Misión Tierra

Seamos realistas y recordemos lo obvio: para los terrícolas no hay planeta como el nuestro

El astronauta Buzz Aldrin, posa para una fotografía junto a la bandera estadounidense clavada en la Luna el 20 de julio de 1969. NASA / REUTERS

La llegada a la Luna, cuyo 50º aniversario se celebra esta semana, estuvo rodeada de expresiones épicas: la célebre “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, del astronauta Neil Armstrong; e incluso el discurso del presidente Kennedy en la Universidad de Rice, que dio comienzo a la carrera espacial, “elegimos ir a la luna y hacer las otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío es uno que estamos dispuestos a aceptar, uno que no estamos dispuestos a posponer”. En ambos casos se buscaba plasmar la grandeza de una gesta excepcional....

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La llegada a la Luna, cuyo 50º aniversario se celebra esta semana, estuvo rodeada de expresiones épicas: la célebre “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, del astronauta Neil Armstrong; e incluso el discurso del presidente Kennedy en la Universidad de Rice, que dio comienzo a la carrera espacial, “elegimos ir a la luna y hacer las otras cosas, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío es uno que estamos dispuestos a aceptar, uno que no estamos dispuestos a posponer”. En ambos casos se buscaba plasmar la grandeza de una gesta excepcional.

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Cinco décadas después, el desarrollo de la tecnología espacial, empujado por intereses geoestratégicos, científicos y comerciales, augura proyectos insólitos, como la deslocalización de la extracción de recursos minerales y la producción industrial a otras partes del sistema solar que propugna el fundador de Amazon, Jeff Bezos. Ahora bien, proyectar escenarios futuros en otras órbitas o planetas susceptibles de ser habitados, no deja de ser una evasión de la realidad si no afrontamos antes la crisis medioambiental que vivimos. Seamos realistas y recordemos lo obvio: para los terrícolas no hay planeta como la Tierra.

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Al hilo del mensaje de Kennedy, más allá de las promesas inherentes a la exploración espacial, el reto imperativo que deberíamos estar dispuestos a aceptar sin posponer, y no porque sea fácil sino difícil, se encuentra aquí y ahora: preservar la naturaleza del colapso de los ecosistemas y la destrucción de las formas de vida producidas por la acción humana. La misión del Apolo 11 nos dejó el legado de un sentido épico, fuente de inspiración para combatir y superar nuestras limitaciones. También los requerimientos de una empresa compartida. En medio de la rivalidad de la Guerra Fría, y con la amenaza de un conflicto nuclear como telón de fondo, existió una visión de unidad políticamente explícita en las palabras del presidente Nixon a Armstrong durante la conversación que mantuvieron por teléfono: “en este momento, único en toda la historia de la humanidad, todos los pueblos de la Tierra forman uno solo”. Y cognitivamente implícita en la fotografía tomada un año antes por el Apolo 8, icono de los conservacionistas, en la que se ve nuestro planeta elevarse sobre un paisaje lunar de aspecto inerte, baldío. Vislumbre del milagro de la vida en el vacío abismal. Desde entonces nuestra percepción del universo no ha sido la misma.

Si hace medio siglo, con unos medios que hoy resultan precarios, el hombre llegó a la Luna y ahora se investiga la posibilidad de llevar astronautas a Marte, con la pesadilla climática a la vuelta de la esquina, ¿cómo no va a ser posible lanzar una “carrera terrestre” e iniciar una transición económica capaz de frenar los efectos más catastróficos del cambio climático? @evabor3

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