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Sobrevivir a la superstición de los niños brujos

Algunas comunidades animistas en Guinea Bisáu no consideran humanos a los niños que nacen con discapacidad. Los que no son víctimas del infanticidio selectivo, están abocados a una vida en la oscuridad. Una ONG española les ayuda

Isemene Henriqueta Quintino sostiene en brazos a su hija Jean Philippe Mendy, de un año y con parálisis cerebral por hipoxia durante el parto. Su familia ha tratado de convencerla de que mate a la niña, a la que no consideran un ser humano. El infanticidio selectivo de niños con discapacidad es una práctica común en algunas etnias animistas de Guinea Bisáu.Álvaro García
Quintino escribe poesías en portugués sobre su experiencia de ser madre y luchar contra las tradiciones que matan. Sin el apoyo de su familia, ella vive en una casa de acogida de la ONG española Aida, junto al centro de rehabilitación para niños con discapacidad de la organización.Álvaro García
Los llaman irã, que en la lengua criolla de Guinea Bisáu quiere decir espíritu o demonio. Es el único nombre reciben muchos de los niños que nacen con alguna discapacidad, desde parálisis cerebral hasta epilepsia, o que simplemente parecen tenerla. Los mayores de algunas etnias animistas cuentan que no son humanos y que tienen que volver al lugar del que proceden, el más allá. O que hay que deshacerse de ellos porque son capaces de actos perversos de brujería. Así justifican el infanticidio selectivoÁlvaro García
La falta de acceso al sistema sanitario público y la preferencia por los curanderos tradicionales hace que tres de cada cuatro niños con discapacidad tengan un diagnóstico tardío, retraso o ningún tratamiento, según un estudio que cita Unicef en su último informe sobre el estado de la infancia en el país, de 2019.Álvaro García
En la unidad de prematuros del Hospital Nacional Simão Mendes, el más grande del país, las madres cuidan de sus bebés. El parto en casa es, sin embargo, muy común en el país. Y cuando un niño nace con alguna discapacidad no solo no recibe la atención que necesita, sino que no se les da nombre, no se les registra y, en el peor de los casos, les matan.Álvaro García
Un recién nacido es reanimado en la sala de urgencias de pediatría del Hospital Nacional Simão Mendes.Álvaro García
Salimatu Embalo, de 26 años, con su hijo Tcherno Kachide Balde, de cuatro. “Nació con fiebre y nunca estaba bien. Empecé a notar que no sujetaba la cabeza y un médico me dijo que necesitaba fisioterapia”, recuerda. Aquel doctor que le habló de que el niño podía mejorar era un vecino y uno de los especialistas del centro de la ONG Aida. “Otras personas me decían que no era una persona, pero no sucumbí a un tratamiento tradicional”.Álvaro García
Hoy, el pequeño Tcherno Kachide Balde gatea por la sala, pasa de un lado a otro de un tubo siguiendo las instrucciones de sus terapeutas. Al final, le espera un caramelo o un juego. No fueron solo las palabras hirientes lo que Embalo tuvo que combatir. “Me decían que era un irã, que si no lo mataba, él me mataría a mí”, se emociona su madre. Cuando Kachide cumplió un año, sus parientes dieron un paso más allá. “Mi familia me llevó a Bafatá (ciudad en el interior del país) y me hicieron una reunión para convencerme de que le matara. Tuve que huir”.Álvaro García
Samiro da Silva, de 15 años (derecha), junto a su madre Santa Aju, de 37, y su terapeuta en el centro de rehabilitación de Aida. "El niño nació normal, pero con nueve empezó a tener problemas. No sabemos si por una meningitis o paludismo cerebral", relata la progenitora. Gracias a la terapia ha recuperado parte de la motricidad. "Quiero poder levantar este brazo y manejar la mano", dice el chico mientras se agarra su izquierda. De hacerlo, podrá atender mejor sus clases en Braille, pues también perdió la visión casi completamente. "Quiero ser médico. Y si no, pastor de la iglesia para contar la palabra de Dios".Álvaro García
En las instalaciones de rehabilitación de Aida, atienden a 188 niños y hay otros 66 en lista de espera. “Damos prioridad a los que tienen epilepsia porque no les tratan su dolencia al considerar que no son seres humanos", explica la directora del centro. El segundo aspecto es la edad porque “cuanto más pequeños, más probabilidad de que la terapia funcione”. “También vemos las necesidades sociales de los padres; vamos a sus casas, evaluamos el apoyo que les podemos dar, por ejemplo: una cama, un carrito, ayuda para emprender un negocio”, agrega.Álvaro García
La mayoría de los pacientes padecen parálisis cerebral, después epilépticos y síndrome de Down. En el centro de Aida pasan consulta, se les hace seguimiento, terapia y se les dispensan medicamentos gratuitos. En Guinea Bissau hay un 4,5% de pequeños entre dos y cuatro años con algún tipo de discapacidad, la mayoría “disfunción en el comportamiento” y casi cero con problemas para ver, oír, andar o descoordinación motora. En adultos, el porcentaje baja a 1% de los hombres y 2,7% de las mujeres con “alguna dificultad funcional”, en términos de la Encuesta de Indicadores Múltiples (MICS) publicada en 2020. Muy por debajo de la media global: en el mundo, un 15% de la población vive con alguna discapacidad.Álvaro García
La sala de logopedia no es muy grande, pero es luminosa, dispone de todo lo necesario, con mucho color. Aquí se hace estimulación sensorial y también es una habitación de lectura. En el espacio de fisioterapia motora, los especialistas trabajan la motricidad con los niños. En la imagen, Samiro da Silva se esfuerza en su sesión.
En Guinea Bisáu, en la posición 175 de 186 en el índice de desarrollo humano de la ONU, sobrevivir al infanticidio camuflado de tradición va, a menudo, seguido de una existencia sin identidad, escondidos y ocultados. Salimatu Embalo, de 26 años, se negó a darle esa mala vida a su hijo y le lleva a su terapia con puntualidad. “Estoy muy contenta con mi decisión. Noté mucho el cambio desde que empezó la fisioterapia. Hace falta mucho coraje porque es duro, pero no nos podemos rendir”.Álvaro García