Beatriz González, la audaz del capital riesgo

Gianfranco Tripodo

HAY una pila de Financial Times en la esquina, se ve la Puerta de Alcalá por la ventana y en el centro de la sala recibe una mujer de ojos castaños, melena breve y cinturilla escueta que habla en susurros, como si estuviera a punto de pronunciar una confidencia. Se llama Beatriz González, es la única mujer al frente de un fondo de capital riesgo en España. Y en su conversación se mezclan el deal flow y las due diligence con expresiones terrenales: si algo le gusta “es la pera”. González cuenta que las inversiones de su firma, Seaya Partners, generaron el año pasado 8...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

HAY una pila de Financial Times en la esquina, se ve la Puerta de Alcalá por la ventana y en el centro de la sala recibe una mujer de ojos castaños, melena breve y cinturilla escueta que habla en susurros, como si estuviera a punto de pronunciar una confidencia. Se llama Beatriz González, es la única mujer al frente de un fondo de capital riesgo en España. Y en su conversación se mezclan el deal flow y las due diligence con expresiones terrenales: si algo le gusta “es la pera”. González cuenta que las inversiones de su firma, Seaya Partners, generaron el año pasado 8.000 empleos. En su casa, añade, siempre se vio el trabajo como algo positivo. Ese hogar no es cualquier cosa. Hija de Francisco González, presidente del BBVA, dice que el mejor consejo de sus progenitores ha sido: “Haz las cosas bien. Y lo demás ya vendrá”.

A los 41 años, lo que ha venido es esta sociedad dedicada a invertir en compañía tecnológicas que transitan ese instante mágico entre la gloria y la agonía. Necesitadas de una inyección para dar el siguiente paso. Y “escalar”, en la jerga. Esos cinco millones que elevan el sueño de un ingeniero treintañero a otro nivel: pasar de 10.000 a un millón de usuarios; de 30 a 300 empleados. La “serie A” de la ronda de financiación, lo llaman. Su territorio. El dinero no es suyo. Ella busca los fondos, las empresas en las que invertir, el futuro comprador. Y en cualquier rincón del globo: el último consejo de una participada lo celebró en Tokio.

Beatriz González, en la sede de su sociedad de inversión y en las oficinas de Cabify, en la que ha invertido siete millones de euros.GIANFRANCO TRIPODO

Pasa fuera la mitad de cada mes. Se mete 10 reuniones al día. Pisa oficinas de geeks y grandes bufetes. Su labor le exige tener un pie en cada barrio. Ahora mismo, de hecho, ha abandonado el de Salamanca en un vehículo de Cabify, una de esas compañías que han revolucionado el sector del transporte, y el coche se detiene en el barrio de Tetuán, ante la sede misma de esa empresa, en la que González ha invertido siete millones desde 2014; una de las más prestigiosas de su cartera.

Alumna esforzada, estudió de niña en los Sagrados Corazones; en un internado en Kent (Inglaterra); en el British Council y los jesuitas; Empresariales en CUNEF. Se marchó a la capital financiera de Europa. Se enamoró a orillas del Támesis, en las oficinas de Morgan Stanley, de José Múgica. Hoy, su marido; y consejero delegado de Ecoalf, empresa de moda con tejidos reciclados. Luego llegó el MBA en la Universidad de Columbia. En Nueva York se le abrieron las puertas del private equity. En 2005 asumió la dirección del departamento de capital riesgo de la mayor gestora de pensiones de España, Fonditel (de Telefónica). Tenía 30 años y 300 millones a su cargo. Allí descubrió “un hueco en venture capital: las start-ups se iban fuera a buscar financiación”. Abandonó Telefónica. Creó su fondo. Lo llamó Seaya, como la playa gallega donde veraneaba de cría. Y desde 2012 ha invertido 40 millones en 10 empresas.

En su mundo, dice, “es importantísimo el networking”. Conexiones. Y en el tarjetero de su mesa, similar a una ruleta, asoma el cartón de visita de la sociedad de inversión de una de las grandes fortunas de España. En la estantería, un ensayo de Stiglitz. En el corcho cuelgan los horarios de yoga y un lema: “Bailar hasta que todo se solucione”. Almuerza frente al ordenador; algo de sushi o un sándwich. Desconecta a las siete. Y en casa, a sus tres hijos, les explica así su trabajo: “Doy dinero a personas para que inventen cosas. Si sale bien, me quedo una parte”. El mayor últimamente replica: “Y si sale mal, ¿lo pierdes todo?”. La siguiente generación apunta maneras.

Sobre la firma

Archivado En