Rebecca Cronin, la lucha contra la ceguera a 10.000 pies de altura

La inglesa ha dedicado sus más de 25 años de carrera a gestionar organizaciones sin ánimo de lucro.Pedro Álvarez

RECIÉN TERMINADO el instituto, Rebecca Cronin decidió abandonar su Londres natal para viajar durante un año por Australia. Al volver encontró distintas las calles de la ciudad. “Había muchísimos más sin techo”, recuerda, tras apuntar a las políticas de la conservadora Margaret Thatcher como posible motivo. Su respuesta ante una realidad que le resultaba insoportable fue colaborar con Shelter, una organización de apoyo a personas sin hogar. En aquel momento Cronin aún no tenía clara su vocación; fue uno de esos casos en los que la profesión elige a la persona. Después se trasladó a un Moscú en ...

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RECIÉN TERMINADO el instituto, Rebecca Cronin decidió abandonar su Londres natal para viajar durante un año por Australia. Al volver encontró distintas las calles de la ciudad. “Había muchísimos más sin techo”, recuerda, tras apuntar a las políticas de la conservadora Margaret Thatcher como posible motivo. Su respuesta ante una realidad que le resultaba insoportable fue colaborar con Shelter, una organización de apoyo a personas sin hogar. En aquel momento Cronin aún no tenía clara su vocación; fue uno de esos casos en los que la profesión elige a la persona. Después se trasladó a un Moscú en pleno reajuste tras el desmoronamiento de la URSS para trabajar con la organización Charities Aid Foundation ayudando a las ONG locales a ser más eficaces.

Rebecca Cronin y un detalle del interior del avión convertido en hospital ocular

Cinco años más tarde, de nuevo en Londres, Cronin continuó su carrera en distintas asociaciones sin ánimo de lucro y trabajó en temas tan diversos como la libertad de prensa o la prevención del cáncer de mama. En 2007 fichó por Orbis International, una organización que persigue prevenir y tratar la ceguera evitable y la discapacidad visual en países en vías de desarrollo. De hecho, la cita con El País Semanal tiene lugar en su proyecto más emblemático: un avión convertido en hospital ocular. Desde 1982, la ONG ha volado a más de 80 países para formar a oftalmólogos locales y realizar cirugías.

Entre las responsabilidades de Cronin como CEO de Orbis UK está promover campañas como Vision for Zambia, para la que el año pasado logró el respaldo del Gobierno británico. “En todo el país solo había un oftalmólogo pediátrico. Y en torno a 6.000 niños invidentes”, señala. “Decidimos emplear nuestros recursos en formarlo y en desarrollar un centro específico de salud ocular, el Kitwe Eye Hospital”. También han cerrado un importante acuerdo con la farmacéutica Pfizer, que ha cedido 500 millones de dosis de antibióticos para combatir el tracoma, una enfermedad tratable que es la principal causa de ceguera infecciosa en Etiopía.

Con más de 40 proyectos en países como Vietnam, Camerún, Etiopía, Benín o Bangladés, Orbis cuenta además con una gran red de voluntarios que ceden su tiempo, conocimientos e imagen ­de forma desinteresada. En el ámbito corporativo, uno de sus socios principales es la firma relojera Omega, que colabora con ellos desde 2011.

La inglesa se ha propuesto acabar con la ceguera evitable en los países en vías de desarrollo.

Aun así, Rebecca Cronin es consciente de que necesitan implicar a Gobiernos y grandes organizaciones, y para conseguirlo deben demostrar con cifras que hacer el bien también es un negocio rentable. Según datos de Orbis, cada libra que invierten en luchar contra la ceguera aporta un retorno a la economía global multiplicado por cuatro. “Un niño que no ve no puede ir al colegio, necesita que alguien cuide de él, no podrá trabajar. Pero si lo ­curamos, tendrá un futuro y acabará ayudando a la economía de su país”, argumenta Cronin. Lo más sangrante es que, la mayoría de las veces, ese niño ni siquiera tendría que perder la visión: de los 39 millones de casos de ceguera que hay en el mundo, 32 millones podrían prevenirse, tratarse o revertirse fácilmente. Cronin recuerda con emoción a una niña india de 14 años que entró callada y asustada en el hospital y salió riendo y segura después de operarse de ca­taratas. “Ser testigo de cómo la vida de una persona se transforma es un enorme privilegio”.

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