LA PUNTA DE LA LENGUA

Desalegrías correctas

Lo sucedido con Miliki nos obliga a pensar en cómo podemos denominar el acto de creer vivo a quien ya ha fallecido

Un compañero del periódico desea usar la palabra “desalegría” y me pregunta qué me parece. Le respondo que no figura en el Diccionario, pero se trata de una formación correcta mediante un prefijo (des-) y un sustantivo (alegría) que sí constan en él. Es decir, una palabra creada con los recursos que nos brinda el propio idioma.

No todas las palabras bien construidas se hallan en el Diccionario. Por ejemplo, no recoge cada una de las formas verbales (sino sólo los infinitivos), ni todos los adverbios terminados en –mente que se crean a partir de un adj...

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Un compañero del periódico desea usar la palabra “desalegría” y me pregunta qué me parece. Le respondo que no figura en el Diccionario, pero se trata de una formación correcta mediante un prefijo (des-) y un sustantivo (alegría) que sí constan en él. Es decir, una palabra creada con los recursos que nos brinda el propio idioma.

No todas las palabras bien construidas se hallan en el Diccionario. Por ejemplo, no recoge cada una de las formas verbales (sino sólo los infinitivos), ni todos los adverbios terminados en –mente que se crean a partir de un adjetivo; ni, por supuesto, todas las combinaciones posibles con prefijos y sufijos.

“Desalegría” se alinea con “desencanto” o “desilusión” para significar la pérdida de una emoción o sentimiento positivos. Ocuparía de ese modo una casilla distinta de “decepción”, porque “desalegría” se queda en señalar la desaparición del regocijo, sin que implique ese pesar causado por un desengaño.

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No todas las palabras bien construidas se hallan en el Diccionario. Por ejemplo, no recoge cada una de las formas verbales (sino sólo los infinitivos)

El 23 de octubre, EL PAÍS publicaba una columna titulada Desdivorcio, firmada por María Porcel. Estamos ante el mismo caso: un concepto nuevo y una palabra que lo nombra con acierto gracias a que acude a las herramientas del idioma español, de modo que todos la entendemos a la primera. El texto trataba, como parece lógico, de las nuevas uniones entre quienes ya se habían separado legalmente.

Los colombianos, por su parte, usan a menudo el adjetivo “descomplicado” para designar a quien huye de su propia complejidad. Tampoco figura en el Diccionario, pero no estorba en el proceso de comprensión de un mensaje.

Estas posibilidades del idioma pueden asistirnos para el caso que se produjo el 19 de octubre, cuando el obituario sobre el payaso Miliki se colaba entre los textos más leídos del día en elpais.com . Ocurrió así que una noticia que ya no era noticia se convirtió en noticia. El añorado Miliki había muerto en noviembre de 2012, pero alguien rescató la nota necrológica de entonces y la arrojó a las redes como si fuera de ahora mismo, con gran éxito. (Todo lo cual da para interesantes reflexiones sobre el modo en que se configuran hoy en día realidades creíbles).

Lo sucedido nos obliga a pensar en cómo podemos denominar el acto de creer vivo a quien ya ha fallecido, y al consiguiente de considerarlo difunto otra vez.

Miliki dedicó su vida a hacernos reír, a menudo con ingeniosos juegos de palabras desatinadas. Y parece haberlo conseguido también ahora desde el más allá, porque nos ha brindado la ocasión de pensar en que ha sido desmuerto por un instante para resultar remuerto a continuación. Una pirueta tan circense como él, un salto lingüístico en el trapecio; un truco que nos llena de admiración infantil aunque nos cause de pronto una insospechada sensación de desalegría.

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