Asilah, la ciudad marroquí dorada que sonríe a las olas y se aleja de las poses
El municipio costero está lleno de encantos y estructuras auténticas, como su imponente muralla, su gran mezquita y sus preciosos miradores, que han atraído a grandes nombres de la literatura y la música
Lejos de ser un cielo protector, al estilo de Paul Bowles, la vieja muralla portuguesa de Asilah no evoca presagios de rupturas. Dorada y algo presuntuosa al atardecer, esa coraza de piedra sonríe a las olas que llegan casi a los pies de la actual medina. Pocas ciudades antiguas marroquíes pueden enorgullecerse de latir al mismo nivel de las olas. Y encima a la medina de Asilah se accede ...
Lejos de ser un cielo protector, al estilo de Paul Bowles, la vieja muralla portuguesa de Asilah no evoca presagios de rupturas. Dorada y algo presuntuosa al atardecer, esa coraza de piedra sonríe a las olas que llegan casi a los pies de la actual medina. Pocas ciudades antiguas marroquíes pueden enorgullecerse de latir al mismo nivel de las olas. Y encima a la medina de Asilah se accede por tres puertas bien solemnes. La principal es Bab al-Bahr, la Puerta del Mar, Porta de Ribeira en tiempos lusitanos. Ahí enseguida empieza el gran laberinto blanco y azul, como una sucesión de cuadros de Matisse.
Lo bueno de la medina es que la gente no posa. Allí está un sastre que trabaja a ras de calle. Otro vende babuchas en el pequeño zoco interior. La vieja ciudad palpita con sus escuelas y sus mezquitas. El exotismo se modera mucho cuando la normalidad viene dada por vestir chilaba.
Cerca de la Bab al-Qasbah, o Puerta de la Casba, se alza la Gran Mezquita, con su alminar de un blanco cegador. Enfrente se abre el Centro Hassan II, consagrado a exposiciones de arte. Callejeando y bordeando luego la muralla, se llega a otro lugar dedicado a eventos culturales, el Palacio Raissoulni, nombre de quien fue pachá de Asilah durante el Protectorado español. Y en instantes, uno se topa con el mejor panorama. El Mirador, o Krikia, que se adentra con su espigón en el mar. El sitio justo para esperar a que el sol acceda a teñir el mar de oro rojo. La paz del sitio está garantizada. Pegado a la muralla hay un pequeño morabito donde descansan los restos de Sidi Ahmed el-Mansur, el santón más admirado de Asilah por la protección que siempre habría demostrado hacia esta medina y sus moradores.
Se entiende que Asilah haya ejercido tanto poder de atracción. Antonio Gala tenía una casa en la calle Sidi Taïeb, no lejos de la tercera gran entrada de la medina, la Bab al-Homar, junto a la Torre Roja (Borj al-Hamra). Pero ya a principios de los años cincuenta el escritor norteamericano Paul Bowles, afincado en Tánger, también fue pionero en Asilah. Tánger, a menos de una hora de Asilah, era y es una metrópolis cosmopolita, pero la seducción que ejerce este pueblo recostado en el Atlántico es especial. Importa desde luego su tamaño y su frescura de brisas y peces en verano.
Paul Bowles y su mujer Jane Auer alquilaron una casa en la medina donde afrontar mejor el sol cayendo sobre su cabeza como si fuera una cimitarra. Si necesitaban algo de la modernidad, Tánger quedaba a 40 kilómetros. A los amigos de los Bowles también les fascinaba la pequeña Asilah. Se trataba, además, de gentes avezadas en buscar paraísos, la flor y nata de la beat generation: Allen Ginsberg, William Burroughs, Jack Kerouac. Y otros más jóvenes como Truman Capote. Todos ellos peregrinaron a Marruecos con la guía de su paisano Bowles, como si este fuese un chamán de lo existencial. Y de lo práctico. Aunque el mayor impacto que produjo Asilah fue el recibido por el dramaturgo Tennessee Williams. En su drama De repente, el último verano llegó a identificar Asilah con Cabeza de Lobo, un sitio donde hasta explotaría un caso de canibalismo ritual.
Sin ir tan lejos, Asilah era placeres y liberaciones asequibles, tranquilidad, kif y, pudiendo, gambas a la plancha en algún restaurante español. Y música que no habitualmente amansa a las fieras. Bowles había empezado su aventura en el norte de Marruecos como musicólogo, con una beca de la Fundación Rockefeller. No tardaron en ir a visitarle músicos como Jimi Hendrix y en 1969 los propios Rolling Stones. Entre ellos, el guitarrista Brian Jones en plan de buscador de nuevos sonidos étnicos.
Tánger era mucha ciudad, pero Asilah daba un descanso perfecto para cualquier guerrero del arte. A la propia Jane Bowles le inspiró su comedia En la casa de verano (1953), si bien, empleando en su caso herramientas surrealistas y el más puro absurdo. Un personaje dice de repente: “¿Le gusta a usted el Chop Suey?”.
En 1950 su marido llegó a escribir en Asilah uno de sus cuentos más certeros. El jardín (1964). Todo un homenaje a Cándido de Voltaire, a la libertad individual, al esfuerzo por la obra bien hecha, sin alharacas metafísicas. Un precioso relato que discute la legitimidad de las religiones para imponer sus dogmas y sus, a veces, terribles castigos.
En la parte moderna de Asilah (Arcila durante los 44 años bajo España) hay un restaurante español casi centenario, Casa García. Y quedan edificios del Protectorado, desde el cine Magali a la iglesia de San Bartolomé.
Sin olvidar que Asilah puede presumir de una playa, que se llama Paradise, a poco más de tres kilómetros de una medina milenaria. En pura fantasía, por el arenal de Paradise, se podría ir caminando hasta el Cabo de Buena Esperanza. Cosas más difíciles hacían Los jumblies, esos “cabezas verdes, manos azules”, que tanto amaba Bowles por su capacidad de navegar en un colador.
Así llegó el año 1978, cuando se creó el Festival Cultural Internacional de Asilah. Una idea del pintor Mohamed Melehi, apoyada por Mohamed Benaissa, que lleva 43 años de alcalde de Asilah y que en su día también fue ministro de Cultura y de Asuntos Exteriores de Marruecos. El evento se celebra en julio y agosto y atrae a muchos artistas, músicos, poetas… Una de sus marcas es cuando los pintores usan los muros de la medina como lienzos. Concursos de poesía africana, conciertos, recitales... Todo y más esperando que suceda la noche, que tiene de especial el espejo del mar para que se mire la Luna.
Mientras, en algún superviviente café de pescadores, se comenta todo entre humos varios y sorbos de té a la menta.
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