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'El extranjero', historieta 'noir'

En un poderoso blanco y negro, el dibujante argentino José Muñoz ha recreado El extranjero de Albert Camus en una edición especial encargada por Gallimard en Francia y que ahora edita en España Alianza Editorial.

"Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: 'Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame'. Nada quiere decir. Tal vez fue ayer".
"A las cinco, los tranvías llegaron ruidosos. Traían del estadio de las afueras racimos de espectadores colgados de los estribos y las barandillas. Los tranvías siguientes trajeron a los jugadores, a los que reconocí por sus maletines. Gritaban y cantaban a pleno pulmón que su club nunca sería vencido. Varios me hicieron gestos. Uno gritó incluso: 'Les hemos ganado'. Yo contesté 'sí' con la cabeza. A partir de ese momento comenzaron a afluir los coches"
"Salimos y Raymond me invitó a una copa. Después quiso que jugáramos una partida de billar y perdí por muy poco. Quiso después ir al burdel, pero yo le dije que no porque no me gustaba. Volvimos despacio y me explicó lo contento que estaba por haber conseguido castigar a su amante".
"Después caminamos y atravesamos la ciudad por sus grandes calles. Las mujeres eran hermosas, y le pregunté a Marie si se daba cuenta. Me dijo que sí y que me comprendía".
"Adivinaba por momentos su mirada, entre sus párpados entornados. Pero, con más frecuencia, su imagen danzaba ante mis ojos en el aire inflamado".
"Cegaba mis ojos ese telón de lágrimas y de sal. Sólo sentía los címbalos del sol sobre la frente e, instintivamente, la hoja relumbrante surgida del cuchillo siempre ante mí. Esa ardiente espada mordía mis cejas y penetraba en mis ojos doloridos. Fue entonces cuando todo vaciló".
"Entonces me aseguró con gran viveza y apasionamiento que él creía en Dios, que estaba convencido de que nadie era lo bastante culpable para que Dios no le perdonase, pero que para eso hacía falta que el hombre, por su arrepentimiento, se hiciese como un niño cuya alma está vacía y puede acoger todo. Había inclinado todo su cuerpo sobre la mesa. Agitaba su crucifijo casi por encima de mí"
"La ancianita se aproximó a la reja y, en el mismo momento, un guardián hizo una señal a su hijo. Éste dijo: 'Adiós, mamá', y ella pasó su mano entre dos barrotes en señal de despedida lenta, prolongada".
"Recordé, en uno de esos momentos, una historia que mamá me contaba a propósito de mi padre. Yo no llegué a conocerlo. Todo lo que sabía con alguna precisión sobre ese hombre era, tal vez, lo que entonces me contaba mamá: había ido a ver ejecutar a un asesino. Lo ponía malo la idea de ir. Había ido, sin embargo, y al regreso había vomitado buena parte de la mañana. Mi padre me causaba un poco de asco entonces. Ahora comprendía, era tan natural. ¡Cómo no había comprendido que nada era más importante que una ejecución capital, que era la única cosa verdaderamente interesante para un hombre!"