Lo útil y lo curioso

Existe un animal que habita las pencas de nopal y que durante varios siglos engendró casi todo lo que de rojo había en el mundo

Dactylopius en un cáctus Opuntia.

Te reto —me dijo mi amigo— a encontrar en el súper tres cosas empaquetadas sin azúcar. Luego me dio una larga lista de los “nombres código del demonio blanco” y me sugirió empezar por el beicon, para acabar pronto. Tenía razón, por supuesto, pero lo importante no era la comprobación sino el debate. Es lo mismo siempre que hablamos: él se empeña en lo real y lo útil, yo en lo posible y lo curioso. Contra la omnipresencia del azúcar, ofrecí la de la grana cochinilla.

Existe un animal que habita las pencas de nopal y que durante varios siglos engendró casi todo lo que de rojo había en el m...

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Te reto —me dijo mi amigo— a encontrar en el súper tres cosas empaquetadas sin azúcar. Luego me dio una larga lista de los “nombres código del demonio blanco” y me sugirió empezar por el beicon, para acabar pronto. Tenía razón, por supuesto, pero lo importante no era la comprobación sino el debate. Es lo mismo siempre que hablamos: él se empeña en lo real y lo útil, yo en lo posible y lo curioso. Contra la omnipresencia del azúcar, ofrecí la de la grana cochinilla.

Existe un animal que habita las pencas de nopal y que durante varios siglos engendró casi todo lo que de rojo había en el mundo. Desde el noble carmesí de los uniformes del Ejército británico hasta el fino colorete de las damas provenían de este insecto: de su muerte diminuta y su cuerpo triturado.

Proveniente de México, la grana cochinilla llegó a Europa durante el bajo Renacimiento, desplazando para siempre al kermes, tinte medieval por excelencia, que a su vez había erradicado al murex (o “púrpura de tiro”) utilizado en la antigüedad. Desde lo alto de su penca, la grana reinó hasta que, como suelen los imperios, cayó estrepitosamente. ¿El enemigo? Los colorantes sintéticos, descubiertos en el siglo XIX. Nuestro célebre bicho, hasta entonces sólo más barato que el oro y la plata, perdió peso en el mercado. Para cuando yo nací ya casi nadie en México cultivaba grana cochinilla.

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Una lástima, dado que poco después se descubrió que muchos tintes sintéticos eran cancerígenos y se volvió a usar la grana a gran escala. Hoy, si usted se pinta los labios o come algo rojo, está consumiéndola (Búsquela por su nombre código: ácido carmínico).

Pero en México no volvimos a cultivarla. Por una razón muy simple: en México nos comemos el nopal. (No así en Perú, ahora el mayor productor mundial). Y otros rojos, otras plantas, tienen hoy preso nuestro campo. El rojo amapola, por ejemplo.

Nos queda la fascinación por el bicho y el retar a los amigos: anda, ve al súper y trata de encontrar un kétchup sin grana cochinilla. Mi entusiasmo no es nada nuevo. Hace siglos escribió Velásquez de León en su Historia de los conocimientos humanos, “Don José me ha dicho que ha muchos años que está observando la vida de este insecto, cuya historia ofrece cosas muy particulares y yo deseo que tenga ocasión de dar a luz sus observaciones y que este y otros sujetos comuniquen al público todo lo que de tal insecto pueda averiguarse, pues quizá podría lograrse con esto la feliz unión de lo útil y lo curioso”.

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