La Iglesia en la que caben los chinos

En 2012 el arzobispo Antonio María Rouco Varela instituyó oficialmente la Capellanía para Inmigrantes Chinos en Madrid

Los chinos en España cuentan con capellanía en Madrid, Barcelona, Valencia, Mallorca y Zaragoza.kim kyung hoon (Reuters)

A seis metros bajo tierra, en la cripta de la parroquia de Santa Rita de Madrid, un grupo de 50 chinos escucha con devoción la misa de los domingos en su lengua materna. Casi todos tienen en las manos un libro de 400 páginas, con rezos y cánticos en ideogramas, para intervenir en la eucaristía donde un hispanohablante cualquiera apenas es capaz de identificar dos palabras: amén y aleluya. En un extremo, una joven de gafas finas y concentración suprema toca con delicadeza un teclado electrónico para darle ritmo a las alabanzas de los feligreses mientras, en el altar, el sacerdote se dispone a c...

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A seis metros bajo tierra, en la cripta de la parroquia de Santa Rita de Madrid, un grupo de 50 chinos escucha con devoción la misa de los domingos en su lengua materna. Casi todos tienen en las manos un libro de 400 páginas, con rezos y cánticos en ideogramas, para intervenir en la eucaristía donde un hispanohablante cualquiera apenas es capaz de identificar dos palabras: amén y aleluya. En un extremo, una joven de gafas finas y concentración suprema toca con delicadeza un teclado electrónico para darle ritmo a las alabanzas de los feligreses mientras, en el altar, el sacerdote se dispone a consagrar el cuerpo de Cristo custodiado por dos niñas risueñas de túnica blanca que hoy son las monaguillas. En este rincón oriental de la Iglesia católica española, los inmigrantes del país de la muralla han encontrado el sitio ideal para celebrar su fe y no descuidar su vida cristiana.

Hace siete años, el padre Juan María Guo (“Juan María en español, Kun Peng en chino”), que poco antes había llegado a España para concluir sus estudios de Teología, se propuso consolidar un espacio donde, en su lengua, por lo menos algunos de sus 180.000 paisanos que viven en España (50.000 en la capital) pudieran asistir a clases de catequesis, recibir los sacramentos y confesarse (“todos son muy trabajadores, pero, por desgracia, siempre hay tiempo para pecar”).

Así que puso un anuncio en el periódico El Mandarín, muy popular entre la comunidad china, y pronto los bancos de su capilla soterrada y circular, decorada con los murales del pintor Juan Barba (1915-1982) dedicados a san Nicolás de Tolentino, comenzaron a ser ocupados por familias que salen un rato de sus tiendas, peluquerías y restaurantes. Hoy unas 60 personas acuden cada domingo al templo. “Pero en la misa de Navidad nos juntamos todos y llegamos a ser 300, ¿eh? Y otros tantos van a la parroquia de Cristo Rey, en Usera, el chinatown de la capital”, aclara el padre Juan María. Ante el éxito obtenido, en 2012 el arzobispo Antonio María Rouco Varela instituyó oficialmente la Capellanía para Inmigrantes Chinos en Madrid, que se sumó a las que hay en Barcelona, Valencia, Palma de Mallorca o Zaragoza.

Hasta hace unos días, el padre Guillermo Zhang (de “34 años en España, pero 35 en China, porque ahí se toma en cuenta el momento de la concepción”) oficiaba la misa para los chinos católicos de Zaragoza (“unos 150”) en la parroquia de San Valero, primero una vez al mes y luego cada semana. “Ahora me vine a Madrid y se ha quedado en mi lugar un sacerdote mexicano, Rodolfo Hiela. Él no habla chino, pero le asiste un intérprete. Qué gracia, ¿no?: un mexicano atendiendo a un grupo de chinos en España”, dice en perfecto español y con una sonrisa este sacerdote de los Agustinos Recoletos, una orden religiosa presente desde 1923 en China, donde una minoría de 12 millones de católicos (la mayoría de la población es budista) pertenece a la Asociación Católica Patriótica, controlada por el Estado, o al grupo semiclandestino que reconoce como única autoridad al Vaticano.

Hace un rato, la señora Linong (de 40 años, madre de cinco hijos) estaba en los ensayos del coro. Luego se hizo cargo del salmo cantado, se esforzó por dar “la paz del Señor” a casi todos y, cuando la misa terminó, esperó a que su hija menor, de seis años, fuera a despedirse de su amiga que, como ella, había sido la monaguilla. La señora Linong (“católica de toda la vida”, con un marido “que dejó el budismo” por ella), explica que nunca ha habido distinciones entre niños y niñas para ayudar al padre con la eucaristía y que, para ella, eso era un signo de la iglesia inclusiva, donde caben todos, “hasta la gigantesca y milenaria China”.

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