Por el futuro de nuestros hijos

La educación que reciben los jóvenes no promueve la curiosidad ni incita a la reflexión

Alumnos en un instituto catalán. MASSIMILIANO MINOCRI

“Por el futuro de nuestros hijos” es una de las expresiones más manidas que existen en la actualidad. Con esta frase, políticos, gobernantes y demás mandatarios justifican las mayores tropelías: leyes de educación que cambian con cada legislatura, si no antes; normas que tienen que ver más con la ideología que con la educación; y el desprecio a las humanidades frente a las disciplinas de ciencias o tecnológicas.

Al mismo tiempo que las asignaturas humanísticas se marginan o desaparecen de los planes de estudios, se extiende el uso de tabletas y otros dispositivos electrónicos en las aul...

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“Por el futuro de nuestros hijos” es una de las expresiones más manidas que existen en la actualidad. Con esta frase, políticos, gobernantes y demás mandatarios justifican las mayores tropelías: leyes de educación que cambian con cada legislatura, si no antes; normas que tienen que ver más con la ideología que con la educación; y el desprecio a las humanidades frente a las disciplinas de ciencias o tecnológicas.

Al mismo tiempo que las asignaturas humanísticas se marginan o desaparecen de los planes de estudios, se extiende el uso de tabletas y otros dispositivos electrónicos en las aulas y la sensación que transmiten los colegios es de modernidad y progreso. Pero cuando los escolares vuelven a sus casas ¿les apetece leer libros o cómics, jugar al parchís o dibujar?, ¿tienen curiosidad por saber algo más sobre Bonaparte, Mozart o Juana de Arco?

En la mayoría de los casos, la respuesta es no. La educación que reciben los jóvenes no promueve la curiosidad ni incita a la reflexión. Sin obviar la responsabilidad fundamental de los progenitores, cuyo ejemplo es crucial, los gobernantes tienen el deber de asegurar una educación humanista que forme ciudadanos con pensamiento crítico, con una conciencia más profunda y una comprensión aguda y no simplemente expertos en cuestiones tecnológicas.

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Uno de los argumentos que esgrimen los detractores de las humanidades es la supuesta necesaria adaptación a una sociedad cada vez más tecnológica y digital que garantice la rentabilidad económica. ¿Acaso no es rentable la cultura en un país con un patrimonio artístico vastísimo, donde proliferan los museos y todo tipo de infraestructuras culturales?

Hace poco encontré el diccionario de griego de 3º de BUP en la casa de mis padres y lo he colocado en la balda de mis libros favoritos. No creo que pueda enorgullecerme de mis conocimientos de griego antiguo, pero gracias a esas clases inspiradoras disfruto leyendo las epopeyas homéricas de La Ilíada y La Odisea o la historia de las guerras en la Grecia clásica y me emociona el friso del Partenón o la Venus de Milo.

Por el futuro de nuestros hijos, mantengamos las materias ligadas al humanismo: literatura, filosofía, música, historia, arte. Las que nos hacen verdaderamente humanos.

Esta tribuna es una colaboración de un lector en el marco de la campaña ¿Y tú qué piensas?. EL PAÍS anima a sus lectores a participar en el debate. Algunas tribunas serán seleccionadas por el Defensor del Lector para su publicación.Los textos no deben tener más de 380 palabras (2.000 caracteres sin espacios). Deben constar nombre y apellidos, ciudad, teléfono y DNI o pasaporte de sus autores. EL PAÍS se reserva el derecho de publicarlos y editarlos. ytuquepiensas@elpais.es

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