Columna

Envidia

Iñárritu denunciaba la humillación que había sentido como mexicano tras la exhibición de indignidad del presidente de México

El Presidente de México, Enrique Pena Nieto, en un encuentro con el candidato Donald Trump el 31 de agosto.Marco Ugarte (AP)

Nunca he visto a ningún mexicano pidiendo limosna en Estados Unidos. No es frecuente que un título largo golpee al lector con tanta contundencia como la frase que Alejandro González Iñárritu escogió para encabezar la tribuna que publicó hace poco en este mismo periódico. El cineasta mexicano, que vive, trabaja y gana Oscars en Estados Unidos, emprendía una durísima condena a la hospitalidad ofrecida por Peña Nieto a Donald Trump con una imagen muy sugerente. Cada manchita multicolor que divisab...

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Nunca he visto a ningún mexicano pidiendo limosna en Estados Unidos. No es frecuente que un título largo golpee al lector con tanta contundencia como la frase que Alejandro González Iñárritu escogió para encabezar la tribuna que publicó hace poco en este mismo periódico. El cineasta mexicano, que vive, trabaja y gana Oscars en Estados Unidos, emprendía una durísima condena a la hospitalidad ofrecida por Peña Nieto a Donald Trump con una imagen muy sugerente. Cada manchita multicolor que divisaba a través de la ventanilla del tren en el que viajaba identificaba a un trabajador mexicano o centroamericano recogiendo tomates bajo un sol abrasador. Enarbolando su trabajo y su cansancio como una lanza afilada, Iñárritu denunciaba la humillación que había sentido como mexicano tras la exhibición de indignidad del presidente de México, un servilismo que no dudó en calificar como traición. Pero lo que me impresionó de verdad fue que se animara a escribir que Peña Nieto había dejado de representarle, que nunca más lo consideraría su presidente. Y no porque no entendiera sus argumentos, sino porque yo, nosotros, los españoles, ya no tenemos fuerzas para decir lo mismo. Porque en la inmensa desilusión en la que se ha convertido España, ni los políticos se sentirían afectados por una afirmación semejante ni los ciudadanos conservamos la pizca de ilusión imprescindible para formularla. La juvenil energía de ese artículo me enfrentó con otro trabajo y otro cansancio, el de convivir con la senil decadencia en la que ha desembocado este país tras la frustrada promesa del 15-M. Y además me dio mucha envidia. Porque ya ni me acuerdo de la última vez que tuve fuerzas suficientes para escribir palabras como las suyas.

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