El nuevo sujeto emancipador

Las movilizaciones del 8-M han abierto camino a una transformación real de la sociedad

Cabecera de la manifestación del 1 de Mayo en Madrid con banderas y pancartas por la igualdad entre hombres y mujeres. Jaime Villanueva (EL PAÍS)

El feminismo es, en la sociedad actual, el principal factor de cambio, el único sujeto realmente emancipador que hay en la escena política y social. Las tradicionales manifestaciones del primero de mayo, eco de unos tiempos en que el poder de transformación se atribuía a los trabajadores, han venido a corroborarlo: las mujeres han tenido un protagonismo destacado. La estructura social ha cambiado, la clase obrera ha perdido peso y se ha fragmentado, las clases medias, seducidas en el pasado reciente por la utopía de la indiferencia política, están hoy fragmentadas y desconcertadas. Es contra l...

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El feminismo es, en la sociedad actual, el principal factor de cambio, el único sujeto realmente emancipador que hay en la escena política y social. Las tradicionales manifestaciones del primero de mayo, eco de unos tiempos en que el poder de transformación se atribuía a los trabajadores, han venido a corroborarlo: las mujeres han tenido un protagonismo destacado. La estructura social ha cambiado, la clase obrera ha perdido peso y se ha fragmentado, las clases medias, seducidas en el pasado reciente por la utopía de la indiferencia política, están hoy fragmentadas y desconcertadas. Es contra la desigualdad entre hombres y mujeres que se tejen las vías de encuentro después de los años del individualismo radical.

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Los hombres han cimentado su poder en la capacidad de silenciar a las mujeres (Mary Beard). La recuperación de la palabra, en la senda de las movilizaciones del 8 de marzo, abre el camino a una real transformación de la sociedad. Como describe la antropóloga Veronique Nahoum-Grappe, “el relato nacido del yo solitario se ha deslizado hacia el yo también y ella también, para acabar dibujando un nosotros poderoso” y, añado, con capacidad integradora. Hoy es el único proceso liberalizador que se avista en el horizonte.

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El desarrollo científico ha secuestrado la idea de progreso, reduciéndolo a la capacidad de dotarnos de instrumentos tecnológicos de ensueño. Pero el progreso técnico no se justifica en sí mismo, sino en función del uso que de él se hace. Y el verdadero progreso está en la ampliación de las posibilidades de realización de las personas. Marx decía que “la libertad es lo que se resta a la necesidad”, pero hay más: en el horizonte ilustrado, el progreso es la capacidad de emancipación, de actuar, de pensar y decidir por sí mismo, sin perder el sentido de la comunidad y de la realidad. “Tenemos que imaginar un Sísifo feliz”, nos advertía Albert Camus, siempre atento a que no olvidemos el sentido trágico de la vida.

La ampliación de los espacios de libertad, sacando a los mujeres de la servidumbre y colocando a los hombres ante sus responsabilidades; la construcción de la igualdad y, por tanto, del reconocimiento mutuo tantas veces negado; la aceptación de la igual dignidad en las opciones de género; el reparto efectivo del poder erosionando un modelo construido al modo de los hombres; la recuperación plena de la palabra y la lucha ideológica contra las pautas de una cultura del supremacismo masculino, son tareas cada día más asumidas por razón de justicia y equidad pero también como promesa de un mundo mejor. Y hoy las representa el mensaje feminista, como referencia para luchar contra una hegemonía ideológica que ha hecho de la desigualdad valor supremo. El feminismo es el sujeto del cambio para todos.

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