Plaça del Vi 7, recetario popular entre copas de diseño

Apesar de que en Plaça del Vi 7 se come bien, todavía se puede beber mejor. No es sencillo definir este lugar, a medio camino entre una casa de comidas y un bistró, donde en torno al vino y su mundo se conforma una parte importante de su columna vertebral. Responsabilidad de Roger Viusà, propietario y sumiller, quien atesora méritos apabullantes. Trabajó en El Celler de Can Roca y creció profesionalmente junto a Josep Pitu Roca en el restaurante Moo; fue declarado mejor su...

Apesar de que en Plaça del Vi 7 se come bien, todavía se puede beber mejor. No es sencillo definir este lugar, a medio camino entre una casa de comidas y un bistró, donde en torno al vino y su mundo se conforma una parte importante de su columna vertebral. Responsabilidad de Roger Viusà, propietario y sumiller, quien atesora méritos apabullantes. Trabajó en El Celler de Can Roca y creció profesionalmente junto a Josep Pitu Roca en el restaurante Moo; fue declarado mejor sumiller de España en 2007, y mejor sumiller de Europa y segundo del mundo un año después.

Con tanta pasión como conocimientos, saca partido a las posibilidades que le brinda una bodega con más de 400 referencias donde se aprecia su debilidad por los vinos naturales. Para los comensales ávidos de experiencias, nada mejor que aceptar sus sugerencias. A cargo de la cocina, una brigada joven. En los papeles de jefe y segundo de cocina, David Freijomil y Jeffrey Ruiz. Y como jefes de partida, dos nombres prometedores, Roger Duró y Marc Roca, hijo de Joan Roca y Anna Payet, heredero ilustre de la saga que apuesta por desmarcarse de la alta cocina familiar. “No me identifico con las recetas creativas. Me entusiasman los platos populares de Can Roca, los mismos que sirve a diario mi abuela, Montse Fontané”, asegura.

En un ambiente acogedor, con mesas de madera sin manteles y el contrapunto de copas de diseño, sus especialidades se ajustan al eslogan reseñado en varias pizarras: “Del mercado a la Plaça del Vi”. En suma, cocina de cercanía, de temporada, desenfadada, para compartir, que alterna recetas populares catalanas con otras que evocan de refilón la alta cocina clásica del estilo del pato barberie a la Royal con puré de orejones y trufa. En el listado de aperitivos, sugerencias tan fiables como las anchoas del Cantábrico, los embutidos de la zona y quesos artesanos de producción local. Entrantes a los que se suman el paté de campaña con pistachos, los buñuelos de bacalao con alioli de membrillo y la coca de recapte con butifarra y erizos.

Propuestas correctas cuyas sensaciones se hacen extensibles a los platos de más peso. Es agradable el canelón de pollo asado a la salsa holandesa; poco relevante la escudella de bacalao con garbanzos; sabrosa la butifarra de perol con judías del ganxet, y equilibrado el arroz seco de perdiz con salchichas y calamar. Entre los postres, de corte casero, muy mejorables, ninguno como su rutilante flan.