Columna

Humphrey Bogart y las ciencias sociales

ESTIMADO FRANCESC, apenas nos conocemos personalmente, pero la entrada de tu blog Progrés Real/Progreso Real donde criticas mi artículo La peor especie, publicado en esta columna, me provocó un ataque de optimismo: por un momento imaginé que era posible en España un debate de ideas público, razonado y respetuoso, hasta el punto de que pensé que debía responder a tu artículo con otro. Hace 15 años lo hubiera hecho. Pero hace 15 años yo era un tonto, y lo que he visto en estos 15 me ha hecho dos tontos, así que mi optimismo apenas duró un momento. Quizá sea injusto, pero no consigo quit...

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ESTIMADO FRANCESC, apenas nos conocemos personalmente, pero la entrada de tu blog Progrés Real/Progreso Real donde criticas mi artículo La peor especie, publicado en esta columna, me provocó un ataque de optimismo: por un momento imaginé que era posible en España un debate de ideas público, razonado y respetuoso, hasta el punto de que pensé que debía responder a tu artículo con otro. Hace 15 años lo hubiera hecho. Pero hace 15 años yo era un tonto, y lo que he visto en estos 15 me ha hecho dos tontos, así que mi optimismo apenas duró un momento. Quizá sea injusto, pero no consigo quitarme de encima la sospecha de que, si rascas un poco, detrás de cada español de apariencia normal se agazapa todavía un energúmeno blandiendo el garrote de Goya, lo que explica que entre nosotros toda controversia sea planteada como una agresión personal y resuelta como una reyerta de chulos. En resumen: mucho me temo que seguimos siendo unos bestias. Así que, de entrada, gracias.

Yo no rechazaba las aspiraciones científicas de la historia o la politología; rechazaba sus pretensiones científicas.

Pero voy al grano. Dices que exagero al afirmar que en la Universidad española se tiende a vivir recluido en la celdilla de la propia especialidad –cosa que entraña el riesgo de que sus miembros sean víctimas de la barbarie del “especialismo” y se conviertan en sabios ignorantes o tontos cultos– y la prueba es que hay profesores que, como tú mismo, han roto esa limitación formándose en Universidades extranjeras. Puede que tengas razón, pero ¿estás seguro de que tu caso es mayoritario? ¿Estás seguro de que la Universidad española fomenta esa libertad? Y si tu respuesta a este interrogante es sí –cosa que me extrañaría mucho–, ¿cómo te explicas que, según tú mismo sugieres, sólo apliquéis la multidisciplinariedad los que la habéis conocido fuera de España? ¿No es esa la mejor prueba de que nuestra universidad alienta el “especialismo”? Sostienes que yo sostengo que la expresión ciencias sociales es un oxímoron; no es exacto: yo sostengo que es “casi” un oxímoron; o sea, que llamar ciencia a la historia o la politología, en el mismo sentido en que llamamos ciencia a la física o las matemáticas, es un abuso: la distinción coloquial entre ciencias duras y ciencias blandas delata ese abuso. Admitir esta evidencia no equivale a rebajar el valor de la historia, sino a reconocer que la naturaleza de su objeto de estudio es distinta a la de las matemáticas. Por lo demás, yo no rechazaba las aspiraciones científicas de la historia o la politología; rechazaba sus pretensiones científicas, porque estas son casi siempre un patético disfraz de la ignorancia o la mentira o la soberbia.

Para no salir de casa: ¿no recuerdas ese reciente congreso de historiadores que demostró de manera científica, según proclamaba una y otra vez su organización, que Cataluña llevaba siglos oprimida por España, o que hay filólogos que afirman haber demostrado con los instrumentos de la ciencia que el Quijote original estaba escrito en catalán y que Cervantes era catalán, igual, por cierto, que Santa Teresa? Dices por fin que yo llevo mi crítica a la hiperespecialización hasta el extremo letal de pedir que en política no se haga caso de los expertos; estoy de acuerdo en que ese extremo es letal (pura demagogia), pero no en que yo haya incurrido en él. Lo que yo decía era lo que dice tu admirado Philip E. Tetlock en El juicio político de los expertos, donde demuestra que los aciertos de los especialistas no superan los de gente corriente y bien informada. Y añadía: “Esto no significa que no haya que escuchar a los expertos; lo que significa es que, salvo cuando se trata de ciencias auténticas, nadie puede ahorrarle a nadie el trabajo de forjarse un juicio propio”.

En fin, estimado Francesc: nuestras discrepancias, como ves, son escasas, más aparentes que reales, y ni siquiera alcanzarían para un artículo. Y aunque alcanzasen: ya te digo que yo casi perdí la esperanza de que, en España, hacer público un debate como este sirva para algo. Así que mejor lo dejamos entre nosotros, con la esperanza de convertirlo en excusa para vernos por segunda vez y para que esto sea, como dijo el clásico, el inicio de una larga amistad. Un saludo muy cordial.

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