El espectáculo continúa en Versalles

Cerca de siete millones de visitantes peregrinan cada año hasta el palacio real

La instalación 'Dirty Corner', de Anish Kapoor, denominada “la vagina de la reina”, sufrió el sabotaje de los ultracatólicos.Chesnot (Getty)

Responde al nombre de Dorothy. Jura que por sus venas corre sangre francesa, aunque no sepa decir más que bonjour en la lengua de sus ancestros. Desciende de la línea Versailles Express, uno de los innumerables autobuses que unen la capital francesa con la antigua residencia real. Aunque sea algo distinto a los demás: “Viajarás como un rey”, promete su anzuelo promocional. En esta mañana invernal, entre miles de turistas, esta estadounidense se dispone a hacer realidad uno de sus sueños. Sus deportivas no tardarán en rechinar contra el parqué de la Galería de los Espejos.

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Responde al nombre de Dorothy. Jura que por sus venas corre sangre francesa, aunque no sepa decir más que bonjour en la lengua de sus ancestros. Desciende de la línea Versailles Express, uno de los innumerables autobuses que unen la capital francesa con la antigua residencia real. Aunque sea algo distinto a los demás: “Viajarás como un rey”, promete su anzuelo promocional. En esta mañana invernal, entre miles de turistas, esta estadounidense se dispone a hacer realidad uno de sus sueños. Sus deportivas no tardarán en rechinar contra el parqué de la Galería de los Espejos.

Igual que ella, cerca de siete millones de visitantes peregrinan cada año hasta el lugar, aunque no siempre tengan claro qué han venido a buscar. ¿Cegarse ante el poderoso destello de molduras cada vez más doradas, gentileza del mecenazgo privado? ¿Jugar a ser María Antonieta por un día y teletransportarse a aquellas fiestas que Sofia Coppola describió como un antepasado de las raves? “Vienen porque es el único lugar donde se materializa un concepto invisible: el poder”, nos sopla el historiador Joël Cornette, especialista en el Antiguo Régimen y en la relación esquizofrénica que los franceses mantienen con su extinta monarquía. “Luis XIV construyó su vida como una representación. Su mayor éxito consiste en que el espectáculo continúe después de su muerte. Versalles es su autobiografía escrita en piedra, un manifiesto particular para perennizar su existencia”.

En 2015, el número de visitantes cayó en un 4% a causa de los atentados de noviembre en París. Poco importa: a la vista está que Versalles llevaba tiempo sin estar tan de moda. Un restaurante dirigido por el chef Alain Ducasse será inaugurado este año en una de sus alas. Un nuevo hotel de lujo, el primero ubicado dentro de su perímetro, debería abrir sus puertas en breve. El sector del lujo, seducido por su pasado fastuoso, ha convertido Versalles en icono bling bling: Chanel presentó una colección en sus jardines y Dior ocupó sus salones para su última campaña, protagonizada por una Rihanna recubierta de brillo (la misma que invoca a Luis XIII en Bitch Better Have my Money, ese himno de los autónomos). Una nueva serie, Versalles (Movistar+), recrea los primeros días del palacio. En mayo, el artista danés Olafur Eliasson inaugurará una exposición en la residencia, tomando el relevo del polémico Anish Kapoor y su “vagina de la reina”, saboteada por los ultracatólicos. Y, por si fuera poco, el cineasta catalán Albert Serra, a quien los franceses idolatran, acaba de rodar La mort de Louis XIV, donde relata la agonía del monarca, de la que se acaban de cumplir 300 años.

Si la fascinación por el Rey Sol es cíclica, nos encontramos en un punto álgido, por contradictorio que nos parezca a quienes creímos que se orquestaba un motín contra ese famoso uno por ciento. Lo confirma Béatrix Saule, directora general de Versalles y comisaria de la muestra Le roi est mort, que marca el punto final de las conmemoraciones del aniversario. Examina qué repercusiones tuvo la muerte de Luis XIV en esta República aquejada de tics monárquicos. “Observe los fastos del poder, las cenas de Estado y los indultos presidenciales. Todo eso procede de Luis XIV. No existe una verdadera nostalgia por la monarquía, pero los franceses no desean que sus gobernantes sean personas normales”, explica. En los pasillos de la muestra, uno descubre que el rey nunca declamó aquello de “el Estado soy yo”. Pero sí pronunció, en su lecho de muerte, un adagio mucho más interesante: “Yo me voy, pero el Estado permanecerá”. Pese a su grandeur menguante –o a causa de ella–, la República sigue envolviéndose en ropajes opulentos. Si la nueva política no existe en Francia, como muchos lamentan, puede que sea por lo que sucedió hace tres siglos en estas siete hectáreas de tierra.

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