Instrucciones para convertirse en criptoartista

Javier Arrés acabó 2019 con 300 euros en la cuenta y llegó a la primavera de 2021 con eso multiplicado por 3.000. La razón: un fenómeno digital en pleno auge.

El artista Javier Arrés en su casa de Córdoba.Francis Tsang

Mírelo bien. He aquí un tipo normal saliendo de la precariedad cuando todos entran. Llámele criptoartista, aunque ni siquiera él, Javier Arrés (Motril, 1982), supiera exactamente qué era eso hasta finales de 2019. Una epifanía en forma de e-mail le abrió las puertas de una tribu ilustrada que llevaría el prefijo cripto por la vida y anunciaría a sus semejantes el advenimiento de una nueva era, la de los NFT (No Fungible Tokens). Unas siglas que aunque tampoco le suenen están a punto de poner orden en ese bazar caótico que llamamos internet.

Hasta aquel correo, Arrés era solo un artista ...

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Mírelo bien. He aquí un tipo normal saliendo de la precariedad cuando todos entran. Llámele criptoartista, aunque ni siquiera él, Javier Arrés (Motril, 1982), supiera exactamente qué era eso hasta finales de 2019. Una epifanía en forma de e-mail le abrió las puertas de una tribu ilustrada que llevaría el prefijo cripto por la vida y anunciaría a sus semejantes el advenimiento de una nueva era, la de los NFT (No Fungible Tokens). Unas siglas que aunque tampoco le suenen están a punto de poner orden en ese bazar caótico que llamamos internet.

Hasta aquel correo, Arrés era solo un artista digital que triunfaba con sus GIF. Pero triunfaba solo teóricamente, porque vendía muy poco a pesar de que sus visual toys se reproducían millones de veces. “Era imposible certificar que un GIF era una pieza única, y el coleccionista busca la autenticidad de la obra”, cuenta en su piso alquilado en el Albaicín, en Granada. Para vender, ensayaba todo tipo de formatos. “Por ejemplo, un pendrive metido en una cajita con un sello, pero mi GIF se lo podía descargar cualquiera de internet y el comprador no tenía cómo acreditar que su pieza era la auténtica”.

“Tenía esos problemas cuando… ¡plin!, llega un correo de [Javier Arrés engola la voz] Danny Fu, fundador y CEO de MakersPlace”.

Mr. Fu le propuso que se uniera a su plataforma: “El primer mercado de arte digital verdaderamente raro y auténtico”, anuncia su web. Fue la primera vez que Arrés escuchó hablar de criptoartista y NFT. “Era difícil de entender, pero yo me había topado con muchas barreras para autentificar mi obra, y pude ver que ahí estaba una solución”. Los NFT, creados en 2017 por la red blockchain Ethereum, son las escrituras de internet. Un certificado de propiedad y autenticidad sustentado en tecnología blockchain que distingue un archivo digital original. Y aunque pueda ser descargado mil veces, solo hay un dueño y un original, los que acredita el NFT. Así, la NBA ha tokenizado —anote ese verbo— el videoclip de una jugada de LeBron James y lo ha vendido por más de 174.000 euros y The New York Times ha subastado una columna por 475.000. Tanto el vídeo como el texto pueden seguir consumiéndose en la Red, pero ya tienen dueño. Si usted se los descarga en su teléfono, no tendrá el activo digital, solo una de sus copias que, por cierto, no valen nada.

Arrés, ante uno de sus universos de máquinas y arquitectura. Una obra digital impresa en papel por deseo del compradorFrancis Tsang

En 2019 MakersPlace buscaba reclutar artistas. Hoy intentan entrar en la plataforma entre 15.000 y 20.000 creadores cada día. Al inicio Arrés tuvo reservas, pero fue ganando confianza porque encontró una comunidad siempre dispuesta a calentar la puja. “Ponía un GIF por 200 euros, lo subían a 300, luego a 600. Y, claro, me enganché a refrescar la página”. Intentó convencer a colegas. “Nadie quiso entrar y hoy me llaman llorando… ¡Pero es que hay que arriesgar un poco en la vida, hombre!”.

En la prehistoria del criptoarte —­léase inicios de 2020— estuvo entre los 16 artistas más vendidos del mundo. Cuando los DJ, Paris Hilton y otros famosos descubrieron los NFT, se fue quedando atrás en la clasificación.

Arrés fue un niño que “dibujaba sin parar”. Apuntado a clases de dibujo desde los 10 años, dominaba los bodegones, pero lo que le interesaba era Mario Bros. “Jugaba lo que me dejaban. Mi madre era profesora de Lengua, y mi padre, policía. Tenía en casa los dos mayores estamentos de control que le pueden tocar a un adolescente”. Siempre dijeron que estudiaría Bellas Artes y sería profesor. Nunca dijeron artista.

Tal y como estaba mandado, intentó entrar en Bellas Artes en la Universidad de Granada, pero no le llegó la nota y tuvo que conformarse con un sucedáneo, Historia del Arte. “No fui nunca a clases, iba a la Facultad como quien va a yoga”.

Durante los años que él llama de “pseudouniversidad” trabajaba de camarero y “vivía la noche”. “Yo le he puesto copas a una generación entera. De ahí conozco la condición humana. Todo el que ha trabajado en la noche sabe que no existen los seres de luz. Aprendí también que no quería ser camarero toda la vida”.

En 2009 se fue a Inglaterra y a la vuelta consiguió que lo contrataran en una agencia de diseño gráfico en Madrid. Con su “inglés cerrado de camarero de Liverpool” escribió a las empresas de ilustración y empezó a tener encargos importantes.

Taza y cuaderno con dibujos de Arrés.Francis Tsang

“En Madrid he pasado nueve años con sus paros. Yo con el paro he hecho oro”, sentencia. Producía para tener una obra en tinta que enseñar a las galerías, ir a ferias, ganar premios. Su plan era ser artista. ¿Y eso qué es exactamente? “Pues vivir de tu obra. Comprar tiempo para crear lo que quieres. Conseguir que no te digan: ‘Parécete a Pixar o a Disney Channel’, sino ‘quiero tu estilo, lo que tú eres”, define. Se recuerda dibujando muchas horas sin saber qué estaba haciendo. Ahora lo ve clarísimo: “Yo creaba mi universo mucho antes de que apareciera el lugar donde pudiera venderlo”.

En marzo de 2020, España estrenaba estado de alarma y Makers­Place le ofreció su primera subasta. Un drop, en la jerga cripto. “Vamos a descubrir una obra de arte original”, proclamaron en Twitter. “¿Qué será? Parece una máquina futurista de hacer monedas virtuales, o quizá sea una tetera punk para servir bitcoins”.

Su juguete virtual se vendió por 13,2 ethereum, entonces unos 2.000 euros. Arrés sabe que lo compró un gran coleccionista pero no quién; la plataforma, sí. “Les permiten cierta opacidad porque puede ser Elon Musk”, dice con convicción. Desde entonces todo lo que sube a la plataforma vuela. El primer drop marca el “caché digital”. Y el de Arrés es alto. En su última subasta, en abril, ganó unos 400.000 euros —mitad dólares, mitad ethereum—, con una colección NFT de 24 gafas, The Cool Glasses. Solo estuvo disponible 25 minutos que pasó pegado a la pantalla: “Recortan el tiempo, generan ansiedad. ¡Ahora o nunca! Crypto 8888 llegó y arrasó con todo”, cuenta. Crypto 8888 es uno de sus coleccionistas más fieles. “Debe de ser asiático por la abundancia de ochos”, deduce. Eso lo aprendió en su segunda subasta, cuando vendió una obra por 18.888 dólares (unos 15.500 euros). “Me enteré de que en Asia era el número de la suerte”.

Un dibujo a tinta y en papel para su novia, la artista Raquel Galiano.Francis Tsang

Arrés acabó 2019 con 300 euros en la cuenta y llegó a la primavera de 2021 con 900.000. Le satisface que los NFT puedan ayudar a reducir la precariedad de los artistas. “Todo el mundo se fija en la cantidad de dinero que he ganado, pero yo miro a la franja inmensa de artistas que tienen, como yo tenía, otro trabajo para vivir y ahora venden su obra por 500 y 600 euros gracias a los NFT”.

Para mucha gente es un enigma que se paguen esas cantidades de dinero por algo que sigue disponible en internet. “Al coleccionista le interesa la pieza auténtica, la que llegará a los museos digitales. Te puedes descargar lo que quieras, pero sin NFT no tiene valor”, explica Arrés, que se ha convertido en una especie de pedagogo del asunto. Un informe de L’Atelier, la filial de economía digital del banco europeo BNP, registra que el volumen de negocio de los NFT se triplicó en 2020 y que su valor podría estar en torno a los 250 millones de dólares (unos 205 millones de euros).

Este nuevo coleccionismo atesora lo incorpóreo, puede ser un GIF o una primera vez. El 5 de marzo, Jack Dorsey, cofundador y CEO de Twitter tokenizó el primer tuit de la historia, publicado por él mismo en 2006: “Simplemente configurando mi ­twttr”. En 24 horas la subasta superó los dos millones de euros y el tuit fue adquirido por un ejecutivo asiático.

Javier Arrés tuvo una experiencia similar a pequeña escala cuando le compraron dos tuits, cada uno por 680 dólares (unos 560 euros): “Alguien quería ser el primero”. Nunca antes se había vendido un tuit suyo, ni tampoco un tuit en toda España. “Los coleccionistas crean momentos para adquirirlos y los pagan a precio de oro”, dice Arrés y se encoge de hombros: “Yo se los hubiera vendido por 10 euros”.

En la pantalla del ordenador se ve la primera obra que Arrés subió a MakersPlace, The Tiñín Cat Kingdom, dedicado a su gato, Tiñín, que posa delante.Francis Tsang

—¿Y qué haces con el dinero?

—Los dólares van a PayPal y los ethereum a mi wallet de Coinbase, donde los vendo inmediatamente. De lobo de Wall Street tengo poco.

—¿Qué te has comprado?

—Un ordenador potente y quiero tirarme un mes en el Algarve haciendo surf. Soy malísimo y por eso disfruto. Si se me diera bien, ya lo consideraría trabajo.

—¿Tus padres…?

—Dicen que soy un artista digital, que su hijo hace cosas en internet. Pero ya se han puesto a estudiar para poder explicarlo mejor.

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