Columna

El momento polarizador

Todos los actores políticos se van contagiando de esta epidemia cuyo peor efecto es la ruptura de los consensos básicos

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, durante su intervención en la intermunicipal del partido en Málaga.Daniel Pérez (EFE)

Hace un tiempo, Chantal Mouffe definió el presente en estas páginas como un “momento populista”, dada la frontera entre los de abajo y los de arriba reabierta por la crisis y la política de austeridad. Pero hoy deberíamos hablar mejor de momento polarizador, dado que esta técnica de confrontación irrestricta ha revelado ser un arma de seguro éxito electoral, y ello tanto para ultraderechistas a lo Trump como para centristas a lo Macron. Hoy en día, quien no polariza contra algún enemigo al que odiar corre el riesgo de ser derrotado. Y por eso todos los actores políti...

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Hace un tiempo, Chantal Mouffe definió el presente en estas páginas como un “momento populista”, dada la frontera entre los de abajo y los de arriba reabierta por la crisis y la política de austeridad. Pero hoy deberíamos hablar mejor de momento polarizador, dado que esta técnica de confrontación irrestricta ha revelado ser un arma de seguro éxito electoral, y ello tanto para ultraderechistas a lo Trump como para centristas a lo Macron. Hoy en día, quien no polariza contra algún enemigo al que odiar corre el riesgo de ser derrotado. Y por eso todos los actores políticos se van contagiando de esta epidemia polarizadora, cuyo peor efecto es la ruptura de los consensos básicos, incluidos los legales, éticos y semánticos.

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En España lo sabemos bien, pues a pesar de todos sus delitos, errores y falsedades, el soberanismo catalán sigue siendo electoralmente invencible gracias a su extrema polarización antiespañola. Una polarización a la que no se enfrentaban los partidos españoles por temor a realimentarla siendo acusados de catalanofobia. Pero ese tabú autocensor ya ha terminado, pues ahora los dos líderes del centroderecha han optado por competir en capacidad de polarización. Y el disparo de salida ha sido la agresión verbal de Casado, acusando al jefe de Gobierno de ser “partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando” (algo literalmente falso, pues cuando se produjo el golpe de Estado autonómico, hace un año largo, Sánchez se opuso suscribiendo el 155). Lo que ha sido inmediatamente replicado por su rival Rivera elevando su propia apuesta polarizadora.

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Ahora bien, en materia de polarización, no ofende quien quiere sino quien puede, pues insultar con saña es tan difícil como contar chistes con gracia. Para polarizar no basta con recitar un repertorio aznarista de frases gruesas, sino que además hace falta la catadura moral de un Aznar. Y allí Casado no da la talla, pues con su aspecto de pijo más bonito que un sanluís, por mucho que insulte y ofenda no logra traslucir verdadera ferocidad. Su software verbal está muy bien aprendido y pronunciado, pero le falta el hardware corporal necesario. Y para polarizar con eficacia, si se me disculpa la expresión, hay que ser un borde con mala leche: como Trump, como Salvini, como Bolsonaro. O como Pablo Iglesias, que es el único epígono de Aznar que tiene madera de polarizador. Aunque Ribera tampoco es manco, por lo que acabará por tragarse a Casado de dos bocados.

Entre tanto, al estar emparedado entre dos polarizaciones opuestas (secesionista y españolista), Sánchez tratará de actuar en plan despolarizador, intentando distender el ambiente para alcanzar aquellos compromisos que ayuden a recomponer los consensos necesarios. Es difícil que pueda lograrlo. Entre otras razones, porque su propia carrera se inició polarizando, cuando tachó a Rajoy de indecente y le opuso su no es no. Lo mismo que le harán a él.

Hoy en día, quien no polariza contra algún enemigo al que odiar corre el riesgo de ser derrotado.

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