Cuando la humillación sirve de combustible

La campaña de Donald Trump ha definido un enemigo claro para las clases empobrecidas

Seguidoras de Donald Trump, en un mitin en Miami el 2 de noviembre. CRISTOBAL HERRERA (EFE)

No hay nada más eficaz para movilizar a alguien que se sienta humillado que inventarle un enemigo. Da igual que sus contornos sean vagos; tampoco es necesario que haya tenido una responsabilidad directa en la suerte de cuantos se encuentran tocados por la desgracia. A los blancos empobrecidos de Estados Unidos (y a otros muchos de pelaje bien variado) les ha bastado con que Donald Trump les dijera que la culpa es del establishment para levantarlos de su postración y que corrieran a santificarlo como el auténtico salvador de todos sus males.

Cultivar la humillación, saber detect...

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No hay nada más eficaz para movilizar a alguien que se sienta humillado que inventarle un enemigo. Da igual que sus contornos sean vagos; tampoco es necesario que haya tenido una responsabilidad directa en la suerte de cuantos se encuentran tocados por la desgracia. A los blancos empobrecidos de Estados Unidos (y a otros muchos de pelaje bien variado) les ha bastado con que Donald Trump les dijera que la culpa es del establishment para levantarlos de su postración y que corrieran a santificarlo como el auténtico salvador de todos sus males.

Cultivar la humillación, saber detectarla a tiempo, alimentarla con una catarata de improperios, eso que tan bien resume el dicho de “echar leña al fuego es lo que ha hecho Trump durante toda la campaña. Para conseguirlo no ha necesitado un gran equipo. En una de las magníficas piezas publicadas en este diario sobre el apasionante combate que se ha librado por la Casa Blanca, Marc Bassets contaba que en Reading, Pensilvania, resultaba revelador comparar las sedes de los dos candidatos, situadas frente a frente en la misma calle.

Los demócratas tenían un piso con varias oficinas, más de 10 personas contratadas para organizar el tinglado y un montón de voluntarios para ayudar en lo que hiciera falta. Los republicanos, en cambio, tenían tan solo un local a pie de calle y habían fichado a un único tipo para organizar a un minúsculo grupo de afínes. Para regar la rabia con gasolina y encender una cerilla para provocar el incendio no hacen falta muchos medios.

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Hillary Clinton, a la vieja manera, procuró construir equipos para trabajar con datos y argumentos y, a partir de ahí, ir convenciendo a los electores utilizando cuantos canales fueran oportunos, de las nuevas tecnologías al clásico recurso de trajinarse el país tocando puerta a puerta. A Trump le ha bastado simplemente con tener a Trump. Construido el enemigo, de lo que se trataba era de acribillarlo con lo que se le viniera a la cabeza. Lo único importante ha sido que el mensaje (cierto, falso, excéntrico, ingenioso, burdo, exagerado, faltón: daba igual) llegara a los que lo tenían que escuchar. Y para eso con la televisión y Twitter resultaba suficiente.

Clinton ha trabajado con 800 personas durante la campaña. A Trump no le han hecho falta más de 350. “El talento de todos los grandes líderes populares ha consistido en todas las épocas en concentrar la atención de las masas en un único enemigo”, escribió Adolf Hitler. Y Trump ha obedecido la recomendación y la ha aplicado con bastante talento. Convirtió rápidamente a Hillary Clinton en el peor de todos los males y en parte fundamental de la cuadrilla de responsables de tu humillación. Para hacer esa llamada directa a las emociones no hace falta complicarse mucho la vida. Solo es necesario encender la ira en los corazones rotos y quemar el bosque. Las llamas se han levantado de forma estruendosa durante la campaña. Sea quien sea el que gane, el daño está hecho: cuando se apaguen empezará el desafío de salir de la oscuridad.

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