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Ecoturismo en el río de los cinco colores

Caño Cristales era una zona prácticamente vetada a los visitantes hasta hace menos de una década, cuando la guerrilla colombiana era todavía una amenaza en este territorio

Los visitantes de Caño Cristales se toparán con toda seguridad con el Ejército, que está en cada esquina del municipio, en cada rincón del campo. No pueden permitir que este entorno de incalculable valor natural y creciente ecoturismo se vea amenazado por los grupos insurgentes que se resisten al alto el fuego que las FARC firmaron con el Gobierno hace algo más de un año.
El gran atractivo de Caño Cristales reside en una planta acuática única que crece en las rocas del río: la macarenia clavígera, formada por unos ramilletes de capullos que, mojados y vistos de cerca, parecen algodones de colores: fucsias, rosas, rojos y verdes que, junto a las piedras amarillas del lecho, ofrecen una visión casi irreal, mágica.
Una pequeña caseta de avituallamiento en el camino entre el río Guayabo y Caño Cristales, donde ahora viven del turismo, algo imposible hace no mucho.
El camino para llegar hasta este paisaje no es sencillo. Solo se puede ver entre junio y octubre, aproximadamente, coincidiendo con lo que allí llaman el invierno, es decir, la época de lluvias. Sin agua, no hay río de colores.
Walther Ramos, uno de los guías que —obligatoriamente— acompañan a los turistas por las caminatas que discurren paralelas al cauce del río también conocido como “de los cinco colores”.
Desde La Macarena es necesario recorrer unos 10 minutos en canoa, 40 en todoterreno para comenzar una caminata hasta los alrededores del río que puede variar en función del recorrido que se elija.
Todo va regido por cupos, que determinan el número de visitantes máximos por día, y estrictas medidas para no dañar este paraíso, que incluyen no usar cremas solares, repelentes de mosquitos o bañarse en zonas donde la planta está presente.
El recorrido por el río discurre, con frecuencia, bajo la mirada de los militares, que aquí y allá se cruzan por el camino y saludan amables a los turistas para que sus uniformes y sus armas automáticas no les intimiden ni les generen miedo en lugar de seguridad.
No todos llegan a esta cascada. Para llegar aquí hay que ir por unos caminos especialmente escarpados que solo están incluidos en los recorridos más largos.
María Martínez, de 85 años, lleva más de 40 viviendo a escasos metros del río. Según dice, nunca tuvo problemas con el Ejército ni con la guerrilla: “Quien nada debe, nada teme”.
Los guías vigilan celosos que los turistas no anden por donde no deben, arrojen basuras o vayan embadurnados en productos cosméticos.
Este entorno paradisíaco, donde el Mono Jojoy, uno de los dirigentes históricos de las FARC tenía su base de operaciones y también, según dicen, su ‘balneario’, se ha convertido en un destino de ecoturismo.
Manuel Antonio Prada es uno de los agricultores que dejó el resto de los cultivos para plantar coca. Ahora está bajo arresto domiciliario desde hace un año, investigado por estas relaciones con las FARC.
La guerrilla tuvo dominio absoluto de esta zona hasta 2002, cuando se levantó el periodo de distensión. Pero la llegada del Ejército no fue tranquila ni pacífica. Tuvieron que pasar varios años hasta que el Estado tomó por completo el control de la zona.