Columna

Divorcio

Rasgar a la brava el tejido entre Cataluña y España solo puede desembocar en la violencia o en la frustración y la melancolía

El vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras , y el presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, en una reunión semanal del gobierno catalán.Andreu Dalmau (EFE)

Cuando una pareja de mutuo acuerdo decide divorciarse, expone ante el juez los motivos reales o ficticios de su litigio y en menos de una hora el problema queda resuelto. Si previamente la cuestión de los hijos ha quedado clara, el divorcio es lo más parecido a una declaración de independencia y a la salida del juzgado la pareja se toma unas cañas en el bar de la esquina para celebrar su liberación. Pero si una de las partes no desea la separación y la otra se empeña en conseguirla a cualquier precio, en este caso la ruptura se convierte en un terrible fregado, que a veces desemboca en una vio...

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Cuando una pareja de mutuo acuerdo decide divorciarse, expone ante el juez los motivos reales o ficticios de su litigio y en menos de una hora el problema queda resuelto. Si previamente la cuestión de los hijos ha quedado clara, el divorcio es lo más parecido a una declaración de independencia y a la salida del juzgado la pareja se toma unas cañas en el bar de la esquina para celebrar su liberación. Pero si una de las partes no desea la separación y la otra se empeña en conseguirla a cualquier precio, en este caso la ruptura se convierte en un terrible fregado, que a veces desemboca en una violencia extrema. Este divorcio a contradiós, por las buenas o por las malas, que los independentistas catalanes pretenden alcanzar del resto de España se halla en la fase de los eufemismos dialécticos, democracia, referéndum, derecho a decidir, desafío, desconexión, choque de trenes, golpe de Estado, de los que se sirven los políticos y comentaristas para eludir o enmascarar un horizonte tenebroso, puesto que por las malas la independencia de Cataluña solo se puede conseguir mediante una revolución o una guerra civil, dos vocablos obscenos que nadie se atreve a pronunciar. Pero un choque de trenes tampoco es cualquier cosa. Se trata de una verdadera catástrofe que provoca muchos muertos y uno se admira de la frivolidad suicida con que de una parte y otra se barajan estos conceptos en busca de una imposible salida como si el problema de Cataluña fuera de una cuestión escolástica, que pudiera solventarse con declaraciones de los políticos y con sentencias judiciales. Entre Cataluña y el resto de España hay un tejido histórico formado a través de los siglos con millones de nudos económicos, sociales, culturales y sentimentales. Rasgar a la brava ese tejido solo puede desembocar en la violencia o en la frustración y la melancolía.

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