El acento

La nostalgia de los grandes relatos y las hazañas épicas

Putin rescata a Stalin porque los rusos, hartos de la miseria, están idealizando un pasado cargado de resonancias épicas

Svetlana Alexiévich.Samuel Sánchez

Hay asuntos pequeños que suelen pasar desapercibidos, pero que son muy reveladores de lo que pasa y de lo que nos está pasando. Hace unos días, el último domingo, se publicaba en este periódico una excelente entrevista a Svetlana Alexiévich, la escritora que ha obtenido el último Nobel de Literatura. Contaba allí, como de pasada, que en una ciudad del norte de Rusia, Perm, existía hasta hace poco un museo dedicado a las víctimas del periodo estalinista que terminaron en el Gulag. Cuando llegó Putin al poder, cambiaron los responsables de la institución y ahora su tarea es radicalmente distinta...

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Hay asuntos pequeños que suelen pasar desapercibidos, pero que son muy reveladores de lo que pasa y de lo que nos está pasando. Hace unos días, el último domingo, se publicaba en este periódico una excelente entrevista a Svetlana Alexiévich, la escritora que ha obtenido el último Nobel de Literatura. Contaba allí, como de pasada, que en una ciudad del norte de Rusia, Perm, existía hasta hace poco un museo dedicado a las víctimas del periodo estalinista que terminaron en el Gulag. Cuando llegó Putin al poder, cambiaron los responsables de la institución y ahora su tarea es radicalmente distinta: el museo se ha consagrado a los trabajadores de aquellos inmensos campos de concentración, a los carceleros, a los responsables de que se cumplieran las pérfidas órdenes que llegaban de Moscú.

Stalin está de moda, explica Svetlana Alexiévich. Lo adelantó en El fin del Homo sovieticus, el libro que publicó en 2013 y en el que se propuso contar qué había pasado con todas aquellas personas que creyeron en los ideales del comunismo y que entregaron su vida y sus ilusiones y esperanzas al inmenso desafío de construir el hombre nuevo. “¿Quiere que le diga por qué no juzgamos a Stalin?”, le preguntaba uno de los descendientes de aquellos hombres y mujeres que terminaron por darlo todo (y por perderlo). “Se lo diré… Juzgar a Stalin implicaba juzgar también a nuestra familia, a nuestros conocidos”.

Por eso, seguramente, Putin pretende rescatar al tirano, no necesariamente porque reivindique sus logros y su figura. Rescata a Stalin porque Stalin forma parte de las vidas —buenas, malas o regulares— de los padres y de los abuelos de quienes habitan la Rusia desangelada de hoy y que, hartos de la miseria de su presente, están idealizando un pasado cargado de resonancias épicas y de gestas colosales. Lo explicaba así Svetlana Alexiévich: “Han aprobado una ley que autoriza la persecución penal de personas que cuestionen la victoria de la Unión Soviética en la II Guerra Mundial”.

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Muchos de los discursos de nuestro presente inmediato van por ahí. Como las cosas andan rotas y desastradas, pues volvamos la vista atrás hacia aquella antigua gloria de los viejos héroes. Los británicos han votado salirse de la Unión Europea porque se han acordado de su viejo imperio. Erdogan tiene a los suyos encantados con las resonancias del Otomano. Trump va soltando aquí y allí que ha llegado la hora de volver a hacer grande a Estados Unidos. Y el Estado Islámico, en fin, clama por los tiempos esplendorosos de los remotos califatos. Más modestamente, quienes no tienen un pasado de enorme poderío, se entretienen en levantar un altar a los tiempos en que aguantaban sin que se les moviera un pelo las acometidas de los guardianes de la dictadura.

Lo malo es que los grandes relatos y esas imponentes poses de poco sirven frente a las urgencias de un mundo cada vez más complejo. En vez de reconstruir los embelecos del ayer, como hacen los populismos, toca demolerlos. Y ocuparse de una vez de este endiablado presente.

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