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Patricia Campos, romper barreras para cumplir sueños

James Rajotte

AVANZAR CONTRA corriente parece ser la consigna de Patricia Campos, la primera mujer que consiguió ser piloto de reactor en la Armada Española. Nacida en 1977, se crio en Onda, un pueblo del interior de Castellón. Desde pequeña, prefería jugar al fútbol con los chicos que saltar a la comba. Su carácter luchador se forjó durante una infancia marcada por un padre con problemas de alcoholismo que pronto le hizo aprender el sentido de la palabra miedo.

Ella tenía claro su sueño: quería volar y quería hacerlo en el ejército, en la Armada, “porque la posibilidad de aterrizar en un barco me pa...

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AVANZAR CONTRA corriente parece ser la consigna de Patricia Campos, la primera mujer que consiguió ser piloto de reactor en la Armada Española. Nacida en 1977, se crio en Onda, un pueblo del interior de Castellón. Desde pequeña, prefería jugar al fútbol con los chicos que saltar a la comba. Su carácter luchador se forjó durante una infancia marcada por un padre con problemas de alcoholismo que pronto le hizo aprender el sentido de la palabra miedo.

Ella tenía claro su sueño: quería volar y quería hacerlo en el ejército, en la Armada, “porque la posibilidad de aterrizar en un barco me parecía fascinante”. Se licenció en Comunicación Audiovisual en Valencia, donde descubrió su homosexualidad, y en las oposiciones de ingreso para piloto consiguió ser la número dos entre 200 aspirantes. “Cuando llegué a la escuela de oficiales pensé que lo duro serían las pruebas físicas y los estudios, pero no el hecho de ser mujer. El ejército tolera a mujeres militares en profesiones de mujeres –médicos, enfermeras, psicólogas–, pero ¡como piloto!”. Ella lo consiguió, aunque durante ocho años convivió con comentarios machistas y la presión de sentir “que, salvo valiosas excepciones, te ven y te tratan no como una profesional, sino como una mujer en un mundo de hombres”. Durante este tiempo, en los que silenció celosamente su condición sexual, volvió a encontrar refugio en el fútbol y descargó frustraciones y adrenalina en uno de los equipos de jugadoras americanas de la base de Rota.

“Hace unos meses me di de baja definitivamente en la Armada. Después de una excedencia, no me sentía cómoda para volver ni en mi condición de mujer ni en la de homosexual”, confiesa. En su decisión además tuvo que ver que en 2013 decidió perseguir otro sueño: ser entrenadora de fútbol femenino. Actualmente trabaja en Estados Unidos, donde su equipo –el Honolulu Club– se proclamó en 2016 campeón del Estado de Hawái. Un deporte que, en su faceta solidaria, utiliza en Uganda para ayudar a mujeres con sida y fomentar la igualdad. Fiel a su carácter, el pasado verano afrontó un nuevo riesgo, desnudarse metafóricamente en Tierra, mar y aire, un libro con el que quiere ayudar dando su testimonio personal y decir “que los deseos se cumplen si se lucha por ellos”. Patricia sigue volando, pero ahora solo lo hace para disfrutar desde las alturas.

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