El abrazo que nunca se dieron

Segunda entrega del diario de viaje del periodista de la ONG, desplazado en el hospital Elwa3 donde se trata a enfermos de ébola en Monrovia, Liberia

Douglas Lyon con el traje de protección en el centro de pacientes de Bo, Sierra Leona.MSF

Antes del ébola, Douglas Lyon había estado dos veces en Sierra Leona con Médicos sin Fronteras (MSF). La primera, durante la guerra; la segunda, justo después de que el conflicto terminara. Hacía 12 años que no trabajaba con la organización porque "a veces uno también quiere tener una vida normal”. Pero un día, mientras leía el periódico en su casa en Oregón, y viendo la magnitud que estaba adquiriendo la epidemia, sintió que había llegado el momento de regresar. “Como epidemiólogo, sabía que podía aportar muchas cosas útiles al trabajo de MSF. También soy consciente de que la experiencia que he adquirido a lo largo de esta última década, en la que he alternado proyectos con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos), me iba a ayudar. Así que llamé a Nueva York y me puse a disposición de mis antiguos compañeros”.

Nada más llegar al que sería el primero de sus dos destinos en Sierra Leona, el centro de tratamiento de pacientes de Ébola en Kailahun, el doctor Lyon se encontró con una agradable sorpresa: tres trabajadores nacionales de MSF con los que había coincidido allá por 2002, en su última visita al país, estaban también allí.

“Sería un momento muy especial”, le digo. “Sí, fue muy emotivo", reconoce. "La verdad es que resultó emocionante. Tenía tantas ganas de abrazarles… pero allí, con el ébola, no podemos ni tocarnos. Después de tanto tiempo, te encuentras con alguien con quien viviste aquella época tan dura, con quien pasaste por momentos tan complicados, y tienes que limitarte a decirle: ‘Hey, Mohamed, ¿qué has hecho durante estos años, cómo te ha tratado la vida?’, guardando siempre la distancia reglamentaria entre nosotros”.

Mohamed, operador de radio de MSF en Sierra Leona.

“Además, Mohamed y yo habíamos establecido una relación muy estrecha. En su momento, escribí una carta de recomendación para él, de apenas tres párrafos, pero llena de todas las alabanzas que se merecía. Él todavía la guarda en una carpeta de plástico para que no se le estropee. Al día siguiente de nuestro reencuentro, me la trajo para que la viera, y al releerla, me iba acordando de lo mucho que apreciaba a aquel tipo. Junto a la carta, Mohamed trajo un puñado de fotos del equipo que formábamos por aquel entonces… ¡Todos aquellos recuerdos de una época lejana vinieron de nuevo a mi mente! ¡El tiempo pasa rápido!”.

“Fueron tiempos difíciles. La guerra civil de Sierra Leona duró diez años, obligó a la mitad de la población a huir de sus hogares, dejó cerca de 70.000 víctimas entre personas asesinadas y mutiladas y, sin embargo, en estas seis semanas le he preguntado a mucha gente: ‘¿Para ti, qué es peor: el ébola o la guerra?’. Todos, invariablemente, me dan la misma respuesta: ‘El ébola.Nadie puede sentirse a salvo”.

Un trabajador ayuda a la enfermera Karla Bil a ajustarse el traje para que ninguna superficie de su piel quede al descubierto, antes de entrar a la zona de alto riesgo del hospitakl de MSF en Kailahun.Fathema Murtaza ( MSF)

“¿Y aguantaste las seis semanas que estuviste ahí sin tocar a nadie? ¿Nunca? ¿Ni un poco siquiera?”, le pregunto tratando de retomar el tema del abrazo. “Cuando uno está allí, sabe que hay ciertas reglas que debe respetar. Por el bien de todos y por el de uno mismo. El único momento en el que tocamos a alguien es cuando tenemos puesto el traje de protección, en la unidad de aislamiento. Ahí aprovechamos para abrazarnos, para sentirnos más cerca los unos de los otros. Esos segundos en los que tu compañero te está ayudando a colocarte las gafas de protección pueden acercarte mucho a la otra persona. De hecho, físicamente, es cuando estáis más cerca. Tienes enfrente, a pocos centímetros, a un compañero que te comprende, que está pasando por lo mismo que tú, y que además trata de hacer su trabajo lo mejor posible para que a ti no te pase nada. Te está protegiendo y, lógicamente, te sientes muy cercano a él”.

“¿Y Mohammed? ¿Nunca coincidiste con él mientras tenías el traje puesto? ¡Habría sido un buen momento para que os dierais ese abrazo que teníais pendiente!”, le pregunto.

“Pues sí, no habría estado mal, pero Mohammed es operador de radio, así que al final nos hemos quedado con las ganas. Pero te quedas con el consuelo de que a los pacientes curados, a los que damos el alta, sí podemos abrazarles. Y sabemos que ese pequeño gesto les ayuda mucho. Es una manera de demostrar a la gente de su comunidad que están libres del virus, que no representan un peligro para nadie. Y es el único momento en el que hacemos la excepción y nos permitimos tocar a alguien sin llevar puesto el traje”.

Fernando G. Calero es periodista y trabaja en Médicos sin Fronteras. Escribe desde el Elwa 3, el centro para pacientes de Ébola de MSF en Monrovia, Liberia.

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