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Diez propuestas para ser el primero (o casi) en descubrir un destino

Las islas subantárticas de Nueva Zelanda y Australia, el pequeño país de Tuvalu, la caribeña Montserrat y otros enclaves para explorar

A simple vista, parece que los turistas han invadido cualquier rincón del planeta, por remoto que sea. Pero buscando en el mapa quedan muchos rincones en los que ser casi los únicos extranjeros en llegar. O al menos tendremos la sensación de estar haciendo un gran descubrimiento. Desde remotas islas desiertas hasta naciones que parecen escondidas y pasan desapercibidas, pasando por rincones que ya apuntan maneras como destinos turísticos pero todavía con muy pocos viajeros.

A continuación, proponemos algunos viajes inusuales que nos sacarán de nuestra zona de confort.

En las islas subantárticas de Nueva Zelanda y Australia

Puestos a buscar rincones del mundo sin turistas, los encontramos fácilmente en lugares remotos como la Antártida, aunque incluso allí llegan cada vez más cruceros y viajes turísticos. Sin embargo, pocos ponen atención a un conjunto de islas que los naturalistas conocen como “las Galápagos del océano Austral” por su enorme biodiversidad, su aislamiento y el alto grado de endemismo de flora y fauna. Son los archipiélagos neozelandeses de Snares, Bounty, Antipodes, Auckland y Campbell, además de la isla australiana de Macquarie. Por supuesto, están fuertemente protegidas por la Unesco como uno de los hábitats naturales más importantes del planeta, y también por sus propios gobiernos: el acceso a las islas solo se puede hacer con permiso especial y con guías especializados.

El aislamiento y la confluencia de las aguas antárticas y subtropicales en este punto del planeta es lo que da a las islas su riqueza biológica y la abundancia de plantas y animales endémicos. Aquí llegaron los navegantes polinesios en el siglo XIII, aunque el proceso de poblamiento empezó con la llegada de los europeos en 1806. A partir de ese momento, las islas (en particular las Auckland) se convirtieron en uno de los puntos más importantes de caza de ballenas y leones marinos en el mundo. Una curiosidad: las islas Auckland fueron el primer lugar del mundo donde se instaló un refugio para náufragos.

Las “Galápagos australes” son todas islas pequeñas, expuestas a vientos incesantes, lluvias torrenciales, granizo y nieve, cubiertas con vegetación subantártica… en principio no parecen muy atractivas, pero un amante de la naturaleza y de los retos fuera de fruta disfrutará llegando hasta a ellas. Hoy, apenas llegan algunos investigadores, y la única forma de conocerlas es alquilando un barco o un helicóptero o sumándose a algún viaje de investigación. Y, por supuesto, hay que olvidarse de cualquier comodidad turística convencional. Los departamentos de Conservación de Nueva Zelanda y Australia gestionan las islas con cuidado, y mantienen algunas vetadas para el turismo.

Tuvalu, el país menos visitado del mundo

En todos los rankings de destinos curiosos figura este pequeñísimo país del sur del Pacífico como el menos visitado del mundo, una razón más que suficiente para sentir curiosidad y ponerlo en la lista de deseos viajeros. Tuvalu son nueve islas, en las que apenas viven 12.000 personas y a las que solo llegan unos miles de visitantes al año. Se trata de uno de los países más pequeños, remotos y bajos del mun­do: su punto más alto está 4,6 metros sobre el nivel del mar. La propia existencia de Tuvalu se halla amenazada por la subida del nivel del mar como consecuencia del cambio climático.

Está lejísimos, en medio del Pacífico Sur, pero tal vez merezca la pena: hay pequeños atolones e islas de arrecifes, playas inmaculadas bordeadas de palmeras y aguas ricas en vida marina (un paraíso para buceadores). Tras sobrevolar un océano infinito, aparece como una deslumbrante mancha turquesa y verde rodeada de coral y salpicada de cocoteros. Una vez en tierra, hay poco que hacer, aparte de sentir el ritmo lento del Pacífico Sur: pasear por la pequeña “ciudad”, dejarse caer por el aeródromo (cen­tro social de la isla) o flotar en una laguna resplandeciente. La actividad más dinámica consiste en montar en motocicleta por la única carretera asfaltada del país entre los veloces isleños. Y poca cosa más: tal vez presenciar una actuación de fatele, canto y danza tuvaluanos con percusión y voces in crescendo. O disfrutar de un partido de te ano, un deporte único de Tuvalu, donde dos equipos mixtos golpean dos pelotas a la vez. Y siempre nos quedarán las puestas de sol sublimes sobre la laguna de Funafuti. Otras opciones para matar el tiempo: compartir la vida tradicional con las pocas familias que quedan en el islote de Funafala, alquilar una bicicleta y explorar Fongafale o, ya que estamos por allí, perdernos en las islas exteriores, donde el barco de suministros puede recoger al viajero unas semanas más tarde. Aquí podremos cumplir el sueño de ser un naúfrago en una isla desierta en cualquiera los islotes del Área de Conservación de Funafuti.

Una curiosidad: cuando el país se quedó sin fondos a finales de la década de 1990, Tuvalu arrendó el sufijo de su dominio –.tv– por 50 millones de dólares, un contrato que ha ido renovando en años posteriores por cantidades crecientes y que es su principal fuente de ingresos.

Brunéi exótico y extravagante

Brunéi es uno de los pocos sultanatos que quedan, una pequeña nación ubicada en la isla de Borneo. El sultán actual, el enigmático y polémico Hassanal Bolkiah, es uno de los únicos monarcas absolutos en la tierra, líder político y religioso, famoso por su adicción a los coches deportivos y su interpretación estricta de la ley islámica, y preside una de las naciones más ricas de Asia gracias al petróleo del mar de la China Meridional. Precisamente son las estrictas leyes y políticas gubernamentales las que hacen que sea uno de los países menos visitados del mundo.

El lujo a lo grande se puede ver en su arquitectura, especialmente en la capital, Bandar Seri Begawan, donde destaca la impresionante mezquita Jame Asr Hassanil Bolkiah y el opulento Palacio del Sultán. Se pueden contemplar cosas muy curiosas, como los monos narigudos columpiándose en los árboles a las afueras de la capital. O como las relucientes cúpulas de las mezquitas Omar Ali Saifuddien y la ya mencionada. El Museo Marítimo Darussalamestá repleto de tesoros de un naufragio de hace 500 años, y en el Museo de los Regalos Reales podremos ver una carroza digna de un sultán.

Pero a este remoto destino tropical, encajonado entre dos provincias malayas en el extremo norte de Borneo, solo van los más aventureros, sobre todo para explorar las junglas entre las que avanzan los ríos Brunéi y Temburong, morada de monos y aves, y salpicadas de aldeas tribales.

Puede ser también un buen destino para experiencias especiales y sencillas, como dar un paseo por los pueblos palafíticos de Kampong Ayer, o surcar los ríos del bosque pluvial en una excursión en barco desde la capital hasta Bandar. En el parque nacional de Ulu Temburong se puede buscar monos o serpientes en el dosel arbóreo de la selva, y en los bosques de Batang Duri, hacer una caminata nocturna inolvidable. Una curiosidad: está prohi­bido construir en un 44% de su bosque pluvial virgen –una de las protecciones más altas del mundo–, lo que proporciona un hábitat a miles de especies raras.

Montserrat, la isla del Caribe menos turística

El Caribe es muy grande y cruceros y turistas llegan por miles, pero entre todas las islas las hay más o menos turísticas. Una de las menos visitadas es Montserrat, un territorio británico de ultramar situado en las Antillas Menores, con el océano Atlántico al este y el mar Caribe al oeste. Apenas mide 102 kilómetros cuadrados, y sus costas miden unos 40 kilómetros.

A Montserrat probablemente solo se viaja por curiosidad: en 1997 una erupción volcánica devastó la isla. Pese a las repetidas advertencias de que tras 400 años de sueño el volcán de los montes Soufrière estaba a punto de despertar, hubo 19 muertes y la capital, Plymouth, quedó sepultada. Más de tres décadas después se ha reconstruido y los pocos visitantes (unos 8.000 al año) llegan en excursiones de un día relacionadas con el volcán desde las islas vecinas.

Montserrat forma parte de la cadena de las Antillas Menores o Pequeñas Antillas y es conocida por su exuberante interior y su tranquila costa. La llaman la “Isla Esmeralda del Caribe” y en el pasado fue famosa como destino de la alta sociedad. Hasta que el volcán estalló. Una curiosidad: el idioma oficial es el inglés, pero aquí se habla con un marcado acento irlandés, herencia dejada por los antiguos colonos irlandeses.

Kirguistán, escondido entre montañas en Asia Central

Tampoco seremos los primeros en descubrir este país montañoso del Asia Central. Ni los segundos. Pero todavía se está a tiempo de explorar un territorio auténtico y con muy pocos turistas. Este es un destino perfecto para senderistas, una tierra de valles y altísimas montañas, lagos resplandecientes y yurtas de fieltro que no defrauda a aventureros autosuficientes, turistas responsables y aspi­rantes a nómadas.

Tras el derrumbe de la URSS, el pequeño Kirguistán se centró en el turismo y puso en marcha una red de agencias de ecoturismo y alojamientos en casas particulares. Se diseñaron también aventuras especiales, desde excursio­nes a caballo y estancias en yurtas hasta visitas a cazadores de águilas, con el extra de que los dólares del turismo revierten directamente en familias kirguises. A esto hay que añadir algunos bazares de la Ruta de la Seda y una tradición hospitalaria de inspiración nómada.

El país es pequeño pero tiene atractivos naturales suficientes para un gran viaje. Como acercarse al Issyk-Köl, un enorme mar interior bordeado por playas y acotado por cimas nevadas. Y atractivos culturales como el Tash Rabat, el caravasar (posada histórica destinada a los mercaderes de la Ruta de la Seda) más evocador de Asia Central. Otra visita imprescindible es Osh, la segunda ciudad del país.

En Kirguistán podremos asistir por ejemplo al ulak tartysh, el deporte nacional, algo parecido a un rugbi a caballo. O ver cómo se hacen las shyrdak (alfombras de fieltro), el recuerdo más emblemático. O pernoctar en una yurta o en una casa particular para acercarse a las tradiciones locales, y caminar por los inmaculados valles alpinos de Tian Shan (cordillera de Tián) cerca de Karakol.

Y para intrépidos quedan aventuras como practicar el heliesquí por Tian Shan, a apenas una hora de la capital, Bishkek, o cruzar hasta China por los puertos de Irkeshtam o Torugart, los puestos fronterizos más impresionantes de Asia Central.

Palaos, con un compromiso firmado por el turista

En el inmenso Pacífico quedan todavía muchas islas en las que sentir que somos los primeros turistas, sobre todo, en Micronesia. Uno de esos destinos son las islas Palaos, en las llamadas Islas Carolinas, que se descubren por debajo y por encima del agua. Por debajo, un submarinismo de primera: arrecifes de colores, agujeros de azul intenso, pecios de la II Guerra Mundial, cuevas, túneles, almejas gigantes y más de 60 pendientes abruptas. De vuelta en tierra, esperan aves exóticas, cocodrilos deslizándose en los manglares y orquídeas en rincones sombreados.

En Palaos está Babeldaob, la segunda isla más grande de Micronesia, pero también las calizas islas Chelbacheb, en forma de seta, que se pueden contemplar en un vuelo panorámico, el llamado Blue Corner, uno de los destinos de submarinismo más mágicos de Palaos, o las cascadas Ngardmau. En el fondo del mar, reposan las inquietantes ruinas japonesas de la II Guerra Mundial en la diminuta isla de Peleliu, donde además se puede bucear entre árboles de coral negro, colosales abanicos de mar (gorgonias), tiburones y tortugas marinas. Otra opción para buceadores es sumergirse entre inofensivas medusas en el extraterrenal lago de las Medusas.

Palau conserva también restos de munición de la II Guerra Mundial en zonas de monte. Pero una de las cosas más extraordinarias y agradables de este lugar es que a todos los visitantes se les exige que firmen el compromiso de Palau: la promesa de comportarse de manera ecológicamente responsable mientras permanezcan en el país; es el primer requerimiento de este tipo que se ha establecido en el mundo.

Otra curiosidad: Palaos fue descubierta por un navegante español en 1543, y fue española, como parte de las Islas Carolinas, hasta 1899, cuando fueron vendidas a Alemania. Todavía quedan huellas hispanas, aunque pocas, y descubrirlas puede ser un buen incentivo para dar la vuelta al mundo hasta llegar hasta aquí.

Islas Andamán y Nicobar, una India diferente

Como estas islas son de acceso restringido, la gente viaja a ellas en busca de un pedacito de paraíso natural. Estas islas son territorio de la India, pero están a más de 2.000 kilómetros de tierra firme, en la bahía de Bengala. Son islas tropicales, con espectaculares aguas turquesas, llenas de vegetación y con unas brillantes playas blancas. ¿Se puede pedir más a un destino para desconectar? Pues hay más: zonas magníficas para el submarinismo y unas puestas de sol inolvidables. Durante siglos sus habitantes se han dedicado a la agricultura y a la pesca, pero hoy la actividad que más prospera el turismo.

Pero es turismo controlado que protege el entorno: son 325 islas en el archipiélago de Andamán, pero solo un puñado de ellas tiene infraestructura para recibir turistas, y muchas zonas son de acceso restringido para que las comunidades indígenas residentes puedan vivir en paz, como los onges y los andamaneses. La mayor de todas estas etnias es la de los jarawas. Interactuar con cualquiera de esas gentes va contra la ley. Además, no está permitido que los turistas alquilen coches y viajen por su cuenta a Andamán del Medio y del norte, por respeto a las comunidades por cuyas tierras pasa la carretera. Pero hay taxis que operan en convoy a determinadas horas del día.

Fueron los daneses primero, y los británicos después, los que explotaron este archipiélago. De hecho, Port Blair, la capital, funcionó durante mucho tiempo como penal político. En la actualidad, los atractivos turísticos se concentran en Port Blair, la isla de Swaraj (anteriormente, Havelock) y la isla de Shaheed (Neil), las dos últimas son grandes destinos de submarinismo y relajación. Pese a todo, todavía queda mucho para que las Andamán se conviertan en un destino turístico popular.

Una curiosidad: el 26 de diciembre de 2004 las costas de las Islas de Andamán y Nicobar fueron devastadas por el tsunami que azotó a todo el océano Índico. Murieron más de 7.000 personas en las islas, pero casi todos colonos: la mayor parte de la población aborigen sobrevivió gracias a tradiciones orales pasadas de generación en generación que advierten de abandonar las costas y refugiarse en las montañas cuando se producen terremotos.

Jericoacoara, un destino brasileño alternativo con aires ‘hippies’

No seremos los primeros que descubrimos Jijoca de Jericoacoara (Jeri, para sus habitantes), una de las imágenes más cinematográficas de la costa brasileña, pero todavía encontraremos pocos viajeros. Este pequeño pueblo de pescadores en un rincón aislado del norte de Brasil conserva el espíritu paradisíaco de los que llegaban hace décadas en busca de libertad: fue uno de los paraísos hippies de los años ochenta.

Jeri está a 300 kilóemtros por carretera desde Fortaleza y presume de no haber sido todavía invadido por los turistas y de haber sabido conservar su personalidad sin perder de vista el progreso. Eso sí: para los amantes del windsurf y el kitesurf no son ningún secreto sus maravillosos vientos constantes durante todo el año y sus playas de arena.

La única forma de llegar a este rincón del Estado de Ceará es con vehículos autorizados que pueden circular por las calles de arena y subir a las dunas del parque nacional Jericoacoara. Pese a que cada vez suena más como destino alternativo, sigue siendo un refugio para deportistas, naturalistas, mochileros, artesanos o simplemente viajeros que buscan un lugar al margen de los más concurridos del país.

Lagoa do Paraíso y Tatajuba son los atractivos naturales más visitados, e invitan a paseos entre dunas, manglares secos y pequeñas lagunas de agua dulce formadas por la época de lluvia, hasta llegar a lagos y a unas ya famosas hamacas de colores sobre el agua. Dicen también que aquí se contemplan algunos de los mejores atardeceres del país. Por ejemplo, desde la Duna de la Puesta de Sol, que se encuentra en la playa principal de Jeri, donde muchos se reúnen cada atardecer. Por la noche, la playa principal se transforma en un escenario con bailes y caipirihnas por todas partes, y en las rústicas calles de arena se asoman los bares y restaurantes con reggae y samba como fondo.

El Salvador, las mejores olas de Centroamérica

Otro diamante en bruto es El Salvador. Conocida como “la tierra de los volcanes”, cada vez es más conocida como el nuevo paraíso de los surfistas en Centroamérica. Menos visitado que sus vecinos, con muchos menos turistas extranjeros, aquí están algunas de las mejores olas del continente, perfectas todo el año y con un ambiente todavía bohemio y asequible para todos. Son unos 300 kilómetros de costa, con lugares ya tan famosos como El Tunco o El Sunzal, en la llamada Surf City, una iniciativa para lanzar al país como la nueva meca del surf.

En poco tiempo, El Salvador ha pasado de ser un lugar algo ignorado a figurar entre los nuevos destinos de moda. La clave está en el descenso drástico de los índices de delincuencia y en la creciente seguridad, que permite recorrer tranquilamente el país (las distancias son cortas y las carreteras buenas) y disfrutar de sus olas y también de sus volcanes: el país tiene más de veinte de los cuales, dos de ellos (Izalco y Santa Ana) pueden coronarse en un día.

Además de olas y volcanes, en el pequeño país hay también rutas poco trilladas, pozas, una costa salvaje en el Pacífico y tesoros arqueológicos extraordinarios como la Joya de Cerén, conocida como la “Pompeya de América”, una ciudad maya sepultada por más de cinco metros de cenizas volcánicas que permite conocer cómo era la vida cotidiana de los mayas. En la capital se abren continuamente nuevos restaurantes y hoteles, una biblioteca ultramoderna preside el centro de la ciudad, y se acaba de abrir un gigantesco centro comercial dedicado solo a la artesanía. Y todo con pocos turistas… todavía.

Australia Occidental: gargantas y arrecifes de ensueño

En Australia todavía se pueden encontrar muchos lugares fuera de ruta, muchos de ellos en Australia Occidental, un Estado enorme y mucho menos turístico y visitado que la costa sudoriental, la barrera de coral o el desértico Outback central.

Al sur de esta Australia Occidental encontramos una atractiva combinación de lo más civilizado: un litoral espectacular, ciudades históricas, buen surf y vinos de primera. Pero un poco más al sur, entramos ya en territorios de bosques donde los guías indígenas cuentan antiguas historias. Y si seguimos la costa podremos observar ballenas, visitar bodegas o descubrir el Valle de los Gigantes, parques nacionales maravillosos, además de algunas de las playas más bonitas del mundo.

El territorio es inmenso y el norte del Estado se presenta completamente diferente, todo un catálogo de iconos característicos del outback australiano: el desierto de Pinnacles, Kalbarri, la bahía de Shark, el arrecife de Ningaloo y el Karijini National Park, todos ellos asombrosos accidentes geográficos en los que se puede bucear con tiburones ballena, hacer senderismo, nadar en pozas bajo precipicios rojos o conducir un todo terreno por ríos y montañas. Otra de sus maravillas es Kimberley, donde están algunas de los rincones más salvajes de Australia: el río Pentecost, los montes Cockburn, El Questro y la garganta Emma. Por todas partes, los paisajes espectaculares se combinan con la historia aborigen que se puede conocer en circuitos muy especiales. Otro lugar especialmente mágico es el Purnululu National Park, patrimonio mundial de la Unesco, que se conoce coloquialmente como Bungle Bungle. Son las tierras tradicionales de una serie de pueblos aborígenes, una especie de fortaleza perdida del outback convertida en piedra. Sus bloques de arenisca erosionada convierten este lugar casi de otro mundo en una de las cordilleras más raras de Australia. No es fácil llegar hasta aquí, pero merece la pena: tendremos la sensación de adentrarnos en otro planeta.

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