Columna

El calor

A lo mejor, el aire africano también tiene la culpa de la tercera vía, la propuesta de una reforma constitucional que permita refundar España como un estado federal

A lo mejor es eso. Que ha llegado de golpe y a lo bestia, mientras nos prometíamos un verano corto y fresquito, de chubasquero en el norte y jersey de algodón en el sur. Pero no, el calor se nos ha caído encima como una maldición, para aplastarnos con la consabida masa de aire africano, y ya no sabemos qué más ropa quitarnos. Los mediodías ardientes y las noches sofocantes no son buenas para pensar con claridad.

A lo mejor es un efecto del calor. Ahora, precisamente ahora, después de un curso entero de mutuas descalificaciones e indiferencia, Rajoy y Mas están deseando reunirse y hablar...

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A lo mejor es eso. Que ha llegado de golpe y a lo bestia, mientras nos prometíamos un verano corto y fresquito, de chubasquero en el norte y jersey de algodón en el sur. Pero no, el calor se nos ha caído encima como una maldición, para aplastarnos con la consabida masa de aire africano, y ya no sabemos qué más ropa quitarnos. Los mediodías ardientes y las noches sofocantes no son buenas para pensar con claridad.

A lo mejor es un efecto del calor. Ahora, precisamente ahora, después de un curso entero de mutuas descalificaciones e indiferencia, Rajoy y Mas están deseando reunirse y hablar. Y no sólo eso. A lo mejor, el aire africano también tiene la culpa de que la tercera vía, la propuesta de una reforma constitucional que permita refundar España como un estado federal, se haya puesto tan de moda ahora, precisamente ahora, después de que mucha gente la haya apoyado en vano durante mucho tiempo, dentro y fuera de Cataluña, sin cosechar otro fruto que las descalificaciones y la indiferencia en las que siempre han coincidido, eso sí, el gobierno de Madrid y el de Barcelona. Si el primero ni siquiera estaba dispuesto a considerarla, y para el segundo siempre llegaba tarde, ¿qué está pasando ahora?

A lo mejor es el calor. Pero a lo peor es que nos hemos acostumbrado a jugar en el descuento. Hemos repetido tantas veces que en España, por muy grave que sea lo que pasa, nunca pasa nada, que ningún problema nos lo parece hasta que empieza a oler a podrido. La presunta sangre fría de Rajoy se ha convertido así en una cualidad casi carroñera, puesto que sólo los cadáveres políticos parecen despertar su instinto de estadista. Tal vez aún sea capaz de resucitar éste, tal vez ya no pueda hacerlo, pero parece evidente que el conflicto catalán le ha consentido marcar nuestra época con su impronta. A lo peor.

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