Ruinart, burbujas talladas en piedra

Un rostro de apariencia humana tallado en la piedra.

HAY EN REIMS (capital del champán, al norte de Francia) un paraíso secreto con tesoros esculpidos en caliza. A él se desciende por una escalera de piedra con más de 100 peldaños. La humedad empieza a calar los huesos en los primeros 20 escalones. Las pupilas se adaptan a una oscuridad anaranjada y cálida a los 60. Y en los últimos 10, el olfato comienza a distinguir el aroma de la levadura. En esta inmensa tumba subterránea reposan los caldos de Ruinart, la casa de champán más antigua del mundo. Impresiona la magnitud de la bodega que inventó la familia en 1729, aprovechando una antig...

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HAY EN REIMS (capital del champán, al norte de Francia) un paraíso secreto con tesoros esculpidos en caliza. A él se desciende por una escalera de piedra con más de 100 peldaños. La humedad empieza a calar los huesos en los primeros 20 escalones. Las pupilas se adaptan a una oscuridad anaranjada y cálida a los 60. Y en los últimos 10, el olfato comienza a distinguir el aroma de la levadura. En esta inmensa tumba subterránea reposan los caldos de Ruinart, la casa de champán más antigua del mundo. Impresiona la magnitud de la bodega que inventó la familia en 1729, aprovechando una antigua cantera romana con la que se construyó y fortificó ­Reims. La altura de las cuevas alcanza los 38 metros y cuenta con ocho kilómetros de inmensos pasadizos en los que el visitante deja correr su fantasía. Pero donde chispea la magia es en sus paredes, que desvelan decenas de formas talladas en piedra, tanto por la naturaleza como por la mano  del hombre. Dibujos que el artista y fotógrafo holandés Erwin Olaf ha inmortalizado en una serie, Light, de 26 imágenes.

Cada año, la maison Ruinart encarga a un artista un proyecto creativo que tenga como foco su champán. Este año la tarea recayó sobre Olaf, cuyos ojos destellan al fondo de sus profundas cuencas, como si emitieran fogonazos azules. Quizá por estar acostumbradas a este hábitat, sus pupilas fueron capaces de detectar las maravillas de este mundo custodiado en piedra. Una bodega que es mucho más que una bodega: fue declarada patrimonio mundial por la Unesco y ya desde 1931 fue catalogada como monumento histórico en Francia.

El trabajo de Erwin Olaf no fue sencillo. El primer impulso del artista fue montar uno de sus característicos escenarios, casi pictóricos y cargados de personajes. Pero no funcionó. “Era demasiado complicado. No daba resultado, y mientras lo estaba llevando a cabo me sentí tremendamente infeliz”, cuenta. Para deshacer el bloqueo, empezó a deambular por los laberínticos corredores y fue entonces cuando se dio de bruces con el encanto de la bodega. “Descubrí una historia creada por la naturaleza y por las personas que trabajaron allí. Llamé a un asistente y empecé a hacer fotos”, recuerda el artista. Lo que encontró Olaf en ese paseo fueron rostros tallados en profundos recovecos de la piedra caliza. También soles, montañas y nubes esbozados por lo que parece la mano de un niño. Una especie de pequeña catedral con un agujero para colocar una vela y hasta un desconcertante perfil del químico francés Louis Pasteur. No en vano, esta bodega ha sido testigo de casi 300 años de historia, desde las Guerras Napoleónicas hasta las dos Guerras Mundiales, llegándose a instalar la famosa empresa de champán bajo tierra durante la primera de ellas para huir de los bombardeos.

Dibujo de trazos infantiles capturado para la serie y formas producidas por la naturaleza en las paredes de la bodega de Ruinart.

Así, alejado de su personal estética colorista y de los modelos que hasta ahora habían protagonizado y humanizado su trabajo, Olaf construye un mundo en escala de grises que, a pesar de la ausencia de personajes, habla por encima de todo del ser humano. “Quería capturar la emoción que sentí en ese laberinto silencioso, y no había otra manera que hacer las fotografías en bruto y en blanco y negro”, señala.

La relación entre Ruinart y el arte se remonta a 1896, cuando la familia propietaria le encargó al pintor checo Alphonse Mucha un cartel publicitario para la marca. Ciento veinte años después, ese póster se ha convertido en un símbolo. El creador holandés ha sido ahora el continuador de aquel legado con Light porque “las fotografías, como el champán, necesitan de la oscuridad para encontrar la luz”. Un proyecto que quedará grabado en piedra.

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