No vayas a Venecia, ve a Treviso: 10 destinos europeos alternativos por descubrir
Sin grandes aglomeraciones turísticas, estos lugares poco tienen que envidiar a las capitales de Europa. Naturaleza, calles con encanto, rutas senderistas o un rico patrimonio histórico y cultural son los protagonistas
Todo el mundo sueña con ir a Londres, París, Ámsterdam, ...
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Todo el mundo sueña con ir a Londres, París, Ámsterdam, Roma, Venecia o Lisboa, ciudades europeas imprescindibles pero cada vez más abarrotadas de turistas. Afortunadamente, el Viejo Continente está lleno de buenas alternativas para no colapsar los destinos más populares: ciudades y regiones secundarias que nada tienen que envidiarles, más auténticas, y que todavía pueden disfrutarse sin aglomeraciones y con el viejo placer del descubrimiento. Aquí van 10 propuestas a tener muy en cuenta para una próxima escapada.
Tartu, Capital Cultural Europea en 2024
Los que visitan Estonia suelen quedarse en Tallin, pero pocos se acercan a Tartu, la ciudad más antigua de los países bálticos y la verdadera capital cultural del país. En 2024, la segunda ciudad de Estonia se convierte en una de las Capitales Europeas de la Cultura, lo que ha significado para la ciudad un aumento de las inversiones y le traerá más visitantes, aliviando así un poco la presión sobre la capital del país, que ya sufre los efectos del turismo masivo.
Tartu remonta sus orígenes al siglo V, cuando Estonia era un páramo pagano. Se construyeron entonces las sólidas fortificaciones de madera en el monte Toome, donde hoy está la Universidad de Tartu. Tras pasar fases de gobierno ruso, sueco, polaco, alemán y soviético, el resumen es una ciudad con edificios y calles empedradas del siglo XVIII, un ambiente estudiantil y cada vez más atracciones culturales. Un ejemplo: el Aparaaditehas, un centro de creadores independientes y bares en una antigua fábrica.
Entre lo nuevo de cara a 2024 como capital cultural, destaca el Museo Nacional de Estonia, el principal centro cultural del país. Y como experiencias para disfrutar de la ciudad: un paseo por el arbolado, céntrico y tranquilo monte Toome; callejear en busca de sus famosas esculturas; perderse por el parque de la mansión Raadi, una antigua casa de una familia rica de la ciudad; deambular por el jardín botánico de la universidad o examinar los antiguos telescopios y el equipo astronómico del viejo e infravalorado observatorio de Tartu.
Más información en Fuera de ruta, de Lonely Planet, y en lonelyplanet.es.
Con sus buenas comunicaciones, sus precios razonables y buenos alojamientos y restaurantes, Tartu merece una oportunidad para ser descubierta. Desde Tallin hay unos 200 kilómetros, con trenes y autobuses regulares que dejan allí en poco más de dos horas.
Treviso, una ciudad ‘serenissima’ cerca de la abarrotada Venecia
Durante siglos, Treviso ha vivido a la sombra de su famosa vecina: Venecia. Pero hoy, mientras la serenissima lucha contra las inundaciones del acqua alta, los invasivos cruceros y los más de ocho millones de turistas anuales, apenas 350.000 viajeros visitan Treviso, otra joya de la rica región del Véneto. Un paseo desde la gran Piazza dei Signori hasta las antiguas puertas de la ciudad descubre señoriales palacios renacentistas y barrocos, canales románticos y museos tranquilos con obras de Tiziano, Tintoretto y Tiepolo.
Solo en verano hay mucha gente en esta agradable ciudad, relajada el resto del año. Las aglomeraciones se producen, sobre todo, durante el aperitivo vespertino, cuando todo el mundo sale a tomarse un spritz o una copa del famoso espumoso local: el prosecco. Como Milán, Treviso también es famosa por la moda (es la sede de marcas como Benetton, Diesel, Replay y Geox) y es una buena base para visitar Venecia y los complejos turísticos de la costa de Jesolo y Lignano, las pistas de esquí de Cortina y los Dolomitas, o los viñedos y villas de la burbujeante región vitivinícola.
Treviso está a una media hora en tren de Venecia, así que incluso puede ser una alternativa para dormir o comer, con precios más razonables. La ciudad en sí misma es interesante, con un centro histórico con raíces en la época romana, con calles medievales porticadas como Calmaggiore, o con un mercado de pescado, la peschería, que cada mañana ofrece un ruidoso espectáculo. Y mientras que Venecia suele acostarse pronto, Treviso mantiene una intensa vida nocturna.
Dos ideas diferentes para disfrutar la ciudad: localizar el poco conocido Museo nazionale Collezione Salce, con su deslumbrante colección de carteles publicitarios vintage de marcas como Martini, Campari, Vespa y Ferrari; y madrugar para caminar por el romántico canal de los Buranelli, un pasaje porticado medieval bordeado por palacios renacentistas y cruzado por puentes.
Kufstein, la alternativa a Salzburgo
¿Un Salzburgo sin aglomeraciones? Solo hay que acercase a Kufstein, en el Tirol, en los Alpes bávaros, a una hora en tren al oeste de Salzburgo. Esta ciudad la podría haber dibujado un niño empachado de los cuentos de los hermanos Grimm: casas de colores pastel y tejados a dos aguas en callejas empedradas, tabernas a la luz de los farolillos, un castillo medieval con sus bosques de abetos sobre el río Eno y prados con vacas y montañas escarpadas y nevadas. Esta es la Austria de las fantasías alpinas. Kufstein tiene un paisaje que invita a ponerse a cantar a la tirolesa a pleno pulmón, mientras que subimos hasta las aristas y torretas calizas de los montes Kaisergebirge, esquiando por parajes nevados, o relajándonos a orillas de un lago. Es un destino perfecto para amantes de los castillos de cuento, el excursionismo, el esquí o los deportes de aventura.
Su casco antiguo está presidido por un castillo que presume de tener el órgano más grande del mundo. La Römerhofgasse, evocadoramente iluminada con farolillos, parece medieval, con sus arcos en voladizo y fachadas con murales. Y el colmo de la rusticidad es la taberna Auracher Löchl, donde sirven käsespätzle (pasta con quesos) y enormes schnitzels bajo crujientes vigas de 600 años.
Al mirar las escarpadas montañas calizas que se alzan como murallas naturales sobre la ciudad, entran ganas de subir más. Se rozarán casi las copas de los árboles en el telesilla monoplaza Kaiserlift que sube al Brentenjoch (1.200 metros), punto de partida de excursiones por las ásperas cimas de los Kaisergebirge. En invierno, se puede probar el esquí de fondo, el tobogganing y las raquetas de nieve por bosques nevados.
Utsjoki, para darle esquinazo a Santa Claus en la Laponia finlandesa
Todos van a Rovaniemi para encontrar la cabaña de Santa Claus, en Navidad y también a lo largo de todo el año. Pero para evitar las aglomeraciones, hay otros lugares más lejanos y aún más silenciosos en la Laponia finlandesa. En la región de Utsjoki reside el verdadero encanto de Laponia, con esos paisajes soñados por los niños, cubiertos de nieve en invierno, iluminados por la autora boreal o dorados por el sol veraniego de medianoche. Aquí esperan los verdaderos espacios naturales finlandeses, remotos y poco poblados: un paisaje cubierto de líquenes y altas montañas, tres de ellas consideradas lugares sagrados por los samis.
La ruta a Utjoki, en el 70º N del círculo polar ártico, parece la carretera a ninguna parte. En invierno esta región es puro Narnia, cuando bajan las temperaturas de -20ºC y cae la nieve. Por su inaccesibilidad se mantienen virgen y apacible. Pero también es aquí donde se siente el corazón sami. Se puede sintonizar con esta cultura en una granja de renos, recorriendo este paraíso en trineo y compartiendo bebidas calientes e historias en torno al fuego. También podremos pescar salmones con mosca en el río Teno bajo el sol de medianoche, abrirnos paso por las montañas con las raquetas de nieve, ver la aurora boreal en una noche oscura y despejada de invierno o hacer el camino de Utsjoki, una ruta circular de 35 kilómetros entre lagos, valles y montañas con vistas impresionantes de los picos de Noruega.
Friburgo, una ciudad ecológica pionera en la Selva Negra
¿La Selva Negra? ¿Eso no es Baviera? No, pero está justo al lado, también con montes cubiertos de bosques y pueblos con casas de entramado de madera, pero sin tanta gente. En el parque nacional de la Selva Negra los bosques de abetos sobresalen por encima de las granjas de madera y los lagos glaciares se despliegan cual sábanas de seda azul. Y hay experiencias únicas, como pasear por el bosque al amanecer en completo silencio o calzarse en invierno las raquetas de nieve o los esquíes de fondo, para sentirse envuelto en un aire mágico. La Schwarzwald (Selva Negra) es el destino verde original de Alemania, con una nueva Reserva de la Biosfera de la Unesco, localidades como Friburgo (que presume de su apuesta por la energía solar) y sus kilómetros de rutas de senderismo y ciclismo diligentemente señalizadas.
Friburgo es una animada ciudad universitaria, una maraña de callejas medievales, pero con la mirada puesta en un futuro más sostenible. La ciudad de Alemania con más horas de sol, pionera del ecologismo, ha instalado más paneles fotovoltaicos que algunos países europeos. Pero en el barrio de Vauban han ido un paso más allá al crear la primera comunidad de vecinos del mundo con autoconsumo energético y huella de carbono cero. Ser ecológico aquí es lo normal.
Y si la vecina Baviera cuenta con la famosa Ruta Romántica, en la Selva Negra está la menos transitada Schwarzwald Hochstrasse (carretera principal), que discurre 60 kilómetros entre montañas boscosas y páramos desde Baden-Baden hasta Freudenstadt, y que no tiene nada que envidiarle. La ruta se sumerge en el corazón del parque nacional. Quienes se animen a subir al Hornisgrinde (1.164 metros) disfrutarán de unas vistas deslumbrantes del Mummelsee, un lago de origen glaciar azul zafiro rodeado de bosque. Para los que prefieran lo urbano, lo mejor es perderse por el casco medieval de Friburgo, y luego subir al monte Schauinsland en teleférico para contemplar unas vistas despampanantes de la Selva Negra.
Andros, senderismo en lugar de sol y playa en las Cícladas
Andros es un caso extraño entre las islas griegas. Es la segunda isla más grande de las Cícladas pero, a diferencia de las otras, no depende del turismo. Los visitantes suelen ser atenienses y su ocupación principal siempre han sido los astilleros. Desde que las grandes dinastías navales griegas abrieran oficinas en Londres a principios del siglo XX, a Andros se la ha llamado la Micra Anglia (la pequeña Inglaterra). Hoy, sus resplandecientes playas del Egeo, sus yacimientos arqueológicos y zonas montañosas se mantienen poco concurridas y urbanizadas. Además, Andros está cubierto por un atípico color verde, mantenido por ríos y manantiales todo el año. Durante siglos, los isleños han sido autosuficientes, cultivando emasies (bancales artificiales) con hortalizas, olivos, viñas y hierbas aromáticas. Aunque los tiempos hayan cambiado, la noción de autosuficiencia pervive. Andros es ahora la sede de una inspiradora iniciativa que pretende revivir el patrimonio cultural de la isla y apoyar a sus comunidades para que se convierta en uno de los mejores destinos de senderismo de Grecia.
Un destino que sorprende por muchas razones. Por las montañas y valles de su interior y por las olas cristalinas que baten su cosa. Por su elegante capital, Chora, llena de mansiones neoclásicas construidas con los beneficios del transporte marítimo. Por sus yacimientos, que incluyen ruinas griegas y venecianas del siglo XIII y viejos molinos de agua medio restaurados. Y por su tranquilidad y sus tavernas a la sombra, en las que sirven cerveza fría, pescado fresco y queso con vistas al mar. Pero lo mejor de todo es Andros Routes, un proyecto creado en 2010 por voluntarios que ha generado una red de 170 kilómetros de senderos balizados, que incluye una ruta continua de 100 kilómetros siguiendo viejos caminos de herradura y vías vecinales.
Delft, una alternativa discreta a Ámsterdam con más canales que gente
A la hora adecuada, visitar Delft, la ciudad natal de Johannes Vermeer y cuna de la cerámica, es como entrar en un lienzo de la Edad de Oro, sin turistas ruidosos como ocurre en Ámsterdam. Hay quien simplemente hace una excursión desde Ámsterdam o La Haya, pero puede ser una buena idea pernoctar en esta animada ciudad universitaria —aunque mucho más tranquila que los grandes centros turísticos de los Países Bajos—.
Delft solo recibe el 5% de los turistas que visitan Ámsterdam, aunque ofrece una versión mucho más encantadora y sin adulterar de la vida local. Los canales bordean las calles que rodean una céntrica plaza del mercado presidida por el ayuntamiento, y la vida nocturna se concentra en los coffee shops (cuya prioridad es el café) y en los acogedores bruin cafes (el tradicional pub neerlandés). A grandes trazos, los reclamos de Delft son los mismos que los de Ámsterdam (calles bordeadas por canales, arquitectura emblemática, museos interesantes, animados cafés y mucha historia), pero sin aglomeraciones. Se pueden visitar los museos sobre Vermeer, la cerámica de Delft y la historia neerlandesa sin agobios.
Buenas ideas para disfrutar de la ciudad: salir temprano a pasear por los canales bordeados de las típicas casas adosadas y tomarse una café en una calle trasera. O pasarse por una histórica pastelería de Delft para reponer fuerzas con un oliebol (buñuelos holandeses), boterkoek (tarta de mantequilla) y deliciosos broodje (bocadillos).
Si subimos a la torre de la Nieuwe Kerk contemplaremos unas buenas vistas de los tejados, pero es todavía mejor callejear para descubrir lo que inspiró al pintor de La joven de la perla y a otros artistas de la escuela de Delft, y después visitar el Vermeer Centrum Delft, para conocer la vida y obra del maestro Vermeer.
Braga, una escapada portuguesa sin multitudes
Mientras que Lisboa y Oporto se han convertido en ciudades masificadas turísticamente, quedan muchos rincones en Portugal para disfrutar sin prisas. Las hordas de españoles aún no han llegado a Braga, la tercera ciudad más grande del país, en la norteña región de Minho, cubierta de viñedos. Fue fundada por los romanos como Bracara Augusta en el año 20 a.C. y es la más antigua de Portugal.
Siempre ha sido una ciudad religiosa: fue el principal centro del cristianismo en Iberia durante la Reconquista y sede arzobispal de Portugal, y también es la capital religiosa del país: hay una bonita iglesia antigua, una capilla azulejada, una estación del Viacrucis o una tienda de artículos religiosos en cada rincón. Pero también rebosa de energía e innovación. Braga tiene una universidad grande y floreciente y una población de las más jóvenes de Europa. No paran de revitalizarse edificios en el centro histórico. Y en el 2021, la asociación de turismo independiente Euopean Best Destinations la consideró el mejor destino europeo.
De tamaño medio, es ideal para una visita de dos días. En el centro hay calles peatonales, avenidas anchas y 35 iglesias, incluida la catedral más antigua del país. Aunque hay reliquias romanas (termas incluidas), el estilo arquitectónico predominante es el barroco, desde el Arco da Porta Nova hasta el azulejado Palácio do Raio. Y, al salir de la ciudad, la basílica de Bom Jesus do Monte, patrimonio mundial de la Unesco desde 2019. Que haya tantos estudiantes garantiza que no falten bares. Precisamente detrás de la catedral hay una zona buena para probar el vinho verde (vino blanco local).
Aviso para peregrinos: por aquí pasa el poco conocido Caminho da Geira e dos Arrieiros, que va de Braga a Santiago de Compostela (239 kilómetros).
El parque nacional Suizo: los Alpes tal y como eran
Entre tantos paisajes alpinos bellísimos, casi nadie repara en el parque nacional Suizo, el único parque nacional del país. En un territorio como Suiza, que ha apostado siempre por cuidar el medioambiente, ser además parque nacional es señal de que se trata de un lugar excepcional. Escondido en el sureste del país, donde las montañas nevadas cruzan a Italia, esa ha sido su salvación. Aquí los paisajes han sido moldeados por fuerzas gigantescas; la intervención del hombre siempre ha sido mínima, y siempre apostando por la conservación. El resultado viene a ser como los Alpes antes de la llegada del turismo.
Senderos solitarios dan paso al silencio, al aislamiento y a una sucesión de cumbres impresionantes. Este parque de 172 kilómetros cuadrados es un espectáculo de montañas afiladas de más de 3.000 metros, páramos tranquilos, bosques, prados floridos, cascadas y deslumbrantes lagos azules. Es un lugar tan virgen, primigenio e inalterado que aún se descubren huellas de dinosaurios en sus cumbres.
Este parque se lleva la estrella de oro a la sostenibilidad. Fue el primer parque nacional de los Alpes (1914), y desde el principio no se ha talado ni un solo árbol, ni se han cortado prados, ni cazado animales. De ahí que sea un refugio seguro para la fauna alpina: marmotas, gamuzas, ciervos y, a mayor altura y más difíciles de ver (con paciencia, prismáticos y suerte), íbices. También hay infinidad de aves: águilas reales, quebrantahuesos y chovas piquigualdas dan vueltas en estos cielos inmensos. Las propuestas para caminar por el parque son muchas, más o menos asequibles. Dos ejemplos: caminar 20 kilómetros desde Zernez hasta los lagos de Macun, una llanura alta alpina con 23 lagos de tonos zafiro, celeste y turquesa; o adentrarse en el parque por Val Trupchun, una excursión suave y plana, para toda la familia, que va desde S-chanf hasta este valle.
Senja, una alternativa a las Lofoten
Casi nadie ha oído hablar de Senja o de alguien que haya estado allí. Como destino alternativo a cualquier lugar conocido es casi perfecto. No es fácil llegar, pero el reclamo es impresionante: montañas de granito imponentes sobre playas de arena blanca y un mar que pasa del turquesa al azul zafiro. Las rocas parecen grandes criaturas marinas que emergen de las profundidades. Los bosques son tupidos y antiguos, casi prístinos. Entonces ¿por qué nadie ha oído hablar de este trocito de Noruega? Seguramente las islas Lofoten, al sur, tienen la culpa.
Esta es una isla ártica casi irreal, un lugar de belleza cruda y brutal como de otro mundo. Se puede ir a caminar por acantilados sobre el océano, remar en kayak bajo la aurora boreal o acomodarse en una casita de madera en un pueblo pesquero mientras las ballenas juguetean en la costa y, en invierno, la nieve cubre el paisaje. La naturaleza está descontrolada en la segunda isla más grande de Noruega, donde aún reina el silencio y la vida discurre a un ritmo lento. De ahí que la isla esté a punto de convertirse en un “destino sostenible” con certificado nórdico.
En el lejano norte del círculo polar ártico, en Senja son las estaciones las que dictan la agenda. En verano se puede salir de senderismo por el litoral escarpado, cruzar el mar en lancha neumática para ver frailecillos, marsopas y pigargos europeos, pescar bacalaos gigantes y adentrarse por los pinares ensortijados de 600 años del parque nacional Ånderdalen. El invierno hay quien dice que este lugar es más mágico: permite remar por los islotes bajo la aurora boreal, salir de ruta con esquíes o en trineo y ver a orcas y ballenas jorobadas dando coletazos para el festín estacional de desove del bacalao.
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