Columna

¿Para qué sirve la política?

Nada parece más importante ahora que elegir a quienes deben intentar elaborar las nuevas reglas del mundo nuevo

Cientos de indignados se concentran en las inmediaciones del Congreso de los Diputados el 9 de mayo de 2011.Carlos Rosillo

Vengo de Medellín, en Colombia, del Festival Gabo de Periodismo. Y además del encuentro con colegas de otros mundos que refrescan la mirada y, a la vez, comparten las mismas preocupaciones sobre el oficio, he recorrido algunos barrios de la ciudad. Nada es idílico en ninguna parte, y menos en un país que tiene por resolver asuntos como la violencia y ...

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Vengo de Medellín, en Colombia, del Festival Gabo de Periodismo. Y además del encuentro con colegas de otros mundos que refrescan la mirada y, a la vez, comparten las mismas preocupaciones sobre el oficio, he recorrido algunos barrios de la ciudad. Nada es idílico en ninguna parte, y menos en un país que tiene por resolver asuntos como la violencia y un grado altísimo de desigualdad. Todo está lleno de problemas y contradicciones. Pero en los barrios arrasados durante años por la guerra y la necesidad —Moravia, Comuna 13—, y que ahora luchan por la vida desde la dignidad de disponer de servicios básicos —agua, luz, saneamientos, transporte público, espacios para el encuentro y la cultura—, se encontraba sin dificultad la respuesta a la pregunta de para qué sirve la política.

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Ojalá pudieran asomarse a esas realidades todos los decepcionados hoy con la política. Por ejemplo, los jóvenes, y no tan jóvenes, que en nuestro país descubrieron la política con el 15-M y que ahora se repliegan hacia otros ámbitos después de comprobar cómo la maquinaria de los partidos o las ambiciones personales trituraban sus expectativas. Pero hace solo cuatro décadas, las políticas le dieron a la vida de los españoles un vuelco equiparable —salvando todas las distancias históricas— al que deslumbra hoy en Medellín. Hoy no tenemos en España las circunstancias de 1978, aunque no es menos importante este momento histórico. Vivimos un cambio profundo, radical, que modifica nuestro trabajo, las relaciones sociales y personales y hasta el aspecto del planeta. Podemos dejar que el azar o los intereses de unos poquísimos dirijan este momento. Ni en la economía en general ni en las decisiones de las grandes tecnológicas tenemos posibilidad, como individuos, de meter baza. Solo lo podemos hacer en la política, a pesar de todas sus imperfecciones. Nada parece más importante ahora que elegir a quienes deben intentar elaborar las nuevas reglas del mundo nuevo.

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La repetición electoral nos pilla tan cansados y aburridos que corremos el riesgo de olvidar para qué sirve la política. La precampaña se nos está yendo en el recuento anticipado de quién sube un poco y quién baja otro poco, algo que solo determinará el futuro de algunos políticos que pueden quedarse sin empleo. Para todos los demás, lo importante es saber si se podrá formar Gobierno, entre quiénes y para qué.

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