Cortona, un lugar de película en la Toscana
De la casa donde se rodó ‘Bajo el sol de la Toscana’ a la exposición en el MAEC que recuerda al pintor Luca Signorelli, la pequeña ciudad medieval conserva su encanto mediante distintos reclamos que invitan a entregarse a la ‘dolce vita’ en un entorno de cine
¿Quién no ha soñado alguna vez con comprar una vieja casa en la Toscana esperando a que cambie su existencia? ¿Con que su vida se convierta en extraordinaria bajo la plena experiencia de la cotidianidad? El sueño se hizo realidad para la escritora Frances Mayes, quien en 1990 adquirió una villa llamada Bramasole, en Cortona, una apacible localidad en la provincia italiana de Arezzo. La compra y la l...
¿Quién no ha soñado alguna vez con comprar una vieja casa en la Toscana esperando a que cambie su existencia? ¿Con que su vida se convierta en extraordinaria bajo la plena experiencia de la cotidianidad? El sueño se hizo realidad para la escritora Frances Mayes, quien en 1990 adquirió una villa llamada Bramasole, en Cortona, una apacible localidad en la provincia italiana de Arezzo. La compra y la laboriosa renovación de la nueva residencia sirvieron de inspiración para el primer libro de memorias de la autora americana, Bajo el sol de la Toscana (1996). Convertido en un best seller, se tradujo a 54 idiomas y en 2003 fue adaptado al cine con el mismo título, incorporando mucha ficción, una buena dosis de clichés y con Diane Lane como protagonista. La belleza idílica de las localizaciones, así como la sensación de escapismo, de que todo momento trae consigo una ocasión para volver a empezar, que envuelve a la comedia romántica serviría para incrementar la llegada de turistas a este pueblo de la Toscana y el peregrinaje hasta la vieja verja de hierro de la soñada vivienda.
Desde la Piazza de Garibaldi a Bramasole, apenas hay un trayecto de media hora andando. Se atraviesa el parque del Parterre y bajo la agradecida sombra de los árboles y el incesante canto de las cigarras se llega a una estrecha carretera bordeada por cipreses. Tras unas cuantas curvas, cuando el caminante ya cree estar perdido, en lo más alto de un repecho aparece la cálida fachada de tonos amelocotonados y contraventanas verdes de la magnífica casa. A las nueve de la mañana no hay nadie a la vista. Aun así, la tapia que la rodea, coronada por matojos de lavanda, desvela el rastro de los transeúntes que de forma continuada dejan flores y otro tipo de ofrendas en una hornacina de piedra. No es la misma que aparece en la cinta dirigida por Audrey Wells, donde un viudo desconsolado deja a diario un pequeño ramo a su fallecida esposa bajo la mirada atenta de Lane (Frances, en la ficción) desde su balcón. La película se rodó en otra casa: Villa Laura. Construida en el siglo XVII y situada bajo las murallas etruscas que rodean Cortona, está disponible para alquiler. Un lujoso capricho para evadirse del mundanal ruido y entregarse a la dolce vita en un verdadero entorno de cine.
No busquen la fuente que aparece en la película en la Piazza Signorelli, donde la felliniana Katherine, interpretada por Lindsay Duncan, se zambulle en homenaje al director de cine italiano. No existe. Se construyó solo para esa escena. Sin embargo, la medieval Piazza della Repubblica se conserva prácticamente igual. Sentada en las concurridas escalinatas del Palazzo del Capitano, es fácil entretenerse con el animado trajinar de la plaza. Desde allí se alcanza a ver la logia del restaurante La Loggetta, en el cual los músicos amenizan con un repertorio de canciones tradicionales italianas a los comensales de la discreta boda de una novia que para nada tiene pinta de lugareña. Es el mismo lugar donde el sonido de las campanas hacía reflexionar a la protagonista de la película sobre el paso del tiempo y los sensuales encantos de una región que han sobrevivido siglos sin perder su poderío.
La arquitectura del pueblo expresa un pasado rico en historia, desperdigado entre sombrías y pindias callejuelas, plazas rodeadas de edificios renacentistas, iglesias y santuarios. Un encanto celebrado por Virgilio, Goethe y Henry James. Su pequeño perímetro bien podía abarcarse en solo un día. Sin embargo, la viva y, al mismo tiempo, tranquila cadencia del lugar invita a recorrerlo poco a poco, intuyendo que son muchos los descubrimientos que aguardan al viajero y que para disfrutarlos es necesario dejarse contagiar por su pausado y alegre ritmo. Cuentan que durante las 16 semanas que duró el rodaje de la cinta los tiempos impuestos por los italianos desesperaban al equipo yanqui. La reconciliación solía venir acompañada de las delicias gastronómicas de las que se puede disfrutar en las distintas tabernas y restaurantes desperdigados por la localidad. Entre ellos destaca la acogedora Osteria del Teatro. El Caffè Tuscher y el Caffè La Saletta son dos opciones más económicas y se encuentran en la larga y concurrida Via Nazionale, la cual disecciona el centro histórico. Se la conoce también como la ruga piana, ya que es la única calle del pueblo que no está en cuesta. Allí se concentran un gran número de establecimientos: boutiques, tiendas de cuero y cerámica, anticuarios, heladerías y tiendas de comestibles.
Cortona también alardea de arte y conserva una de las cuatro versiones que pintó Fra Angélico de La Anunciación (otra se encuentra en el Museo del Prado). El célebre retablo, en su día ubicado en la iglesia de Gesù, se encuentra en la actualidad en el edificio de enfrente, sede del Museo Diocesano. De igual forma, la localidad celebra este año el 500º aniversario del fallecimiento del pintor Luca Signorelli a través de distintos eventos. Nacido y muerto en Cortona, fue autor de frescos como Testamento y muerte de Moisés, situado en las paredes la Capilla Sixtina. Si de forma habitual el MAEC (Museo dell’ Accademia Etrusca de Cortona) mantiene una sala donde apreciar algunas de las grandiosas piezas del autor creadas para decorar las iglesias de la localidad, este año exhibe, prorrogada hasta el 22 de octubre, una amplia exposición que recorre la trayectoria del maestro renacentista. El museo también alberga la obra de otro famoso artista nacido en la ciudad, el futurista Gino Severini, quien compartió primera línea en la vanguardia artística y vivencias con pintores como María Blanchard y Picasso a principios del siglo XX en París. La muestra exhibe una pequeña réplica del estudio del pintor en Montparnasse, así como obra de sus distintas etapas artísticas de forma permanente. Merece la pena el recorrido por los tesoros etruscos que alberga la institución, entre ellos la Tabula Cortonensis, una tablilla de bronce, la tercera inscripción más larga de extensión encontrada en lengua etrusca, y la impresionante lucerna pensilis: una lámpara de aceite de bronce compuesta por cabezas barbadas, una gorgona y seres acuáticos, así como por la colección egipcia. No abandonen el museo sin ver la biblioteca histórica. Sin lugar a dudas, recordarán la atmósfera de este pequeño universo de sabiduría.
Desde hace 13 años, el municipio toma el pulso a la actualidad mediante el festival internacional de fotografía Cortona on the Move. Un acontecimiento que atrae cada vez a más público procedente de distintas geografías mediante atractivas propuestas dispersas por varios puntos de la localidad. Este año, bajo el lema Más o menos, engloba 26 exposiciones que hasta el 1 de octubre indagan en la abundancia en contraste con la pobreza; en lo necesario frente al derroche; en la singularidad en oposición a las masas. El Palazzo Baldelli alberga un buen número de las exhibiciones, entre ellas la instalación de la española Marina Planas, Enfoques belicosos del turismo: todo incluido, que alerta del impacto de la insaciable industria turística, en especial en Mallorca.
El festival se extiende hasta la fortaleza de Girifalco, cuyos orígenes se remontan, con probabilidad, a los etruscos. Desde allí, las vistas sobre el Val di Chiana alcanzan al lago de Trasimeno. Entre las paredes de la fortificación, en su día una prisión, aguardan al espectador la lúcida y elocuente disección de la sociedad que el fotógrafo americano Larry Fink llevó a cabo a través de su cámara en distintas fiestas durante los años setenta. De igual forma, las atestadas playas, parques y plazas, en las que el italiano Massimo Vitali encontró su campo de acción, recuerdan al espectador lo difícil que resulta en estos tiempos de expansión de la cultura de masas mantener el alma viva de un lugar sin ceder al ruido. Y que las viejas casas seguirán siendo importantes, porque como escribía Mayes: “Permiten a uno soñar en paz”.
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