Alojarse en un antiguo taller de bordados: la nueva (y lujosa) vida de la fábrica Oliveira Enmaderienses en Funchal
Tras una intensa reforma, el hotel Funchal Oldtown se erige como un puente entre pasado y modernidad a través de guiños constantes a la antigua actividad que ocupó su planta en la isla portuguesa
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que el nombre de Madeira resonaba en las cortes de toda Europa, y no por ser la cuna de Cristiano Ronaldo. Funchal, la capital de este archipiélago portugués con anatomía exótica y vientos alisios frente a la costa noroeste de África, se apropió durante siglos de la maestría en los bordados. Una tradición textil basada en el rigor y la excelencia de sus artífices, las bordadeiras, gestada entre los primeros poblamientos de la isla durante el siglo XV. Los comerciantes ingleses que se establecieron en Madeira no tardaron en ver el gran potencial que escondían estas delicadas labores de hilo impresas en algodón y lino, con las que confeccionaban de mantelerías a camisas, ropa de cama o prendas para bebé. Fue la hija del mercader Joseph Phelps, Miss Elizabeth, quien impulsó su producción a una escala mayor con la creación de una escuela en su propia casa, donde enseñaba a bordar diseños originales traídos de Inglaterra.
Tras el éxito que cosechó la industria madeirense en la primera Exposición Universal de Londres, celebrada en 1851, el comercio de los bordados se dinamizó por todo el Reino Unido y más tarde por el Viejo Continente, con un público cada vez más cautivado por la delicadeza y precisión de sus puntadas. Este legado artesanal, que fue pasando de generación a generación en más de 10.000 casas de bordados repartidas por toda la isla, sigue en activo gracias a compañías como Bordal, abierta al público desde 1962.
A un pequeño paseo de este emblemático taller, hacia la Rua da Alfândega, se alzó hace más de 400 años una de las fábricas más famosas de la ciudad, Oliveira Bordados Enmaderienses. En esta calzada de piedra que alberga la famosa bodega Blandy’s, la mayor productora mundial de vino de Madeira conocida por sus malvasía, la terraza del hotel Funchal Oldtown infunde desde 2023 un nuevo aire a la antigua planta de la bordadería y a otros cinco inmuebles en el casco histórico de la isla.
Las horas interminables entre hilos y patrones que experimentaron sus talleres en el pasado han dado paso a este refugio urbano del grupo Barceló donde relajarse y poner punto de partida a un periplo por la isla. Tras una intensa reforma en manos del estudio local de arquitectura Atlante y Barra4 y la empresa DCD Interiorismo que lidera el sevillano Ernesto de Ceano, este hospedaje de lujo ha mantenido tanto las fachadas originales en el color blanquecino tan típico de la isla como los parasoles de las ventanas o las cubiertas a cuatro aguas, con el objetivo de enriquecer el espacio público que lo rodea sin alterarlo.
Un proyecto inspirado en las entrañas del propio edificio, pues se rescató durante las excavaciones del sótano algunos elementos que ahora lucen con orgullo en su lobby. Es el caso de algunos palmos de la antigua calzada madeirense, integrada en el solado del patio central; monedas y cerámicas vidriadas del siglo XVI, o un zapatero de pared que servía de limpia fangos y mantiene su ubicación original en uno de los salones del desayuno.
Un paseo por el Mercado dos Lavradores, el más grande de la isla y donde conviven semillas de frutas como la pitanga (esa especie de cereza estrellada que inunda jugos y helados) con tiendas de ultramarinos y “engañosas” mercerías donde probar una poncha (bebida a base de aguardiente de caña, miel y zumo de limón), es un reflejo del culto por la artesanía que rinde esta región. Es difícil no toparse por las calles de Funchal con un escaparate atestado de bolsos de mimbre y otras labores de cestería, atisbar miniaturas de muñecas esculpidas con los trajes regionales o ese peculiar gorro llamado barrete de orelhas, reconocible por una orejitas y que solían usar los campesinos por todo el archipiélago portugués.
La decoración de este hotel boutique es también un gabinete de curiosidades por el folclore local. Al igual que los cabeceros de las habitaciones, los manteles que dan los buenos días cada mañana en el desayuno y los uniformes del personal se embellecen con las puntadas de las bordadeiras. Incluso las paredes adornadas con diseños cedidos por el Museo del Bordado y la Artesanía, o la carta que anuncia su lista de cócteles de autor, sellan con un pespunte artesanal su unión junto a este centenario oficio.
Desde la azotea, en la que su piscina infinita compite en protagonismo con unas vistas privilegiadas a la catedral y el puerto, se puede contemplar un trocito de esa pequeña inmensidad que entraña la isla. Con siete microclimas concentrados en poco más de 700 kilómetros cuadrados, que atañen tanto un suelo fértil para la uva como montañas arañadas por volcanes y fincas, Madeira recibe con orgullo el apodo de Isla de las Flores. La alfombra violeta que conlleva la caída de la jacaranda durante el otoño por las calles de Funchal, las proteas y strelitzias que fascinan con sus capullos extraterrestres o ese recorrido casi infinito de hortensias que nacen salvajes por las carreteras son todo un símbolo de esta región portuguesa a la altura de sus iglesias y monumentos, que cada año se viste de largo con la Fiesta de la Flor que tiene lugar entre abril y mayo desde los años cincuenta.
Su jardín botánico, en Quinta do Bom Sucesso, o el tropical de Monte Palace, son lugares en los que apreciar a lo grande su belleza y dejarse embriagar por el perfume de la naturaleza todo el año. Este último parque ubicado en lo alto de una colina que mira a la bahía de Funchal fue el exótico capricho del cónsul inglés Charles Murray, que quiso transformar esta propiedad adquirida en el siglo XVIII en su finca de recreo para el absoluto disfrute. En 1897 pasó a manos del comerciante Alfredo Guilherme Rodrigues, autor de la residencia palaciega que pasaría a convertirse con el tiempo en el hotel llamado Monte Palace Hotel. Los más de 100.000 ejemplares botánicos que rondan sus siete hectáreas —con singulares especímenes como las cícadas centerias, consideradas fósiles vivientes con 280 millones de años a sus espaldas— se codean con majestuosos flamencos, pavos reales y el pez koi originario de Asia que nada en sus lagos. Un lugar que denota la mente de un gran esteta y en el que la extravagancia enmudece los sentidos con muestras muy dispares de arte repartidas por toda la finca. Ya sea en forma de nichos y arcos del gótico portugués, murales y avenidas decoradas por azulejos fabricados en Portugal durante los últimos cinco siglos o la obra contemporánea del artista madeirense Ricardo Barbeito.
La laurisilva de Madeira, un bosque templado y milenario que fue declarado patrimonio mundial por la Unesco en 1999, regala las rutas de senderismo más bonitas del entorno entre paisajes nubosos de obligada visita antes de nuestra partida. La recepción del Funchal Oldtown despide con el recuerdo de esta magnética floresta en su jardín colgante y las placas microperforadas que simulan a las ramas de estos árboles. Un intenso verdor en contraste con el añil que tiñe la barra y la moqueta, en homenaje al océano Atlántico que baña a la isla. El mismo mar que inspiró durante siglos la labor de estas mujeres pioneras, las bordadeiras.