Análisis

El último pujolista

Hay que reconocer a Artur Mas estilo sobrio, argumentario y convicción en su adiós a la política

Artur Mas durante la rueda de prensa en la que dimitió como líder del PdeCat.Vídeo: Josep Lago (AFP). EPV

Quizá en política no sea de empleo automático el adagio de Petrarca según el cual “un bel morir tutta una vita onora”.

Pero hay que reconocerle a Artur Mas estilo sobrio (distante), argumentario (retorcido de presuntos éxitos que jalonan el fracaso de un declive estrepitoso) y convicción (metálica) en su adiós a la política.

Sobre todo si se compara con la abrumadora ausencia de todo ello entre sus pares, su sucesor y sus acólitos.

Con la excepción de los jóvenes dirigentes de su partido, los voluntariosos Marta Pascal y David Bonvehí, y algunas decenas de alcalde...

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Quizá en política no sea de empleo automático el adagio de Petrarca según el cual “un bel morir tutta una vita onora”.

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Pero hay que reconocerle a Artur Mas estilo sobrio (distante), argumentario (retorcido de presuntos éxitos que jalonan el fracaso de un declive estrepitoso) y convicción (metálica) en su adiós a la política.

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Sobre todo si se compara con la abrumadora ausencia de todo ello entre sus pares, su sucesor y sus acólitos.

Con la excepción de los jóvenes dirigentes de su partido, los voluntariosos Marta Pascal y David Bonvehí, y algunas decenas de alcaldes apreciables. Esos que volverán a primer plano cuando se agoten las maniobras circenses de prófugos y monaguillos de ridículas investiduras telemáticas.

A los militantes les interesará el envoltorio y las coartadas, claro. A los transeúntes, un solo mensaje, que el último pujolista dinástico dirige a todos: renuncien a la independencia unilateral y exprés.

O dicho en su peculiar jerga, “no podemos acelerar la implementación de la independencia”. Es decir, abramos una legislatura con voluntad de durar cuatro años y no de consumirse en inútiles gesticulaciones seudo-heroicas y efímeras; intentemos gobernar; démonos tiempo; ampliemos nuestra base... aunque hasta ahora en cada colada hayamos perdido una sábana.

Mas se basa en que pese a tanto presunto éxito, el secesionismo ha quedado nuevamente por debajo (y aún más abajo que hace dos años, en el 47'5%) del “50% del voto popular”. Argumento inapelable.

Debieran serlo también sus corolarios: la renuncia a la unilateralidad, el retorno a la actuación dentro del orden estatutario. Y no oculta en ello sus “discrepancias” —aunque jamás formuladas “en público”—, con su heredero Carles Puigdemont, actualmente en viaje intergaláctico.

Se va de la política el político que encabezó el movimiento pujolista en los últimos quince años, reconociendo al fin, a desgana, que está quemado, por “vinculado al pasado que representa Convergència”. Es una triple despedida.

Al movimiento que fue decisivo catch-all party: integrador de democristianos, liberales, conservadores y reformistas sociales. Y que se desintegró bajo su mandato.

Al método pujolista de permanencia en el poder: el de encarnar el mal menor, que parecía proteger a las clases medias de los radicales (ya no); al españolismo del separatismo (ya tampoco) y al catalanista del rival ancestral (ya nada).

Y a una clase dirigente de la menestral-burguesía, huérfana de la Lliga y de Esquerra, sumisa/incómoda con Franco, lejana en la transición, desorientada con la globalización y humillada por la Gran Recesión.

Adiós.

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