Opinión

La salud mundial frente a los troles

La difusión de información falsa sobre temas sanitarios en Internet es muy difícil de contrarrestar

Un niño paquistaní muestra una marca en su dedo tras ser vacunado contra la polio. Pese a los esfuerzos de inmunización, se han registrado nuevos casos de esta enfermedad en el país.K.M. Chaudary (AP)

La parte más frustrante de mi trabajo como profesional de la sanidad pública es la difusión de información falsa, por lo general en Internet, que suplanta años de estudios empíricos. Ya es suficientemente difícil contrarrestar las falsedades en conversaciones presenciales con pacientes, cuanto más cuando el medio de propagación es digital.

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Hace poco fui testigo de primera mano en Cachemira, donde crecí. Allí los padres de niños y niñas pequeñas creían en vídeos y mensajes publicados en Facebook, YouTube o WhatsApp que difundían falsos rumores de que las vacunas y los medicamentos modernos eran dañinos, o incluso que eran financiados por extranjeros por raros motivos. Mis conversaciones con colegas pediatras locales me revelaron cómo un solo vídeo o mensaje instantáneo con información falsa bastaba para disuadir a los padres de confiar en algunas terapias médicas.

Médicos de otras áreas de India y Pakistán han reportado numerosos casos en que los padres, muchos de ellos con buen nivel de educación, rechazan las vacunas contra la polio para sus hijos. Los rumores de que la CIA organizó una vez una falsa campaña de inmunización para realizar labores de espionaje en Pakistán exacerbaron la desconfianza en el interior de la región. Considerando lo que hay en juego, a veces los Estados recurren a medidas extremas, como arrestar a padres poco colaboradores, para asegurarse de que las comunidades vulnerables reciban vacunas.

Este es apenas un ejemplo regional de la amenaza mundial que la desinformación en Internet representa para la salud pública. En Estados Unidos, un estudio reciente del American Journal of Public Health informó de la manera en la que los bots de Twitter y los troles rusos han logrado desviar el debate público sobre la eficacia de las vacunas. Tras examinar 1,8 millones de tuits emitidos a lo largo de un periodo de tres años (2014- 2017), los investigadores llegaron a la conclusión de que estas cuentas automatizadas tenían la finalidad de crear suficiente contenido antivacunas como para generar una falsa equivalencia en ese debate.

Estos programas de desinformación tienen éxito por una razón. En marzo de 2018, investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts reportaron que las historias falsas en Twitter se propagan mucho más velozmente que las verdaderas. Sus análisis revelaron cómo la necesidad humana de novedades y la capacidad de la información de suscitar una respuesta emocional son vitales para la difusión de mensajes falsos.

Internet sirve de amplificador del daño que causan estos hechos alternativos, ya que puede diseminarlos a una escala y velocidad enormes: una pocas cuentas falsas o destinadas al troleo bastan para desinformar a millones. Y, una vez se difunden las mentiras, es prácticamente imposible deshacer lo hecho.

Es un imperativo moral tomar medidas prudentes para evitar situaciones en las que haya vidas en juego

Está claro el papel de los bots y troles de Twitter en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 y el referendo sobre el Brexit en el Reino Unido. Actualmente, afectan la sanidad mundial también. Si no damos pasos sólidos y coordinados para enfrentar esta alarmante tendencia, podríamos perder un siglo de éxitos de vacunaciones y comunicación sanitaria, los cuales dependen de la confianza.

Podemos adoptar varias medidas para comenzar a revertir el daño. Primero, las autoridades de salud de países desarrollados y en desarrollo tienen que entender el modo en que esta desinformación online está socavando la confianza de la gente en los programas sanitarios. Además, deben colaborar activamente con gigantes globales de las redes sociales como Facebook, Twitter y Google, así como con actores regionales importantes, como WeChat y Viber, trabajando estrechamente con cada uno para crear pautas y protocolos de difusión segura de información de interés público.

Además, las compañías de redes sociales pueden colaborar con científicos para identificar patrones y conductas de las cuentas basura que intentan diseminar información falsa sobre asuntos de sanidad pública importantes. Por ejemplo, Twitter ya ha comenzado a usar tecnología de aprendizaje para limitar la actividad de cuentas basura, bots y troles.

También una verificación más rigurosa desde el momento de registrarse servirá de potente disuasor para evitar el aumento de las cuentas automatizadas. La autenticación de dos factores, usando una dirección de correo electrónico o un número de teléfono al registrarse, es un comienzo prudente. La tecnología CAPTCHA, que pide a los usuarios identificar imágenes de coches o señales de tráfico –algo que por ahora, al menos, los seres humanos podemos hacer mejor que las máquinas–, también puede limitar los registros automatizados y la actividad de los bots.

Es improbable que estas precauciones infrinjan el derecho de expresión de las personas. Las autoridades sanitarias tienen que pecar por el lado de la precaución al ponderar los derechos de libre expresión frente a falsedades deliberadas que puedan poner en peligro el bien común. El abuso del anonimato que proveen la Internet, las cuentas basura, los bots y los troles trastorna y contamina la información disponible y confunde a la gente. Es un imperativo moral tomar medidas prudentes para evitar situaciones en las que haya vidas en juego.

La sanidad pública mundial ha dado grandes pasos en el siglo XX. Los avances que se logren en el XXI no vendrán solo de investigaciones de vanguardia y trabajo comunitario, sino también de la interacción en el mundo digital. Puede que la próxima batalla por la salud global se libre en Internet. Y, al actuar con la rapidez suficiente para derrotar a los troles, podemos prevenir enfermedades y muertes evitables en todo el planeta.

Junaid Nabi es investigador sobre temas de salud pública en el Brigham and Women’s Hospital y la Harvard Medical School, en Boston. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen. Copyright: Project Syndicate, 2018.

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