Hombres sin corbata

Políticos como Obama, Cameron, Renzi o Pedro Sánchez se saltan cada vez más la etiqueta

Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas griego, durante una entrevista concedida en 1993 a la cadena australiana ABC.

“Como ahora se lleva parecerse cada vez más a los ciudadanos, tampoco yo tengo problema en quitarme la corbata”, dijo el alcalde de Teruel, Manuel Blasco, del Partido Popular, durante la presentación del último número de la revista cultural Turia en el Instituto Goethe de Madrid. Su ademán fue una respuesta al filósofo Javier Gomá, quien, al comienzo de su intervención, señaló que, al tratarse de un acto informal, había decidido acudir s...

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“Como ahora se lleva parecerse cada vez más a los ciudadanos, tampoco yo tengo problema en quitarme la corbata”, dijo el alcalde de Teruel, Manuel Blasco, del Partido Popular, durante la presentación del último número de la revista cultural Turia en el Instituto Goethe de Madrid. Su ademán fue una respuesta al filósofo Javier Gomá, quien, al comienzo de su intervención, señaló que, al tratarse de un acto informal, había decidido acudir sin la prenda. Esta anécdota dice mucho de un fenómeno que no escapa a los observadores atentos, a los especialistas en usos y costumbres: en estos comienzos del siglo XXI, la corbata ya no está ni tan de moda ni tan bien vista.

Había vaticinado su declive, en los noventa, el diseñador italiano Gianni Versace. Men Without Ties tituló un libro de fotografías en el que reivindicaba la masculinidad libre de ataduras. “Se trata de una engorrosa pieza del vestuario con la que hasta los más enyesados hombres de negocios tienen ganas de acabar. Ya no es signo de distinción porque la usan hasta los bandidos”, llegó a declarar.

Era la época del boom de Internet, del surgimiento de jóvenes ejecutivos tecnológicos forjados en un lenguaje y un tipo de vida alejados del arte de anudarse el cuello. Hoy la tendencia ha llegado a la política y se ha convertido en un indicador del anhelo de nuevos valores en una sociedad transformada por la crisis, donde parte de la población no se siente representada por las figuras públicas y percibe que las conductas de determinados banqueros, hombres de finanzas y gobernantes, asociados con casos de corrupción, no se ajustan en absoluto a la respetabilidad que pretende simbolizar su apariencia. “La formalidad en el vestir está bien cuando transmite una disposición respetuosa hacia la ocasión para la que se viste, pero la corbata no me parece una prenda imprescindible para activar una actitud recta, honesta, cumplidora. El hábito hace al monje, pero sólo en parte”, comenta la doctora en Sociología del Cuerpo Patrícia Soley-Beltran, ganadora del último Premio Anagrama de Ensayo con ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras.

Lo de que el hábito no necesariamente hace al monje lo han tenido claro mandatarios como el expresidente uruguayo José Mujica, quien ha arremetido contra la convención del traje y corbata, para él un disfraz que deja clara la distancia entre el poder y el pueblo, así como representantes de nuevas formaciones políticas surgidas o vinculadas a movimientos sociales, caso de Podemos en España. Quizá el que mejor ha simbolizado el cambio y la rebeldía en las formas ha sido el exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis, quien ha demostrado que la personalidad y el carisma no tienen nada que ver con el protocolo. “Está claro que Varoufakis no ha utilizado corbata porque no es su estilo. Ni a él ni a otros como él les hace falta llevarla para actuar como profesionales competentes. En general, a muchos políticos que la dejan de lado les parece que así ofrecen una imagen más informal y cercana a los votantes en un momento de grave crisis económica”, señala Soley-Beltran.

Tanto es así que incluso políticos convencionales como Obama, Cameron, Renzi o el socialista español Pedro Sánchez, cada vez más, se saltan la etiqueta, se quitan la corbata y hasta se remangan la camisa. A partir de ahora habrá que ver cuánto de sólido o de pasajero hay en la actitud; cuánto de autenticidad o de impostura en el gesto.

¿Puede pasar con la corbata lo mismo que con el sombrero en los sesenta, cuando John Fitzgerald Kennedy decidió eliminarlo de su atuendo y acabar con lo acostumbrado? Tiempo al tiempo.

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