Columna

Iceta, termómetro para una legislatura

La decisión de Sánchez es una apuesta por el diálogo para litigios territoriales

El líder del PSC, Miquel Iceta, en la celebración de la Fiesta de la Rosa del PSC del Vallès Oriental en Montmeló, Barcelona. David Zorrakino - Europa Press (Europa Press)

Miquel Iceta se ha convertido en un termómetro clave de la política española. La candidatura fraguada por el Partido Socialista para que presida el Senado constituye una formidable apuesta de legislatura.

Triple. Apuesta por el diálogo para litigios territoriales. Para transformar de facto la Cámara alta en federal, sin esperar a la reforma constitucional. Para ubicar el debate sobre fórmulas de encauzar —a la ley desde la ley— a los indepes catalanes.

Las derechas ni se han enterado, obsesionadas como siguen estando en aplicar a Cataluña un 155 anticonstitucion...

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Miquel Iceta se ha convertido en un termómetro clave de la política española. La candidatura fraguada por el Partido Socialista para que presida el Senado constituye una formidable apuesta de legislatura.

Triple. Apuesta por el diálogo para litigios territoriales. Para transformar de facto la Cámara alta en federal, sin esperar a la reforma constitucional. Para ubicar el debate sobre fórmulas de encauzar —a la ley desde la ley— a los indepes catalanes.

Las derechas ni se han enterado, obsesionadas como siguen estando en aplicar a Cataluña un 155 anticonstitucional: sin motivo jurídico; por tiempo indefinido; con carácter totalizador.

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Ignoran algo igual de básico: que eso es justo lo que han descartado los españoles, porque era la argamasa de un Gobierno tripartito derechista, con ministros ultras. Si siguen en ese empeño obcecado, los fracasados deberán ceder paso al centroderecha autonomista de Alberto Núñez Feijóo; los excitados, a los ciudadanos de verdad centristas que representan gentes decentes y competentes como Luis Garicano o Toni Roldán.

También los indepes operan en la inopia. Al condicionar o negar el voto a Iceta como senador por la autonomía catalana, no solo romperían la lealtad tradicional según la que siempre se ha franqueado el paso al candidato propuesto por cada partido.

Si no rebobinan, estarán enviando el mensaje de que no les interesa ninguna pasarela hacia la vuelta al ordenamiento constitucional y estatutario (incluso para remodelarlo), sino que siguen en el sumidero de la unilateralidad. Lo que es propio de Waterloo, pero no del proclamado pragmatismo de Esquerra.

Sería útil al secesionismo catalán interiorizar que ya no puede condicionar la mayoría socialista encarnada en Pedro Sánchez. Puede este salir primer ministro en minoría, en segunda votación. Incluso lograr mayoría en primera, pues la evaporación del voto de los tres diputados electos presos, que serán suspendidos como tales (créanlo, no es solo una opinión), rebaja el listón de 176 a 173,5 escaños, alcanzables con pactos.

Si Esquerra ignora que ya no tiene la llave del hacedor de reyes, y pues, que su único posible rol es de acompañamiento (lo que incluye opción a convencer) en vez de la presión y el ultimátum del que gozaba, despertará un día constatando que su mejor victoria electoral solo le sirvió para caer en la irrelevancia. Y para traicionar el doble mandato histórico de los catalanismos: reforzar el autogobierno, e influir (bien) en el devenir de España.

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