro. En esa lista alternativa están el farmacéutico pinchadiscos dj Pharma, el navegante Vincent de Froidmont, el hombre de una sola pierna del kilómetro 10.5, el submarinista atacado por un pez espada Ernest de Longis; Rufino Díaz, que viajó de Menorca a Formentera en un hobie cat y sobrevivió; Joan Mari Tur y su madre, Carme Tur, que dan la mejor conversación de la isla en su librería; Ricardo, Melina, la familia Carola, Carles Abellà en bici y en Sa Platgeta, el notario escritor Javier González Granados; el otro farmacéutico, el ilustrado Joan Torres; Martí Juan Mayans y todos los suyos, los camareros y amigos del Pelayo, el fotógrafo Francesc Fàbregas, Melina, que se ha ido a otra isla… Personas llenas de historias para contar y experiencias que compartir, el otro tesoro de Formentera aparte de su mar turquesa, sus playas , sus campos de cabras e higueras al atardecer y sus sitios recónditos para enamorarte, y por el que vale tanto la pena la isla.