Columna

¿Cuánto ganas al mes?

Ojalá la gente se dividiera entre independentistas y constitucionalistas. Pero me temo que no. Me temo que la gente se divide entre ricos y pobres

El portavoz de Omnium, Marcel Mauri (d), junto al vicepresidente de ANC, Agustí Alcoberro (i), durante la concentración convocada por la ANC frente al Parlamento catalán el pasado 2 de noviembre.Quique García (EFE)

El procés catalán se ha metamorfoseado de tal forma que ya parece un debate sobre la existencia de Dios. Lo importante ya no es si Dios existe o no, sino la postura de la gente ante la pregunta. Los independentistas han recurrido a la inefabilidad del sentimiento secesionista, del que no se puede hablar ni opinar sino solo aceptar. Los constitucionalistas lo han fiado todo a la razón y la jus...

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El procés catalán se ha metamorfoseado de tal forma que ya parece un debate sobre la existencia de Dios. Lo importante ya no es si Dios existe o no, sino la postura de la gente ante la pregunta. Los independentistas han recurrido a la inefabilidad del sentimiento secesionista, del que no se puede hablar ni opinar sino solo aceptar. Los constitucionalistas lo han fiado todo a la razón y la justicia. El entendimiento era imposible. Toda España se ha sentado en el diván. Pero mientras aceptábamos tal debate bizantino, nos hemos olvidado de la política real.

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Parecía que estábamos todos buscando la autodestrucción de España y Cataluña por distintas vías. Cuando leía en la prensa que el portavoz de Ómnium tiene un sueldo de cerca de 60.000 euros, pensaba en que si a mí me dieran un sueldo como ese por ser tan solo el portavoz de una asociación cultural me haría rápidamente independentista. Parece un trabajo bonito. Si Junqueras pudiera pagar ese sueldo a todos los catalanes, no habría duda: el independentismo sería aceptado por el cien por cien del electorado. El problema es que no puede.

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Tampoco Rajoy puede dar trabajos donde se paguen esos 60.000 euros a todos los españoles, pero la diferencia estriba en que eso ya lo sabíamos desde hace tiempo. Si al menos la reordenación territorial de España sirviera para debatir la riqueza y la pobreza, todo habría valido la pena. El temor de las clases medias a la ruptura de la unidad de España no es una cuestión teológica ni tan siquiera política, sino económica.

A día de hoy no creo que haya un solo español con dos dedos de frente que crea en la unidad de España como si esta fuera una verdad metafísica. La clase media piensa que esa unidad es útil para asegurar un sueldo, por supuesto no de 60.000 euros, sino de tan solo 23.000, que es el salario medio en España. Por 60.000 euros al año en un buen puesto de trabajo, como por ejemplo portavoz de una asociación cultural, la clase media española no tendría ningún inconveniente en dinamitar la unidad de España, la monarquía y la constitución incluidas y montar el aquelarre revolucionario y libertario más sonado de la historia.

Por eso, la pregunta que hay que hacer a la gente no es si cree en Dios o no, sino cuánto cobra en su trabajo. Porque tras esa pregunta están las pensiones, los colegios y los hospitales, que son la patria de la gente corriente. Como decía un editor español, todos deberíamos llevar tatuado en la frente nuestro sueldo. Así sabríamos de qué estamos hablando. Hasta para ser el mayor revolucionario del universo, necesitas unos 50 euros para comprarte los tres o cuatro libros donde se explica cómo convertirte en el mayor revolucionario del universo. Ojalá la gente se dividiera entre independentistas y constitucionalistas. Pero me temo que no. Me temo que la gente se divide entre ricos y pobres.

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