CARTA BLANCA

Nos sostenemos mutuamente

El vínculo entre hermanas suele ser poroso. La autora sostiene que, en su caso, ambas están hechas la una de la otra. Han construido un hogar.

UNO DE MIS primeros recuerdos es cuando fui a buscarte al hospital. Papá me dejó elegir lo que iba a ponerme. Me dijo que debía darte una buena impresión en nuestro primer encuentro. Me puse un vestido morado e intenté hacerme yo misma las trenzas. Cuando no me salieron bien, lloré.

Caminé de su mano a tu encuentro, los dos con el corazón en la boca (esto es una suposición mía; me tomo la licencia del creador. Como de costumbre, él estaba tranquilo, calmado. Orgulloso de ti, como siempre lo estaría). Y cuando mamá nos presentó, resplandeciente, con el otoño en su cabello, te cogí en bra...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

UNO DE MIS primeros recuerdos es cuando fui a buscarte al hospital. Papá me dejó elegir lo que iba a ponerme. Me dijo que debía darte una buena impresión en nuestro primer encuentro. Me puse un vestido morado e intenté hacerme yo misma las trenzas. Cuando no me salieron bien, lloré.

Caminé de su mano a tu encuentro, los dos con el corazón en la boca (esto es una suposición mía; me tomo la licencia del creador. Como de costumbre, él estaba tranquilo, calmado. Orgulloso de ti, como siempre lo estaría). Y cuando mamá nos presentó, resplandeciente, con el otoño en su cabello, te cogí en brazos y sonreí.

Me respondiste frunciendo el ceño, con el mohín enfurruñado por el que se te conocería más tarde.

Pasaron 25 años. Soñamos personajes imaginarios en el comedor, creando historias que nos contábamos la una a la otra (esa es la parte de nosotras que un día hice mía garabateando novelas en libretas, sola). Tocamos música en el garaje, canciones que habíamos oído juntas y las que habías escrito tú sola (esta es la parte de nosotras que hiciste tuya, actuando ante públicos atónitos por la potencia de tu voz y su tesitura). Bailamos, manchadas de barro y ebrias bajo la lluvia; reímos hasta que nos dolía, hasta que no podíamos hablar o respirar.

Estábamos muy unidas. Pero crecimos.

Yo me mudé, una vez, y volví a mudarme; tú te casaste. El amor permaneció entre nosotras, pero no hablábamos muy a menudo. Cuando lo hacíamos, nos pasábamos horas, recuperando el tiempo perdido. Aun así, las dos sentíamos la distancia.

Y entonces, todo se desmoronó.

Primero para mí. Me volví a mudar a la ciudad en la que habíamos crecido, humillada y enferma. Luego, un año después, para ti, cuando la vida que habías construido alrededor de ti misma pareció repentina, terriblemente irreal.

A mí se me estaba acabando el contrato de una vivienda que se caía conmigo dentro. Tú habías vuelto a casa mientras recuperabas el norte.

Así que la solución lógica fue irnos a vivir juntas.

Las dos teníamos nuestros recelos. Yo era testaruda, decididamente solitaria; nunca había tenido televisor, y estaba insoportablemente empeñada en tener la casa impecable. Tú eras sociable, charlatana; te encantaba Mujeres desesperadas y no sabías cocinar.

“Seis meses”, dijimos. “Nos damos seis meses y vemos qué tal”.

Desde el instante mismo en que cruzamos el umbral, algo cambió. Los años transcurridos se desvanecieron como por arte de magia. Construimos un hogar entre las dos.

Yo cambié: me volví más cariñosa, más amigable; empezaron a gustarme (sorprendentemente sin necesidad de mucha persuasión) los programas de telerrealidad. Y tú también cambiaste: te volviste más independiente, un poco más firme en tus convicciones. Ahora eres mejor cocinera que yo.

El último año no ha sido fácil, ni mucho menos. Física y emocionalmente, las dos nos hemos enfrentado a nuestros propios desafíos. Con todo, doy las gracias por tenerte aquí. Doy las gracias hasta por el mohín enfurruñado con el que me encuentro, de vez en cuando; el destello de tus manos diminutas tirando de mis trenzas, contigo envuelta en una toalla de felpa color melocotón.

Y es que resulta que el vínculo entre hermanas es poroso. Estamos hechas la una de la otra. Somos las historias de la otra; llevamos las piezas de la otra en el corazón. Y, pase lo que pase, nos sostenemos mutuamente. 

Katie Lowe es autora de Las furias, editado por Siruela.

Archivado En