Venecia quiere resucitar, este domingo, en ‘El País Semanal’
Elena está en la fábrica de góndolas Tramontin e Hijos, fundada por su bisabuelo Domenico el 2 de febrero de 1884. Es una de las últimas cinco que existen en Venecia. Se encuentra en el barrio de Dorsoduro, en el número 1542. La fábrica, squero en veneciano, parece por fuera una típica casa de montaña. Dentro hay una góndola en reparación y un centenar de remos e instrumentos de trabajo del carpintero. Elena enciende las luces del taller y pasa la escoba por el piso de tierra. Luego barniza una forcola —el soporte alto y curvo del remo—, indispensable para navegar en góndola. Tiene 33 a...
Elena está en la fábrica de góndolas Tramontin e Hijos, fundada por su bisabuelo Domenico el 2 de febrero de 1884. Es una de las últimas cinco que existen en Venecia. Se encuentra en el barrio de Dorsoduro, en el número 1542. La fábrica, squero en veneciano, parece por fuera una típica casa de montaña. Dentro hay una góndola en reparación y un centenar de remos e instrumentos de trabajo del carpintero. Elena enciende las luces del taller y pasa la escoba por el piso de tierra. Luego barniza una forcola —el soporte alto y curvo del remo—, indispensable para navegar en góndola. Tiene 33 años y es de Santa Margherita, uno de los barrios más populares de la ciudad italiana. Estudió fotografía y, tras la muerte inesperada de su padre —a los 63 años—, ella y su hermana Elisabetta decidieron tomar las riendas de la fábrica. Elisabetta tiene 30 años y es escultora.
“No podría vivir en otro lugar. Cuando salgo de mi casa veo belleza por todas partes. Venecia es una ciudad a escala humana. Tiene su propio ritmo: es lenta, no es frenética. Vas a todos los sitios caminando y te encuentras siempre con algún conocido. Cada barrio es como un pequeño pueblo. La ciudad está viva, y hasta que muera el último veneciano lo seguirá estando. Tras la terrible agua alta [inundación] del 12 de noviembre de 2019, los venecianos han demostrado ser gente tenaz, gente que no se rinde. Ahora, en tiempos de pandemia, la vida es más tranquila. Aunque la situación económica es muy muy difícil”, cuenta Elena. Tiene muy claro el futuro de su ciudad, que según ella no pasa solo por la afluencia masiva de visitantes. “Antes que nada, hay que pensar en el tejido social y crear nuevas fuentes de trabajo que no dependan solo del turismo. Tenemos un patrimonio cultural inmenso. El trabajo artesanal no puede morir. El artesano deja siempre un pedazo suyo en cada cosa que hace. Y eso también es cultura”.
Venecia se ha quedado vacía, Venecia se ha quedado muda. La pandemia y la desaparición de visitantes permiten de nuevo escuchar las voces nítidas de los venecianos en la lonja de pescado, el tañido de las campanas y el remolino de las gaviotas sobre el Gran Canal. La ciudad no está muerta, al contrario: ahora, más viva que nunca, tiene tiempo y espacio para imaginar su futuro. Tras sufrir los efectos indeseables de un turismo masivo, es la hora de los diagnósticos y los planes de salvación. Abundan las propuestas para reconstruir lo que era en origen este paradigma de la belleza que acaba de cumplir 1.600 años: un lugar para vivir y no solo un parque de atracciones.