Javier Marías, la esperanza de conseguir que algo cambie

ACABA DE cumplir 65 años, una edad que considera simbólica porque fue a la que murió su madre, pero sigue provocador, aunque niegue que lo persiga; crítico, porque cree que es la esencia de alguien que se obliga a “pegar el oído y observar las tendencias de la sociedad que en un momento dado pueden parecer erradas, injustas o estúpidas”, y algo temerario, ya que no se amedrenta frente a los que bautiza como “nuevos virtuosos”, a quienes compara con aquellos iguales de cuando la Iglesia católica tenía poderosa influencia y “había verdades intocables y cosas que no se podían decir”.

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ACABA DE cumplir 65 años, una edad que considera simbólica porque fue a la que murió su madre, pero sigue provocador, aunque niegue que lo persiga; crítico, porque cree que es la esencia de alguien que se obliga a “pegar el oído y observar las tendencias de la sociedad que en un momento dado pueden parecer erradas, injustas o estúpidas”, y algo temerario, ya que no se amedrenta frente a los que bautiza como “nuevos virtuosos”, a quienes compara con aquellos iguales de cuando la Iglesia católica tenía poderosa influencia y “había verdades intocables y cosas que no se podían decir”.

El próximo mes de febrero hará 14 años que comparte su opinión cada domingo con los lectores de El País Semanal, y quienes lo siguen, admiradores y detractores, recordarán que más de una vez ha cuestionado la oportunidad de seguir haciéndolo, pero reconoce que va continuando por “propio egoísmo”. “Si no escribiera en prensa con regularidad, estaría demasiado abstraído en mi mundo ficticio, y creo que eso no es bueno”.

Coleccionista de curiosidades literarias, de soldados de plomo que invaden su casa situada en el Madrid más castizo y de las armas que su amigo Arturo Pérez-Reverte le regala por Navidad, vive rodeado de más de 19.000 libros dispuestos por lenguas, países y orden cronológico de autores. “Puede que sea cascarrabias, pienso que en general hay motivos para serlo”, explica, “pero intento argumentar, no criticar sin más. Si uno escribe columnas, no tiene más remedio que ser optimista porque en el fondo tienes la esperanza de que algo cambie, de que unas pocas personas lean y digan: ‘Esto no lo había pensado así, ahora lo veo distinto”.

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