Columna

Tribu

La gente se siente mejor cuanto más implicada está en la comunidad

Una mujer coloca velas durante un acto solidario, en Berna (Suiza). PASCAL LAUENER / REUTERS

El lunes 21 de diciembre de 2015 los terroristas de Al Shabab interceptaron un autobús en el este de Kenia. Una vez dentro ordenaron a los pasajeros dividirse en dos grupos, cristianos y musulmanes, para matar a los primeros. Los musulmanes, mujeres en su mayoría, se negaron y dijeron que morirían todos juntos. Uno de los pasajeros contó que varios de ellos prestaron sus ropas a los cristianos para confundir a los asesinos, que optaron por marcharse. “Todos somos kenianos, no estamos separados por la religión”, dijo el Gobierno.

La noticia la recuerda Sebastian Junger, autor de un libro...

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El lunes 21 de diciembre de 2015 los terroristas de Al Shabab interceptaron un autobús en el este de Kenia. Una vez dentro ordenaron a los pasajeros dividirse en dos grupos, cristianos y musulmanes, para matar a los primeros. Los musulmanes, mujeres en su mayoría, se negaron y dijeron que morirían todos juntos. Uno de los pasajeros contó que varios de ellos prestaron sus ropas a los cristianos para confundir a los asesinos, que optaron por marcharse. “Todos somos kenianos, no estamos separados por la religión”, dijo el Gobierno.

La noticia la recuerda Sebastian Junger, autor de un libro, Tribu (Capitán Swing, 2016), que abre una discusión provocadora. Demuestra, por ejemplo, que la sociedad presenta mejor salud mental y tiene mayor espíritu de colaboración y solidaridad en un mundo violento. Cita estudios de un sociólogo, Émile Durkheim: las tasas de suicidio caían en los países europeos cuando entraban en guerra. Cita también el trabajo de un psicólogo irlandés, H. A. Lyons: los suicidios en Belfast se redujeron en un 50% durante los disturbios de 1969 y 1970, al igual que la tasa de depresión, que bajó abruptamente en los distritos más afectados; sólo subió en lugares a los que no llegaba la violencia. En el Journal of Psychosomatic Research dedujo que la gente se siente mejor cuanto más implicada está en la comunidad. En Londres a los bombardeos nazis respondieron médicamente los ciudadanos de tal forma que “hasta los epilépticos informaron de sufrir menos ataques”.

Cuando la moderna sociedad estadounidense invadía un mundo, el de los indios, que no había mejorado tecnológicamente en 15.000 años, se encontró con que los prisioneros preferían quedarse en las tribus cuando eran rescatados. Franklin escribió que a pesar de educar a un niño indio y habituarle a sus costumbres, si se le dejaba cinco minutos con sus parientes no volvía. Un emigrante escribió en 1782: “Miles de europeos son indios, y no tenemos un ejemplo de que indio haya elegido convertirse en europeo”.

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Junger no defiende que viviríamos mejor como los indios ni sometidos periódicamente a bombardeos, pero mete el dedo en asuntos delicados que no pasan de moda. La victoria del América primero y sus réplicas europeas se entiende mejor si uno piensa que en un autobús los terroristas, en lugar de querer matar a los cristianos, quieren repartir derechos fundamentales. Del mismo modo que no se legitima la separación en dos grupos para ser asesinados, tampoco debe hacerse para ser expulsados de la comunidad. Si la violencia la promueven las instituciones, la ciudadanía se sitúa por encima de las órdenes para comportarse como una tribu con tal sentido de pertenencia que va más allá de razas, culturas y fronteras.

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