El abrigo de astracán

AQUEL ABRIGO de paño gris con cuello de astracán me acompañó casi 16 años. Estaba forrado de guata y era tan pesado que no llegué a ponérmelo, si se exceptúan las cenas de amigos en las que yo contaba la historia de aquella prenda que deformó las barras de los armarios en los que colgó en Moscú, en Bonn, en Berlín y de nuevo en Moscú. Era un gabán con presencia, que se parecía a los que llevaban los miembros del Politburó (el órgano colectivo de dirección comunista de la desaparecida Unión Soviética) en las gélidas jornadas de otoño, cuando subían a la tribuna del mausoleo de Lenin, en la Plaz...

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AQUEL ABRIGO de paño gris con cuello de astracán me acompañó casi 16 años. Estaba forrado de guata y era tan pesado que no llegué a ponérmelo, si se exceptúan las cenas de amigos en las que yo contaba la historia de aquella prenda que deformó las barras de los armarios en los que colgó en Moscú, en Bonn, en Berlín y de nuevo en Moscú. Era un gabán con presencia, que se parecía a los que llevaban los miembros del Politburó (el órgano colectivo de dirección comunista de la desaparecida Unión Soviética) en las gélidas jornadas de otoño, cuando subían a la tribuna del mausoleo de Lenin, en la Plaza Roja, para presidir el desfile conmemorativo de la Revolución de Octubre de 1917.

En época de la perestroika (el proceso de reformas políticas iniciado por el secretario general del Partido Comunista de la URSS Mijaíl Gorbachov a mediados de los años ochenta del pasado siglo), a los corresponsales italianos en Moscú les dio por lucir abrigos grises con cuello de astracán. Se trataba de estilizadas imitaciones –en lana de cachemir o de camello– de la prenda original, más recia y forrada a prueba de fríos glaciares. El mío pertenecía a esta última categoría: era un auténtico abrigo siberiano.

ERA UN VERDADERO GABÁN DE PRIMER SECRETARIO DE ‘OBKOM’. MIRÉ LA ETIQUETA: HABÍA SIDO CONFECCIONADO EN LA FÁBRICA XXV CONGRESO DEL PCUS Y SE OFERTABA A MITAD DE PRECIO.

En el verano de 1990 viajé a Surgut, ciudad petrolífera de Siberia situada en el distrito autónomo de los jantis y los mansis. Surgut era por entonces una localidad desangelada e inhóspita donde los trabajadores del sector petrolero vivían aún en barracas.

En la habitación del hotel donde me alojé no había jabón. Se lo pedí a la dezhúrnaya (el ama de llaves de planta en los hoteles de la época soviética) y esta se puso a rebuscar en una jabonera llena de restos de pastillas ya usadas. Tras reponerme de la impresión, salí en busca de jabón a los grandes almacenes locales (creo que se trataba de un ZUM o Zentralnii Universalnii Magazín). En la sección de perfumería, tomé una pastilla y me dirigí a la caja.

Leónidas Bréznev y otros miembros del Politburó, en la tribuna del mausoleo de Lenin en uno de los aniversarios de la revolución bolchevique.

–¿Tiene cupón de racionamiento? –me preguntó la dependienta.

No, no lo tenía.

–Sin cupón de racionamiento, no se lo puedo vender –dijo, severa, y me arrebató la pastilla, fabricada en Yugoslavia.

Mi expresión de súplica debió de conmover a aquella mujer. La dependienta puso sobre el mostrador otra pastilla, más barata y menos aromática. Estaba fabricada en India y por lo visto, a diferencia de la yugoslava, no estaba racionada.

Antes de salir, curioseé por los almacenes. Tras un anuncio de “rebajas” –las primeras que veía en la URSS– estaba la prenda que me acompañaría, como una presencia fantasmal, durante tantos años. Era digna de un primer secretario de obkom (Comité Provincial del Partido Comunista). Miré la etiqueta: había sido confeccionado en la ciudad metalúrgica de Magnitogorsk, en los Urales, en la fábrica XXV Congreso del PCUS, y se ofertaba a mitad de precio. La dependienta lo embaló como si se tratara de un petate para ir al frente, lo ató con un cordel y yo me marché, feliz con mis compras.

LA PRENDA FUE DONADA POR LA FUNDACIÓN GORBACHOV AL MUSEO ESTATAL DE HISTORIA, DONDE SE ENCUENTRA COMO DOCUMENTO DE UNA ÉPOCA.

Más tarde le comenté la historia del jabón y el abrigo a un colega ­siberiano especializado en petróleo. El compañero aprovechó el caso para escribir un crítico y punzante artículo sobre los defizit, la falta de bienes de consumo básicos. Salió en primera página de su periódico, ilustrado con un enternecedor dibujo de mi adquisición.

A mi vuelta a Moscú, me convencí de que era poco práctico, aunque a algunos de mis amigos les gustaba ponérselo y fotografiarse con él. También les hacía gracia su etiqueta, de la fábrica XXV Congreso, y las “instrucciones para el lavado”, para el que se recomendaba el detergente Belka (ardilla). En 1997, cuando me trasladé a Alemania, no me atreví a abandonarlo. Durante una época quise tirarlo, pero no tuve valor. Luego pensé en regalarlo a algún museo de la historia del traje, pero me siguió como una sombra y regresó conmigo a Rusia en 2001.

El 2 de marzo de 2006, Mijaíl Gorbachov celebraba su 75º cumpleaños en Moscú. Como regalo de aniversario, yo le había comprado vino español. Cuando faltaban pocas horas para la fiesta, tuve una inspiración: ¿y si le regalara el abrigo? En la fundación del expresidente de la URSS se había inaugurado hacía poco una exposición histórica en la que, a modo de ambientación, se exhibían vestimentas que pertenecieron a Raísa Gorbachova, la fallecida primera dama de la Unión Soviética. Por fin, pensé, había encontrado un entorno armónico para el gabán.

Lo envolví en un papel amarillo, lo até con un cordel de esparto y me fui a la fiesta con mis dos regalos, no sin antes documentar el legado siberiano, es decir, fotografiar el abrigo y fotocopiar su etiqueta y las instrucciones de lavado para mi archivo particular. Al llegar a la cena, le regalé el vino a Gorbachov, pero comencé a dudar sobre la conveniencia de añadir el otro presente, así que deposité el paquete tras una decoración floral.

La periodista Pilar Bonet, sosteniendo el abrigo que le acompañó durante casi 16 años y que regaló a Gorbachov en Moscú durante la celebración de su 75º cumpleaños, el 2 de marzo de 2006.

A la hora de los postres, la velada se había animado y yo me puse en la cola de oradores. Al llegarme el turno, abrí el envoltorio. Sosteniendo el abrigo colgado de una percha, conté su historia desde que se cruzó conmigo en Surgut. El excanciller alemán Helmut Kohl y su exministro de Exteriores Hans-Dietrich Genscher, sentados en primera fila junto con Gorbachov, lo miraban y, a juzgar por sus rostros, parecían desconcertados.

De repente, un guardaespaldas agarró la percha y el abrigo desapareció volando, ligero como un cohete. “Misión cumplida”, me dije. Entonces el expresidente de la URSS se acercó y me susurró al oído: “A ver si la próxima vez me regalas algo español”.

Desde ese momento, a Gorbachov solo le llevo rioja.

Post scriptum: Este relato continuó desarrollándose tras haber terminado el texto. Vladímir Poliakov, del servicio de Prensa de la Fundación Gorbachov, encontró una foto de la entrega del regalo. Su autor fue Yuri Lizunov, el fotógrafo personal, ya fallecido, del exlíder de la URSS. En 2012, la prenda, junto con otros objetos, fue donada por la Fundación Gorbachov al Museo Estatal de Historia, situado en el número 1 de la Plaza Roja, en Moscú, donde se encuentra como documento de una época.

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