Columna

Una suposición razonable

EL DINERO no da la felicidad. Observen, si no, el rostro de pesar del padre y la expresión de ira de la hija. Ese hombre, Amancio, que se levanta de la cama y compra un rascacielos en Berlín a las nueve y un edificio histórico en Londres a las diez, no sabe qué responder a Marta, angustiada por algo que ignoramos. Los hijos, seamos o no seamos poderosos, nos colocan ante situaciones imposibles. Los invitas a una cocacola gigante al salir del cole y cuando todo parece que está en orden, ellos felices y tú haciendo cuentas mentalmente, va el pequeño y te pregunta por la muerte. Pero, hi...

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EL DINERO no da la felicidad. Observen, si no, el rostro de pesar del padre y la expresión de ira de la hija. Ese hombre, Amancio, que se levanta de la cama y compra un rascacielos en Berlín a las nueve y un edificio histórico en Londres a las diez, no sabe qué responder a Marta, angustiada por algo que ignoramos. Los hijos, seamos o no seamos poderosos, nos colocan ante situaciones imposibles. Los invitas a una cocacola gigante al salir del cole y cuando todo parece que está en orden, ellos felices y tú haciendo cuentas mentalmente, va el pequeño y te pregunta por la muerte. Pero, hijo, dan ganas de decirle, te estás metiendo un chute de calorías con el que podríamos poner en marcha una locomotora y lo único que se te ocurre es pensar en la muerte. Carpe diem, disfruta del momento, por favor, que bastantes preocupaciones tengo yo en la cabeza.

Amancio Ortega no se ha llevado a Marta Idem a tomar una cocacola, sino a Montecarlo, donde usted y yo no hemos estado ni estaremos nunca porque nos falta lo que lo hace posible. Se celebraba a la sazón (2012) en esa localidad monegasca un concurso de hípica. Hacía un tiempo espléndido (miren cómo rebota el sol en la melena dorada de la joven) y los caballos piafaban o lo que quiera que hagan los caballos antes de competir. Un día perfecto para la dicha de no ser porque de súbito la joven se volvió a su progenitor para gritarle:

–¿Por qué rayos tenemos que morirnos?

Todo esto es una suposición, claro, pero, si observan con atención los rostros del padre y de la hija, admitirán que es plausible.

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