El acento

Esperemos al siglo XXV para entender la Guerra Civil

Escuchemos a quien vivió la contienda antes de que sea tarde y nos quedemos solos con nuestros prejuicios

Foto, tomada en Salamanca en julio de 1936, de tropas falangistas camino del frente.EFE

Si lo pensamos bien, en nuestro sistema solar hay dos planetas habitados. Uno, el nuestro, es un estallido de vida biológica —perdón por la evidente, aunque necesaria, redundancia— y el otro es Marte, que también tiene vida pero de otra clase: está habitado por robots. Es cierto que son pocos y solo se dedican a sacar fotos, dar paseos en solitario, medir datos del clima y escarbar en la arena, lo cual les clasifica, por ahora, más como turistas que como nativos. Pero todo se andará.

Supongamos que por deméritos propios, o alguna causa natural, volvemos al Neolítico —Einstein s...

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Si lo pensamos bien, en nuestro sistema solar hay dos planetas habitados. Uno, el nuestro, es un estallido de vida biológica —perdón por la evidente, aunque necesaria, redundancia— y el otro es Marte, que también tiene vida pero de otra clase: está habitado por robots. Es cierto que son pocos y solo se dedican a sacar fotos, dar paseos en solitario, medir datos del clima y escarbar en la arena, lo cual les clasifica, por ahora, más como turistas que como nativos. Pero todo se andará.

Supongamos que por deméritos propios, o alguna causa natural, volvemos al Neolítico —Einstein solía decir “la III Guerra Mundial no sé cómo será, pero la cuarta será con palos y piedras”— y que transcurridos unos cuantos miles de años el recuperado género humano vuelve a viajar fuera de la atmósfera. Y al llegar a Marte ¿qué se encuentra? ¡Unos robots! Polvorientos y con las baterías agotadas, como cualquiera tras unas vacaciones en familia. Y comenzarán unas interminables discusiones sobre quién los hizo, por qué y qué pasó con los fabricantes. Quienes participen en esos encendidos debates no podrán escuchar a 7.000 millones de personas que les gritarán desde el siglo XXI: ¡Idiotas, fuimos nosotros!

Esto ya ha pasado antes. Se discute sobre cómo se hicieron las pirámides —y no falta, claro, quien le añade el quién las hizo— o sobre si la explosión de Santorini originó un cataclismo en el Mediterráneo oriental y dio lugar al mito de la Atlántida. Las cenizas que sepultaron Pompeya todavía no se habían enfriado cuando la historia se convirtió en leyenda y la leyenda en mito, que dirían en la película de El señor de los anillos. Tampoco sabemos quién era Mona Lisa ni dónde fue a parar la Cámara de Ámbar robada por los nazis.

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Pero en España, y con un tema en concreto, se ha dado una vertiginosa combinación de este olvido natural, de un querer olvidar tal vez forzado y de un extendido desinterés por el pasado en general. Un asunto del que todos pensamos que sabemos algo y del que incluso a veces aseguramos que está demasiado trillado: la Guerra Civil. Desde este periódico se animaba el pasado domingo a un estudio serio y sereno sobre el que probablemente sea el único hecho que se mencione en la historia de España del siglo XX, pongamos, en el siglo XXV. Pero parece que habrá que esperar hasta entonces para una aproximación calmada a algo que sigue siendo un arma arrojadiza y que demuestra que, guste o no, las cicatrices están demasiado tiernas.

El olvido natural ha sido sencillamente imperdonable, pero aún estamos a tiempo. Tal vez todavía sean mayoría los españoles que tienen en la familia alguien que, de una manera u otra, vivió aquella contienda. Personas curiosamente mucho más ecuánimes y justas a la hora de juzgar los hechos que quienes jamás vivieron esos años. Se les acaba el tiempo y con el suyo el nuestro de entender de primera mano lo sucedido. Ellos, a su modo, nos están gritando: ¡Idiotas, fuimos nosotros!

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