Refugiados lejanos

Tras la Guerra Civil, muchos españoles tuvieron que buscar asilo en otros países

Los españoles tenemos dificultades para relacionar los asuntos internacionales con nuestro propio destino. Imbuidos como andamos en la política local perdemos de vista que el mundo nos determina más de lo que se asume desde discursos a la medida de un consumidor casero. Si a eso le sumamos la incapacidad para leer nuestra propia historia nacional con algo mejor que bronca y filiaciones sentimentales, el resultado es trágico. Cuando leí los recuentos de Paul Preston en su Holocausto español tuve la impresión de que estábamos ante un proceso de escolarización paralelo, donde a la terca ...

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Los españoles tenemos dificultades para relacionar los asuntos internacionales con nuestro propio destino. Imbuidos como andamos en la política local perdemos de vista que el mundo nos determina más de lo que se asume desde discursos a la medida de un consumidor casero. Si a eso le sumamos la incapacidad para leer nuestra propia historia nacional con algo mejor que bronca y filiaciones sentimentales, el resultado es trágico. Cuando leí los recuentos de Paul Preston en su Holocausto español tuve la impresión de que estábamos ante un proceso de escolarización paralelo, donde a la terca ignorancia oficial solo podíamos contraponerle el esfuerzo autónomo por el conocimiento. En las páginas finales de su último libro, el esclarecedor El final de la guerra, el historiador Preston recorre a vuelapluma la tragedia del exilio español una vez llevado a cabo el golpe de Estado de Casado y el cerco franquista a los puertos del Levante.

Recordar cómo a bordo del Stanbrook se hacinaban más de 2.600 refugiados españoles, que llegaron a Orán gracias a la pericia del capitán bajo el acoso franquista, sirve para manejar con un poco más de comprensión los desbordados datos actuales de exilio en la guerra del Oriente más próximo. Otros barcos contratados para la huida de refugiados españoles no aceptaron superar la carga de pasajeros, y el hambre, el hacinamiento y el abandono los recibieron en los campos de internamiento bajo mandato francés. Suicidios, desesperanza y nula respuesta internacional, solo la alarma sanitaria abría el cerco para que miles de españoles traicionados y vencidos se reincorporaran a la vida civil, por más precaria que fuera y estuviera amenazada por otro conflicto futuro.

No han pasado todavía ni ochenta años de aquellos días tristes, y para los españoles, el exilio masivo de otros países es una sombra lejana. La negociación a la baja sobre la propuesta de acogida de una parte de la población siria y eritrea organizada desde las autoridades europeas solo podría repensarse desde la conciencia precisa de nuestra peripecia histórica tan cercana. Europa va a hacerse cargo del asilo del 1%, parte de los cuatro millones de huidos de la guerra en Siria, y para dejar de mirarlos como extraños y ajenos no es mala idea rememorar el Campo de los Almendros en las afueras de Alicante, donde en el barro y la intemperie los refugiados atrapados fueron robados, vejados y alimentados tan solo dos veces en seis días. La mejor Historia es siempre una sugerencia de cercanía.

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