Fernando Caruncho: “Ser jardinero es una manera de ser hombre”

Gianfranco Tripodo

AL ESTUDIO de Fernando Caruncho (Madrid, 1957) en San Sebastián de los Reyes se accede a través de una pequeña puerta que casi pasa inadvertida en una pared cubierta de jazmín y que conduce a un jardín sencillo. A la izquierda, una fuente redonda a ras de suelo crea leves ondas concéntricas. A la derecha, sobre la gravilla se han dibujado con precisión de compás círculos concéntricos que replican los creados por el agua. Ambos espacios quedan a su vez abrazados por sendos círculos de laurel. El silencio impone la sensación de estar en un monasterio. Pero se trata del estudio de donde salen dis...

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AL ESTUDIO de Fernando Caruncho (Madrid, 1957) en San Sebastián de los Reyes se accede a través de una pequeña puerta que casi pasa inadvertida en una pared cubierta de jazmín y que conduce a un jardín sencillo. A la izquierda, una fuente redonda a ras de suelo crea leves ondas concéntricas. A la derecha, sobre la gravilla se han dibujado con precisión de compás círculos concéntricos que replican los creados por el agua. Ambos espacios quedan a su vez abrazados por sendos círculos de laurel. El silencio impone la sensación de estar en un monasterio. Pero se trata del estudio de donde salen diseños de jardinería con rumbo a todos los rincones del mundo.

“Siempre me ha gustado reivindicar la palabra ‘jardinero’. Y me gusta su carácter humilde, cuya raíz —‘humus’— significa tierra”.

En sus 38 años de trayectoria profesional, Caruncho ha acometido más de 160 proyectos, tanto privados como públicos. Algunos en España, como la Terraza de los Laureles del Real Jardín Botánico de Madrid o la ampliación de los Jardines de Pereda en Santander, realizada en colaboración con el arquitecto Renzo Piano, autor del Centro Botín. La mayoría de sus creaciones habitan en el extranjero: Francia, Italia, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Japón… Considerado uno de los paisajistas más destacados del mundo, tan solo acepta cuatro o cinco encargos al año y viaja constantemente para atender a sus “hijos”, como llama a sus obras.

El jardinero ha reorganizado junto a sus “otros” vástagos, Fernando y Pedro, ambos arquitectos, su estudio, que ahora se llama Caruncho Garden & Architecture y desde el que han comenzado a diseñar proyectos concibiendo la arquitectura desde el jardín. “El punto de partida es el paisaje. Luego el jardín, y después el edificio: el jardín es el nexo que sirve de unión entre el paisaje y la arquitectura”.

Aparece por un pasillo, tranquilo, sonriente y afectuoso; con porte de hidalgo antiguo y ademanes que denotan una educación exquisita. Pero no se deje engañar por su imagen pulida y serena: este hombre está lleno de energía y de pasión por su trabajo.

Antes de empezar la entrevista, ya ha entrado en materia: “El reto de la arquitectura contemporánea consiste en volver a transmitir su conexión con el paisaje, y para ello necesita al jardín. Así ha sido durante la historia y esa es la razón por la que aún las ciudades antiguas tienen ese encanto y humanidad que las hacen tan inspiradoras y agradables de vivir”.

¿Nos hemos olvidado del jardín? El siglo XX considera que el jardín es un producto burgués. A consecuencia de esto, y en relación directa con la Primera y Segunda Guerra Mundial con las que Europa queda arrasada, surge un nuevo tipo de arquitectura urgente que se olvida de algo tan esencial como el árbol, y eso produce una gran deformación del mundo de la arquitectura, que se vuelve críptica, conceptual, y se aleja de la gente. Somos naturaleza, y el objetivo de la vida del hombre es reconectar con ella. Esta unión hace al hombre feliz, unido al mundo.

Jardín privado en Boca Ratón (Florida, Estados Unidos).

Entonces no es tanto que nos hayamos olvidado del jardín, sino que lo hemos menospreciado deliberadamente. Absolutamente. Se ha devaluado toda la memoria anterior, bien porque fuera popular, bien porque fuese burguesa. Hoy somos conscientes de esta gran pérdida y estamos intentando repararla. Pero hay que hacerlo explicando su fundamento real, que no es otro que la capacidad de transformar al ser humano mediante el conocimiento que brinda la naturaleza. Sin este fin último el jardín no tiene sentido, más allá de ser estéticamente agradable.

¿Qué es para usted la jardinería? Ser jardinero es una manera de ser hombre. La rosa que allí florece es la rosa que florece dentro de ti. Es esta intención la que ha impulsado a la gente a realizar obras arquitectónicas y jardines increíbles como los de la Alhambra, el Taj Mahal, Versalles, por poner casos extremos. Los palacios eran parte del proceso, pero el verdadero desafío era la realización de los jardines, vías de conocimiento y transformación.

¿Cómo se encontró en este camino? No lo sé todavía [sonríe]. El amor, como decía Dante, es la fuerza que creó y mueve el universo, y llega de una manera siempre insospechada. Yo me crie en jardines, en casa de mis abuelos en Ronda, y en nuestra casa en Galicia, igual que mis hermanos y mis primos, y ninguno ha dedicado su vida al jardín. Yo lo decidí con 21 años, estudiando Filosofía, exactamente en un seminario sobre la tragedia griega. Ahí descubrí que el mundo antiguo tenía sus claves cifradas dentro de la naturaleza, y que en ella se encuentran los códigos de comportamiento y conocimiento del ser humano. El hombre griego tenía esa gracia de lo consustancial a la naturaleza, la parte divina del hombre, que nosotros hemos perdido en el tiempo y que para recuperar necesitamos de todo un proceso de cultura y arte que te pueda acercar a ella.

Jardines de Pereda en Santander (2003).

Usted insiste en que es jardinero, no paisajista. Paisajista me parece un eufemismo con el que se pierden todas las connotaciones que tiene la palabra jardinero desde hace al menos 5.000 años. Siempre me ha gustado reivindicarla, y me gusta también su carácter humilde, cuya raíz, humus, significa tierra. El sustrato del alma humana está en la tierra.

Usted tiene una visión filosófica, incluso mística, del jardín. El paisajista modernista Dan Kiley decía que el diseño del paisaje no debería ser una mera reorganización de elementos, sino una representación del orden superior de las cosas. Entre Dan Kiley, uno de los grandes maestros del landscaping americano, y yo surgió una gran chispa. Nunca nos conocimos personalmente, pero mantuvimos una correspondencia muy intensa. Me sorprendió muchísimo que una persona a 6.000 kilómetros de distancia, que tan solo conocía mi trabajo, comprendiera el código de mis proyectos (similar al de los suyos). Me siento un pequeño eslabón de una gran cadena en la historia del jardín, en la historia de lo que somos, y por tanto me encuentro muy unido a él. También a todos los grandes a los que admiro: Goethe, Rilke, Hölderlin… A eso es a lo que yo llamo la “gran memoria”.

“El jardín es ese espacio maravilloso donde todos somos iguales, sin condicionamientos ni religiosos ni políticos”.

Como un pequeño eslabón en una larga cadena de ADN. ¡Es que somos ADN! Es que en ti está Cervantes, y Lope, y Garcilaso, y Lorca, y Bergamín… Eso es la cultura: el descubrimiento de todas esas infinitas capas que tú tienes, de lo que tú eres, del Sorolla que llevas dentro, del Velázquez… Por eso tiene sentido, es el hilo que va desentrañando lo que tú llevas dentro y lo que tú eres, es el conócete a ti mismo a través del mundo.

¿Qué hace que un lugar sea un jardín? Creo que el fundamento es la creación de una atmósfera de luz que entra en tu mente a través de tus ojos y produce una visión. Y cuando se crea un equilibrio adecuado entre el elemento mineral del proyecto, que es la arquitectura, el agua —bien metafórica o real— y el elemento vegetal, se produce una absorción y refracción de la luz, una vibración lumínica. En ese elemento invisible es donde está el jardín, justo ahí, en la vibración lumínica. Es una alquimia misteriosa, un fenómeno que no es de la razón, sino de la intuición.

Las maneras de abordar la búsqueda de ese intangible son distintas en cada lugar del mundo: nada tiene que ver un jardín inglés con un jardín japonés. El hombre, como la naturaleza, es infinito en sus posibilidades. Un hombre mediterráneo no tiene nada que ver con un hombre sajón. El clima te conforma. En nuestra cultura el espacio de flor es cortísimo, pero en cualquier zona de Inglaterra, Francia o Alemania la floración comienza el 15 de abril y termina el 15 de noviembre.

El jardín siempre se ha considerado un símbolo de riqueza y ostentación. Reyes y reinas buscaban reflejar su poderío en sus jardines, ¿hay búsqueda de conocimiento ahí? Por supuesto. Fueron personas de gran criterio, con una gran cultura, con visiones y valores muy claros. María Antonieta, por ejemplo, era enormemente sensible y ayudó al cambio del jardín en Francia de una manera sustancial. Este lugar pertenece al mundo de la intimidad, pero acaba reflejando aspectos sociales, culturales y políticos: cuando comienza la Revolución Francesa a nadie se le ocurre hacer una línea recta porque lo anterior representaba el Antiguo Régimen. En todos los jardines hay una geometría escondida que hay que interpretar cuando el paradigma cambia para realizar nuevos jardines, porque los anteriores ya no son admisibles.

Maqueta de la Casa del Agua en Grecia.

¿En qué consiste para usted la belleza? Es la expresión de la conexión del hombre con el mundo. En ella se muestra en toda su plenitud y complejidad, por eso es expresión y vía de conocimiento. En el jardín esa búsqueda se produce a través de los elementos de la naturaleza que se ordenan a través de la geometría. La conexión con el paisaje completa ese enlace con el mundo, y, a través de ella, el hombre se siente por fin pleno y libre. La palabra esencial es conexión y la consecuencia de ella es plenitud, que es esa emoción enorme que sientes cuando llegas a la Alham­bra. Entonces te sientes unido a todos los demás hombres. Saltas la barrera del individuo para conectar con el ser universal.

¿No cree usted que en la actualidad hay un malentendido con la belleza? Se considera algo banal y, en consecuencia, no hay una inclinación hacia su búsqueda como en otros siglos. La belleza está unida a la verdad y la bondad, pero solo tiene su verdadero valor cuando se expone hacia su contrario; hacia la fealdad, la maldad y la mentira. No es que se haya banalizado la belleza, es que hemos vuelto todo demasiado relativo. Y esa inclinación natural del hombre se ha perdido porque el humanismo ha desaparecido. El humanismo es cultura, aprender, admirar aquello que ha venido antes que nosotros, y eso hoy es evidente que en Occidente no se produce. Por eso es tan importante el jardín, porque es el libro abierto donde esa conexión sucede naturalmente. De ahí su importante misión en el siglo XXI, que será del jardín o no será. Hablo del jardín como la búsqueda metafórica del espíritu del hombre.

¿Así que ve el futuro con jardines? Quiero imaginar un futuro en que la Tierra es un jardín, una unidad en la que el hombre es una pieza más y a la que el hombre se deba. Para mí ese es el gran valor del jardín hoy: es sustancial a la memoria del hombre para poder conocerse a sí mismo y para salvar el mundo. El jardín es ese espacio maravilloso donde todos somos iguales sin condicionamientos ni religiosos ni políticos, donde el hombre puede recuperar su dignidad a través de la conexión a la naturaleza.

Pero parece que no tengamos tiempo para un lugar así. Sobre esto he querido hablar durante todos estos años de mi vida. Antes me daba más vergüenza, pero ahora ya no. El jardín es una obra del arte del ser humano con la naturaleza, que tiene, además del poder de la belleza, una energía terapéutica que te recupera y te devuelve la libertad.

¿Cómo resumiría los fundamentos de su trabajo? En la expresión del lugar a través de la luz y de los elementos de la naturaleza que en él están para tratar así de darle un esplendor nuevo.

Estancia del estudio del jardinero en San Sebastián de los Reyes

¿En qué se concreta la incursión de su estudio en la arquitectura? Acabamos de terminar un proyecto en Lugano en colaboración con arquitectos e ingenieros locales. Ahora que mis hijos Fernando y Pedro —ambos arquitectos— se han incorporado al estudio, estamos haciendo una arquitectura desde el jardín.

¿Qué obras han supuesto un punto de inflexión en su trayectoria? Mi primer proyecto en Aravaca (Madrid) fue clave. Y el jardín de trigos de Mas de Les Voltes en Girona, el jardín de Boca Ratón, el viñedo de la Amastuola en Italia…

¿Cómo explicaría su proceso de trabajo? ¿Y la relación que establece con sus clientes? Fundamentalmente es una relación basada en la confianza y la empatía. Hacer un jardín grande o pequeño es siempre una gran experiencia vital compartida que deja grandes amigos en el tiempo. Nuestro proceso, así como la dirección de obra, es parte de un camino en el que la gran pieza es el master plan en maqueta donde se expone todo el proyecto.

¿A quién admira? No solo hablo de jardineros, como han podido ser los anónimos de la Alhambra o el Alcázar de Sevilla, o los maravillosos renacentistas que hicieron Boboli, Caprarola, Villa Madama… Cómo no admirar también a André Le Nôtre, Nash, Capability Brown, Vita Sackville-West, Russell Page o los jardines de Sicilia, de los que solo nos quedan descripciones escritas, evocaciones maravillosas, vivas en las personas que los aman. También admiro a músicos: Bach, Händel, Mozart, B. B. King o el mejor jazz… Y, cómo no, la pintura y la literatura, pero haría una lista interminable. Todo me influye todos los días: me hace sentir vivo y conectado.

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